Jornada novelesca para Graham Greene
"Escribo como escapismo"
Un Graham Greene de aspecto saludable y con gesto algo contrariado -que no tardó en volverse amable- recibió a los periodistas que, convocados por el anfitrión y buen conocedor del escritor, Enrique Tierno Galván, le esperaba en la sede del ayuntamiento madrileño.Saludos, sonrisas y disculpas: «el señor Greene ha sufrido un desagradable incidente. Perdonen la tardanza», explica el alcalde. Y los ánimos curiosos allí presentes se enteran de que el autor de tantas obras de espías acaba de vivir en su tercer día en Madrid un episodio digno de cualquiera de sus novelas: tres personas irrumpen violentamente en la habitación del hotel donde se hospeda y, cuando trata de echarlos fuera, lograron una foto de Graham Greene en un arrebato de malas pulgas.
Surgen las especulaciones en torno a los protagonistas del hecho, pero el profesor Tierno intenta despejar las dudas: «Los periodistas españoles serían incapaces de realizar un asalto así». Y el novelista pone los mismos ojos de sorpresa cuando oye el relato del episodio que cuando se entera del enorme éxito de sus libros en este país y de la estima popular hacia su figura.
El conocimiento no es recíproco, y Greene confiesa que, de la literatura en habla hispana, sólo conoce bien a García Márquez, Neruda y Borges. Por este último siente una gran admiración y comenta que no deberían concederle el Nobel sin que antes se lo hayan dado al escritor argentino. No obstante, y como a nadie le amarga un dulce, no le importaría pillar la bonita suma del premio. Aunque, «señores, una buena crítica es la mejor recompensa». Porque escribir es un oficio muy duro; «escribir es un escapismo para mi vida de hombre solitario».
Sin embargo, quienes le conocen de cerca dicen que Graham Greene no vive tan solitario, que hay a su lado una joven presencia femenina. Y también dicen que su casual conversión al catolicismo fue al contraer matrimonio, allá por los años veinte.
Graham Greene, que se declara a sí mismo socialista afectivo, muestra un cierto cansancio cuando se le interroga una y otra vez sobre sus convicciones éticas, sobre sus dudas, sobre sus trabajos como agente («que no, yo era funcionario») del servicio de inteligencia británico. Pero en absoluto da señales de cansancio físico. Son 75 años de vida intensa los que lleva a la espalda el señor Greene. «Señor Greene, pruebe la tortilla española», «señor Greene, pruebe el jamón español», le dicen solícitos quienes le rodean en la recepción. Pero él no quiere comer, prefiere su whisky y sentarse tranquilamente a conversar. «España ha cambia do en los últimos años. Los extranjeros lo notamos más, como cuando se vuelve a encontrar a una mujer a la que no se veía desde hacía mucho tiempo. Si ves a alguien todos los días no aprecias los cambios de su cara».
Al novelista no le agradan mucho las fotos. Alguien comenta que esa debe ser la razón de la poca variedad de imágenes suyas. Aunque, para quienes quieran rastrear en sus rasgos, no hay nada mejor que bucear en las andanzas de sus personajes. Al margen de su autobiografía oficial, hay muchos trocitos de Greene en sus veintitantas novelas, en sus cinco obras de teatro, en sus ensayos y libros de viaje, en sus miles de artículos.
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