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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El eje París-Bonn

LO QUE más importa del viaje que realiza Giscard d'Estaing por Alemania es su condición de gran espectáculo, el deseo por las dos partes de que sea ostensible, llamativo, extraordinario. Las relaciones y consultas entre los dos países son desde hace tiempo intensas, las entrevistas entre el jefe de Estado de Francia y el de Gobierno de Alemania Occidental menudean, se repiten cada vez más. Se trata ahora de mostrar al mundo que esas relaciones especiales, que inauguró De Gaulle con una visita a Adenauer el 4 de julio de 1963, tienen una importancia real y suponen un factor nuevo en las relaciones internacionales.Ese factor se está llamando, tal vez con impaciencia, con adelanto sobre la realidad, el eje París-Bonn. Está compuesto, de unas realidades y de unas fantasías que se dejan correr. Entre estas fantasías deliberadamente emitidas está la de que Europa -este fragmento de Europa- podría tener su propia defensa con el arma atómica que ha desarrollado Francia, incluso con la bomba de neutrones, que estaría a punto de fabricar. No parece fácil que la RFA, a la hora de elegir armas extranjeras, prefiriese las francesas a las americanas, a menos que participase en su fabricación y en su control, pero tampoco parece fácil que Francia confiase sus secretos militares a Alemania Occidental o los compartiese con ella.

Aparte del futuro imaginado, la estrecha unidad de acción entre los dos países está funcionando ya en el sentido de un desprendimiento de la dirección de Washington. No es nuevo: en la entrevista De Gaulle-Adenauer se habló ya del desafío a Estados Unidos, que Adenauer acogió con mucha reserva porque su dependencia -personal y nacional- era entonces muy grande; pero una política lenta y paciente de sus sucesores, especialmente de los socialdemócratas -la apertura al Este, las relaciones con la otra Alemania, la recuperación económica- ha ido aumentando su grado de independencia, al mismo tiempo que ha ido creciendo el grado de peligrosidad en la subordinación a Estados Unidos: tanto por el señorío de la guerra que tiene Washington como por la dirección económica general, que muchas veces no tiene en cuenta el interés de cada uno de sus aliados.

En las palabras que intercambian sin cesar estos interlocutores -en francés y en alemán, exclusivamente, y este es un dato más del espectáculo creado, puesto que hasta ahora en estas cumbres se utilizaba por las dos partes el inglés como idioma intermedio- este independentismo es ostensible, pero cuidadosamente expresado. En cambio, se insiste en la condena a la actitud soviética en Afganistán y en otros puntos de separación con respecto a la URSS, procedimiento con el que se muestra que cualquier alianza: circunstancial o profunda no se apartará de los principios generales de occidente. La URSS no hace hincapié en este tema al comentar la entrevista; le interesa, sobre todo, que se produzca el aislamiento de Estados Unidos, y para ello ha dado ya toda clase de facilidades diplomáticas a los dos países. Fue Francia la primera nación a la que comunicó su idea de retirarse de Afganistán, y la RFA la primera que supo que estaba dispuesta a negociar la cuestión de los misiles en Europa. Como también Breznev y Schmidt hablaron de la necesidad de contener a la OTAN en sus límites actuales: concretamente del interés soviético en que España no participe.

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Todo ello crea el malestar consiguiente en otros sectores mundiales. En Estados Unidos, en primer lugar, aunque hasta ahora los comentarios oficiales hayan sido matizados (se espera, sin duda, el comunicado final); en la OTAN, que ve un peligro real de división dentro de su propio bloque militar, del que Francia ya se separó en un momento dado. Y de unos países europeos menores en potencia y en riqueza (sobre todo, Gran Bretaña) que pueden ver una línea hegemónica continental en este supuesto eje. El esfuerzo que realiza, sobre todo, Francia -no por más comprometida, sino por más activa en la propagación- consiste en explicar a esos países que es el momento de seguir una línea europea y no americana. Ya se ha dicho aquí mismo que una de las dificultades francesas con España, o alguno de los medios de presión que intenta utilizar, es porque España parece ahora demasiado comprometida con Estados Unidos para esos propósitos; mayor es el distanciamiento de París con Lisboa, como no ha dejado de expresar el Gobierno portugués con motivo de la fugaz visita de Barre a Madrid.

La importancia de este intentó se mide considerando su raíz histórica: son diecisiete años de profundización, de continuidad, lo que hace que lo que ahora se produce no deba considerarse solamente como una respuesta de mera actualidad o simplemente coyuntural al accidente político de Carter y a su carrera electoral, o a los sucesos de Irán y Afganistán.

Todo ello afecta mucho a España, incluso más de lo que afecta a otros países continentales, por la situación en que se desarrollan nuestras relaciones económicas y políticas internacionales y porque de España se está hablando concretamente en estas conversaciones, y porque en Madrid se ha de celebrar la Conferencia de Seguridad y Cooperación Europea, donde todo este temario puede tener un gran desarrollo y quizá alguna explosión más o menos controlada.

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