Madrid, por la Paz
La convocatoria, en Madrid, de la Conferencia Intergubernamental de Seguridad y Cooperación Europea, continuadora de las mantenidas antes en Helsinki y Belgrado, y que tenemos la esperanza de que pueda finalmente celebrarse el próximo mes de noviembre, como estaba previsto, debería haber sido un acontecimiento lo suficientemente importante como para que los ciudadanos ibéricos llevaran meses preocupándose por el tema e indagando acerca del contenido del acta final, suscrita por 35 países europeos (entre ellos, el nuestro), como consecuencia de la reunión de Helsinki.Y, sin embargo, la actitud general es de desinterés y despreocupación. En este sentido, la razón más inmediata de que ese tema estuviera en la calle ha sido la amenaza de la no celebración de tal conferencia, como represalia por los acontecimientos de intervención en Afganistán.
Lo verdaderamente preocupante es que dichas amenazas no se han limitado al tema de la reunión de Madrid, sino que han abarcado áreas muy diversas a nivel internacional, habiendo puesto en peligro el difícil equilibrio de las relaciones entre países que han acumulado, en las últimas décadas, capacidad destructiva suficiente como para terminar con la humanidad.
A pesar de ello, las reacciones del español medio son parcas, superficiales a veces.
No nos extraña, sin embargo, este fenómeno. En una realidad sociológica y política como la nuestra existen un sinfín de problemas cotidianos, que estaban pendientes de solución y que todos desearíamos ver resueltos de golpe, como si el final de un período de gobierno autoritario pudiera significar la erradicación de las imperfecciones en las relaciones de con vivencia gobernantes-gobernados de la noche a la mañana. La base sociológica en que se sustentaba el franquismo, bien implantada y resistente a los envites democrátas, después de cuarenta años, nos pone nerviosos, y a veces sume en el desencanto a aquellos que tienen menos paciencia.
Nos hemos sumido en nuestra vida política nacional como quien se zambulle en una piscina, y difícilmente nos queda tiempo para sacar la nariz fuera de las fronteras políticas de la variada realidad llamada España, y menos para preocuparnos por el posible desencadenamiento de una conflagración bélica, en la que nosotros no nos sentimos potencia agresora ni agredida.
Los españoles nos hemos acostumbrado a vivir las guerras de más allá de nuestras fronteras como algo ajeno, catástrofes que, en todo caso, pueden afectarnos indirectamente, por sus repercusiones económicas.
Y, sin embargo, la realidad de la situación internacional en el momento actual no se ajusta en absoluto a ese esquema.
La técnica de matar
El desarrollo de la técnica en este siglo, y especialmente en las últimas décadas, ha sido tan espectacular que ha puesto al servicio del hombre una potencia nunca antes imaginada, y que, de ser utilizada adecuadamente, podría liberar a la humanidad de la miseria. Lamentablemente, esta tecnología, en sí maravillosa, está íntimamente vinculada a la técnica de matar, y ha contribuido a crear una situación peligrosísima, en la que unos pocos hombres, poquísimos, pueden en unos instantes provocar la destrucción total del género humano casi con sólo apretar algunos botones.
No es posible ya permanecer ajeno a este lamentable fenómeno de la acumulación masiva de artefactos bélicos: aunque paralizaran ya la producción de armamentos, la capacidad destructiva acumulada en estos momentos es suficiente para hacer saltar al mundo en pedazos en caso de cualquier enfrentamiento futuro. Un dato sólo bastará; el Pentágono norteamericano ha calculado que con 400 megatones sería capaz de destruir el 70% de la industria soviética. Los almacenamientos atómicos que poseen todas las potencias se calculan entre 500.000 y 100.000 megatones. Como con medio kilo de TNT es suficiente, para matar a un ser humano, queda evidente que se ha almacenado una capacidad destructiva con la capacidad teórica de acabar con toda la humanidad unas 250 veces, en el caso más desfavorable.
En caso de desatarse una conflagración generalizada, España difícilmente iba a poder mantenerse al margen de la destrucción. Hay material nuclear estacionado en nuestro territorio, y además la situación geográfica de la Península la convierte en zona estratégica anhelada por cualquier contendiente.
Es importante, pues, que el ciudadano español comprenda su vinculación a los acontecimientos de la política internacional y asuma su pequeña parcela de responsabilidad dentro de ésta.
Lamentablemente, y por razones posiblemente inherentes a la estructura misma de la colectividad humana internacional, las relaciones entre los Gobiernos son de poder, de fuerza y, en definitiva, de hegemonía. Pero las relaciones entre los pueblos no pueden ser de este tipo, porque ello iría en contra de los intereses más primarios de los hombres. Y precisamente por esto es importante que los ciudadanos asuman su parte de responsabilidad en lo que concierne a las relaciones entre habitantes de las distintas circunscripciones políticas. Son las fuerzas políticas, económicas, sociales y culturales, a pequeña escala, las que están en mejores condiciones de conseguir que los contactos respondan a esa necesidad de colaboración, de ayuda técnica y cultural, que puede dar paso a la convivencia y a un nivel óptimo de relaciones internacionales.
Si queremos impedir el aislamiento mutuo de las estructuras de decisión de los diversos países, hemos de mantener una postura firme de coexistencia y apoyo, basándonos en principios de solidaridad y justicia.
Los gastos de armamento
Que esa sociedad difícilmente se logrará de seguir el actual derroche en armamentos es algo evidente, a la vista de los datos proporcionados por el Centro de Desarme de la Oficina de las Naciones Unidas en Ginebra. En octubre de 1979 se publicaron las siguientes cifras, relativas a los costes de la carrera de armamentos:
«El gasto en armamentos, a nivel mundial, está actualmente alrededor de los 400 billones de dólares USA (unos 27.200 millones de pesetas) anuales: más de mil millones de dólares (67.000 millones de pesetas) diarios. Desde el final de la guerra mundial, los costes directos de la carrera de armamentos han sobrepasado los 6.000 billones de dólares (402.000 billones de pesetas). Aproximadamente, tanto como el producto nacional bruto de todo el mundo en 1975. Si la mitad de los fondos gastados en armamento desde 1970 a 1975 se hubiesen invertido en el sector civil, la producción anual durante ese período hubiera sido unos 200.000 millones de dólares más de los que fue (más que el producto nacional bruto de Asia suroriental y la región centroafricana juntas, dos regiones de gran pobreza, con una población total de más de mil millones de habitantes).
Cada año, las actividades militares mundiales absorben alrededor de dos tercios del producto nacional bruto de la suma de los países que componen la mitad más pobre de la población mundial.
El 75% de los gastos militares mundiales corresponden a seis países: Estados Unidos, Unión Soviética, China, Francia, Inglaterra y la República Federal de Alemania. Estos mismos seis países controlan el 90% de las exportaciones militares, el 95% de exportación de armas de gran capacidad destructiva a los países en vías de desarrollo y entre el 96 y el 97% de la investigación y desarrollo con fines militares».
La cifra de submarinos nucleares que se estima existen actualmente es de 278, cantidad que puede parecer pequeña pero que ascíende a extremos siderales si lo que consideramos es el coste de esa cantidad de submarinos, pues, según el Instituto Internacional de Investigaciones sobre la Paz, el precio de uno de estos ingenios militares es nada menos que de 1.700.000 dólares, por lo que el importe total de lo invertido hasta este momento en ese medio de destrucción ancanza la muy respetable cifra de alrededor de 109,000 millones de pesetas.
El significado de estos datos a escala mundial se puede comprender mejor si lo relacionamos con los costes de bienes necesarios, y en la mayor parte de la tierra escasos, o incluso a veces inexistentes.
- Un tanque cuesta 500.000 dólares (33.500.000 pesetas), el equivalente a 520 aulas de estudio.
- Un bombardero aeropropulsado cuesta veinte millones de dólares (134 millones de pesetas), el equivalente a la creación de 40.000 farmacias rurales.
- Un destructor cuesta cien millones de dólares (670 ffiillones de pesetas), lo que equivale a la electrificación de- trece ciudades y diecinueve zonas rurales con una población de nueve millones.
- Cada dos días, el mundo gasta en armamento el equivalente al presupuesto anual de la Organización de las Naciones Unidas y todas sus agencias especializadas.
El consumo de hidrocarburos líquidos con fines militares, a nivel mundial, está entre los 700 y los 750 millones de barriles anuales -el doble del consumo anual de toda Africa y, aproximadamente, un 3,5% del consumo mundial-. Y esta cifra, proporcionada por un informe de la ONU, excluye los productos del petróleo utilizados en la producción de armas y equipo.
La investigación y desarrollo de la industria militar mundial absorbe alrededor de diez veces la capacidad tecnológica y científica de todo el Tercer Mundo.
Mientras tanto, el hambre y la míseria siguen azotando a nuestros congéneres.
Se calcula que en Latinoamérica mueren más de mil niños diariamente por falta de alimentación, y que cada minuto mueren cuatro personas que, en otras circunstancias (es decir, debidamente atendidas), podrían salvarse. Y, sin embargo, los gastos militares de los países subdesarrollados se han doblado en cinco años. Según Vittachi, en la India se necesitarían crear mil clases diarias cada día y durante los próximos veinte años para atender debidamente a las necesidades escolares de este país, y para atender a sus necesidades hospitalarias sería necesario crear mil camas de hospital diariamente, desde ahora y en los próximos veinte años, y 10.000 unidades de vivienda, desde ahora y durante los próximos veinte años, para poder dar casa a toda su población. Y, sin embargo, la India gasta grandes cantidades en armamento, e incluso ha llegado a fabricar su propia bomba nuclear, como se sabe, costosísima.
Mientras tanto, un solo submarino nuclear supone cuatro veces más que todo el producto nacional bruto de la República Centroafricana, incluyendo los miles de diamantes del agraciadamente desaparecido sátrapa Bokassa; un poquito más de esa misma magnitud relativa a Madagascar; un poco menos del de la República Arabe del Yemen y alrededor de la mitad también del producto nacional bruto de la República de Guinea Conakry.
Es curioso destacar que el 80% de los gastos en armamento, a nivel mundial, es precisamente el realizado por los países firmantes del acta final de Helsinki.
Los donativos mundiales
La gran potencia política y económica controla.da por los países europeos y Estados Unidos es evidentemente origen de la mayor parte de ese desatino económico y social que se esconde tras las cifras anteriores.
Y Madrid va a ser, dentro de pocos meses, ciudad anfitriona de una nueva reunión entre los representantes de los Gobiernos de esos países. Una reunión, por otra parte, objeto de polémica entre los grandes y que podría fácilmente convertirse en estéril si no se consigue una atención equilibrada a todos los «cestos» sobre los que se llegó a acuerdos en Helsinki y los participantes renuncian a tratar sólo aquel o aquellos mediante los cuales puedan acusar a sus oponentes ideológicos de no respetarlos.
Teniendo en cuenta la delicadísima coyuntura internacional que estamos viviendo ahora, es difícil pensar que el ciudadano español, y más especialmente el habitante de Madrid, pueda ver esta ocasión transcurrir sin sentirse de algún modo implicado en su desarrollo, sin querer influir de alguna manera para que prime un clima de entendimiento y distensión que lleve a concertaciones imprescindibles para la consecución de avances en el terreno del desarme y la colaboración científica y técnica previstos en Helsinki, y sin los cuales sería difícil sentar las bases para una convivencia internacional que evite el holocausto.
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