El ecumenismo, eje de la visita de Juan Pablo II a Porto Alegre
«El camino de la Iglesia es el hombre», dijo Juan Pablo II en el encuentro de Porto Alegre, en la noche del viernes, con los representantes de las confesiones cristianas no católicas -eje de su visita a esta ciudad- durante una manifestación ecuménica. En Porto Alegre, el papa Wojtyla fue recibido al grito de «Papa, gaucho, tú eres nuestro rey». Juan Pablo II se divirtió mucho con aquel entusiasmo desbordante.
Reía y repetía al micrófono: «Sí, el Papa es gaucho». No dijo que era rey, aquí está escuchando por todas partes, incluso entre los metalúrgicos.Los observadores brasileños afirman que se trata de un elogio cariñoso, que también la madre le dice a su niño: «Eres mi rey», y que es una parte de la carga de afectividad de este pueblo, que a quien ama le dice todo «lo más grande». En esta ciudad del sur de Brasil, que equivale a nuestro Norte, y que está viviendo en este mes sus días más fríos del invierno, el Papa tenía que concentrarse, según el programa organizado por los obispos, en el tema del ecumenismo.
Aquí, en Porto Alegre, el encuentro ecuménico tuvo un carácter particular, porque desde 1978 en Brasil se está organizando el Consejo Nacional de las Iglesias Cristianas. Se trata de una experiencia muy eficaz, ya que en este país, donde el 5% de la población posee el 40% de la riqueza, también las iglesias no católicas viven con mayor tesón la exigencia evangélica del diálogo con las masas de los pobres. Forman parte del Consejo Nacional Ecuménico, a cuyos representantes recibió el Papa, la Iglesia evangélica luterana, la Iglesia episcopal, la Iglesia metodista y la Iglesia reformada húngara. El representante de la Iglesia católica es Ivo Lorscheider, presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil, un hombre muy abierto.
Cordialidad fraternal
A pesar de que este encuentro, que debía haber sido el central de la visita a Porto Alegre, se celebró en las últimas horas de la jornada, con mucho retraso, y sólo pudo durar poco más de una hora. Los representantes protestantes no quedaron insatisfechos y el clima fue de fraternal cordialidad. Hubo abrazos y bromas recíprocas.El Papa recordó, como en otros encuentros ecuménicos, que el camino de la unidad no se puede hacer al precio de la renuncia a las verdades que cada iglesia considera fundamentales e inamovibles. Pero aquí puso el acento, sobre todo, en la importancia del encuentro y diálogo de católicos y protestantes para la lucha contra la injusticia y en la defensa de los derechos del hombre.
El Papa alabó el trabajo común en Brasil entre la Iglesia católica y las iglesias protestantes «en la defensa y promoción de los hombres y mujeres, especialmente de los más pobres y abandonados, a los cuales la sociedad actual tiende a marginar y a abandonar a sus propios medios, como si no existiese o como si su existencia no contase».
Por su parte, los protestantes, en un documento conjunto de sus iglesias leído por Arthur Cratz, primado de la Iglesia episcopal de Brasil, afirman que «frente a las realidades de pobreza y de miseria vividas por la mayoría de nuestra gente, las iglesias cristianas, independientemente de sus diversas convicciones, están llamadas a dar un testimonio profético, valiente y abierto en la lucha por la justicia social y los derechos humanos fundamentales del pueblo de Brasil».
Este resultado positivo del ecumenismo brasileño, afirmaban ayer algunos observadores católicos, es el resultado de una Iglesia que «se preocupa más de la lucha por ¡ajusticia que de lucubraciones teológicas». Y añadió: «Aquí estamos tan metidos en la defensa de nuestro pueblo que hasta nos olvidamos, mientras trabajamos y predicamos el Evangelio a los pobres, que nuestras iglesias siguen aún absurdamente separadas».
Entusiasmo masivo
El Papa sigue su viaje recogiendo por todas partes sentimientos de entusiasmo. Todos dicen que es simpático y «moito lindo». Hay gente que llora y hasta se desmaya porque no logra ver al Papa después de esperarlo durante horas en la calle, como los que estuvieron toda la noche esperando en la estación de ferrocarril de Sâo Paulo porque la radio había anunciado que, debido al mal tiempo, el Papa tenía que ir al santuario de la Aparecida en tren y no en helicóptero.Hasta ahora no ha habido accidentes graves. Los médicos afirman que han asistido a miles de personas, pero no ha habido muertos. Se ha tratado sólo, afirman, de cuestiones de nervios y desmayos. En el santuario de la Aparecida, a la llegada del helicóptero, una mujer, de la emoción, empezó a dar a luz, y tuvieron que asistirla allí mismo. El niño que nació se llamará Juan de Dios, como aquí llaman al papa Wojtyla, el cual aguanta muy bien, después de la primera semana, un programa que los periodistas que lo siguen afirman que es «de infarto de miocardio». Toma sólo algunas pastillas de un concentrado vitamínico. Y sólo alguna vez el médico ha tenido que echarle unas gotas de colirio en los ojos, que los tiene a veces muy rojos.
Los comentaristas políticos subrayan en sus editoriales de los principales periódicos que el Papa está apoyando a una Iglesia muy empeñada en la lucha social, según la doctrina social de la Iglesia en su mejor edición. Y esto, afirman, es porque el Papa quiere evitar que este continente caiga en manos o del comunismo o del totalitarismo fascista.
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