La serpiente de verano y el congreso del otoño
ESTA LARGA semana de rumores, intoxicaciones informativas y réplicas sibilinas, en que la Prensa ha desempeñado el papel de frontón en una partida de trinquete y los llamados fontaneros de la Moncloa y el vicepresidente del Gobierno han saltado como contrincantes a la cancha, no es sino un episodio más de la prolongada y larvada crisis del partido del Gobierno. Utilizando la Prensa para sus fines, el equipo que flanquea al presidente del Gobierno ha lanzado una ofensiva de verano contra el señor Abril Martorell, quien, a su vez, ha contraatacado con su habitual estilo (dicho sea en su honor) de hombre resistente a las críticas. Los defectos y los errores del vicepresidente del Gobierno no son un secreto para nadie, entre otras cosas porque su esforzada disposición a hablar en público -aunque lo haga mal- y a dar la cara -aunque sea para recibir bofetadas- le han colocado siempre bajo los focos de la opinión pública. En este sentido, su comportamiento en los plenos del Congreso de mayo merece algo así como una medalla al valor, con independencia de las críticas: que pudieran suscitar su galimatías sobre el diálogo Norte-Sur o sus intervenciones de réplica a los portavoces de la oposición. Desde estas mismas columnas hemos tenido también ocasión de señalar que su estilo persona lista de gobernar, su resistencia a delegar competencias y su incapacidad para trabajar en equipo han sido alta mente negativos para la instrumentación y coordinación de la política económica. Un Estado moderno y una sociedad compleja no resisten los devastadores efectos del «esto lo arreglo yo en cinco minutos», que el señor Abril ha prodigado lo mismo para asuntos de alta política que para las negociaciones de un sector en crisis. La crisis ministerial de mayo hubiera podido ser la ocasión para redimensionar a Abril en su posición dentro del Gobierno y del partido. La ocasión, sin embargo, fue desaprovechada. Y no es seguro que haya sido el propio Abril el principal beneficiado.
Si bien el actual vicepresidente es escaparate de carencias y equivocaciones, cosa que se halla mucho más dentro de los hábitos democráticos que las recámaras cerradas bajo siete llaves de algunos de sus adversarios, resulta difícil negar sus méritos durante la etapa constituyente y su voluntad para concebir los asuntos políticos nacionales de forma global y a plazo largo. Su torpeza expresiva parlamentaria no logra ocultar del todo el convencimiento y la honestidad subjetiva de sus razonamientos. Y su anárquica forma de concentrar poderes para dirigir la política económica, incompatible con el funcionamiento racional y objetivo de la Administración pública de un Estado moderno en una sociedad compleja, no invalida ni su imaginación para el planteamiento o la solución de otras cuestiones ni la eficacia de sus métodos en otros terrenos. Por ejemplo, es dudoso que la Constitución hubiera llegado a plasmarse con el consenso de todos los grupos parlamentarios si Abril no hubiera desplazado a Lavilla de la responsabilidad de UCD en las negociaciones con la oposición en torno al anteproyecto.
En cualquier caso, la soterrada polémica entre el equipo de la Moncloa y el vicepresidente más parece una cortina de humo o un divertimiento de maquiavelos de hojalata que un debate de ideas o un enfrentamiento de opciones. Porque no es serio que la política nacional, dos meses después del último reacomodo ministerial, se abra de nuevo a las interrogantes e incertidumbres de otra crisis que bien pudiera concluir, como la anterior, en un parto de los montes. Lo que sucede, y lo que se aparenta que sucede, debe ser enmarcado, para poder ser entendido, en la descomposición del partido del Gobierno y en la voluntad del presidente Suárez de atajar la gangrena cuanto antes. Lo demás son juegos de artificio, maniobras de diversión o serpientes de verano.
Pues lo que hoy preocupa en la calle no son las dreas y navajazos entre Abril y los fontaneros, sino la necesaria redefinición de Unión de Centro Democrático. Los graves problemas que nuestro país afronta, desde una política económica capaz de frenar la inflación sin despeñarnos hacia un paro galopante hasta una estrategia definida del proceso autonómico, pasando por la erradicación del terrorismo, la clarificación de nuestra política exterior, la garantía efectiva de las libertades y la afirmación del poder civil, precisan para ser resueltos una acción de Gobierno no sólo firme, sino también consciente de los objetivos que se propone cubrir y respaldada por una mayoría parlamentaria estable y coherente.
A diferencia del pasado, el poder ejecutivo no es sólo el demiurgo del partido gubernamental, sino que también depende, en mayor o menor medida, de las corrientes y tendencias que contribuyeron en su día a formarlo y hoy a mantenerlo con vida. La tentativa de crear una especie de guardia presidencial, con el nombre de jóvenes turcos, muestra bien a las claras la añoranza de la época en que el. poder no era de un partido, sino que tenía un partido. Pero no es seguro que los recursos, todavía considerables, del aparato del Estado sean ya suficientes para imponer a la sociedad un modelo de partido proyectado en las recámaras de la Administración por los alquimistas de turno.
El Congreso de UCD, cuya celebración está prevista para el próximo octubre, puede ser la ocasión para que todas las tensiones y conflictos que ahora se nos presentan bajo el disfraz de pugnas entre camarillas o de celos personales afloren a la luz. En este sentido sería infinita mente mejor para UCD y para todo el país que las corrientes y tendencias del partido del Gobierno discutieran a la vista de todos sobre ideas y sobre programas, sobre estrategias a largo plazo y sobre política de alianzas, a que persistieran en alimentar serpientes de verano como la polémica de esta semana, que, a diferencia del culebrón escocés, sólo consigue atraer la atención de la opinión mediante intoxicaciones filtradas desde arriba. En ese congreso, los llamados barones de UCD, demasiados acostumbrados a verlas venir y a esperar que el desgaste de unos y las luchas fratricidas entre otros les despeje de obstáculos el camino hacia el poder, tienen una cita inaplazable con sus electores y con la sociedad española. Porque ya va llegando la hora de que los adversarios del presidente Suárez y los críticos del señor Abril dentro de UCD dejen de murmurar en privado sus quejas y muestren sus cartas.
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