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El viaje de Juan Pablo II saca a la superficie el conflicto social en Brasil

Juan Arias

La visita de Juan Pablo II a Brasil, que hoy comienza su sexta jornada, evidencia cada día más la envergadura de la cuestión social y sus conflictos en la actual situación brasileña. Las apariciones públicas del Papa ante millones de brasileños se ven acompañadas por manifestaciones públicas en las que se ponen de relieve las desigualdades sociales y económicas en este país, uno de los más ricos del continente americano.

Carol Woityla quiso recibir, antes de abandonar Sâo Paulo, a una comisión de sindicalistas, encabezada por el célebre dirigente sindical Luis Ignacio de Silva, más conocido bajo el seudónimo de Lula. Fue toda una empresa, porque se trató de impedir a toda costa este acto, alegando el cansancio del Papa. Los obispos insistieron, afirmando que no eran los militares quienes debían decidir sobre el cansancio de Juan Pablo II. Estos líderes sindicales le entregaron al papa Wojtyla un documento muy duro de condena de la represión.Llamando al Papa «compañero Juan Pablo II, obrero de Dios», afirmaban, entre otras cosas: «En el momento en que el movimiento obrero brasileño avanza hacia una sociedad justa y libre, el Gobierno autocrático reprime a los trabajadores, interviene en nuestros sindicatos, despide a nuestros dirigentes, apoya las intransigencias de los dueños, convierte el Ministerio del Trabajo en un ministerio del capital, nos impide la huelga, responde nuestras reivindicaciones con las bombas, la cárcel y hasta con el asesinato de los trabajadores».

En otro lugar afirma el documento -que el Papa se ha llevado en su maleta-: «No es justo trabajar doce o trece horas al día mientras se gana diez veces menos que un obrero europeo. No es justo que los menores de edad reciban por el mismo trabajo la mitad del sueldo. No es justo que equivalga a un aviso de despido el que una mujer trabajadora quede embarazada. No es justo que a los 35 años se nos considere viejos para la actividad productiva». Y añadió: «En la Iglesia perseguida por la causa de la justicia y comprometida con la libertad integral de nuestro pueblo, nosotros reconocemos el verdadero rostro de Cristo anunciado por el Evangelio».

Aunque algunos de los sindicalistas cristianos criticaron ayer el discurso del Papa, considerándolo «demasiado genérico y reformista», la impresión general es que el encuentro del papa Wojtyla con más de 100.000 obreros en el estadio de Sâo Paulo, lleno hasta la bandera, quedará como algo histórico.

Todo el mundo resistió más de dos horas bajo la lluvia. El Papa, bajo un paraguas, abrazó al metalúrgico Waldemar Rossi, a quien no se le permitió leer todo el discurso, ya aprobado por los obispos. Pero los párrafos que leyó fueron suficientes para crear una situación límite por el hecho que un Papa escuchara una denuncia tan dura contra el régimen, ante aquella marea de trabajadores que empezaron a gritar a todo pulmón: «¡Libertad, libertad!», cuando Rossi leyó su contenido.

«Queremos que el trabajador rompa esa barrera impuesta por el sistema político que nos gobierna y que, saliendo de su pasividad, se transforme en agente de transformaciones sociales», decía el texto. En uno de los párrafos no leídos afirmaba el metalúrgico que en 1975 había sido torturado en la cárcel: «Reivindicarnos menos jornada de trabajo, luchamos para obtener mejores condiciones de trabajo, somos seres humanos, hijos de Dios y no piezas de recambio de la industria capitalista». Y añadía: «Luchamos hoy en Brasil por salarios menos injustos y queremos recordar que tenemos salarios de hambre, porque en 1965 eran necesarias 88 horas de trabajo para la adquisición de lo mínino indispensable para que una familia de cuatro personas viva. Hoy son necesarias 153 horas de trabajo para poder sobrevivir. Sueldos de hambre crean condiciones precarias de vivienda, de higiene y, de salud y causan enfermedades que aceleran la muerte. En el Estado de Sâo Paulo, de cada mil niños que nacen 67 mueren de desnutrición antes de cumplir un año. Son seres humanos, compañero Juan Pablo II, hijos de Dios, hijos nuestros», añadía el texto. Y casi se echó a llorar cuando leyó los nombres de los compañeros trabajadores «asesinados».

El mismo anunció en el estadio que el discurso completo lo entregaba al Papa y a la Prensa, la cual lo publicó ayer íntegramente, junto con el de los diez sindicalistas. El Papa, en su discurso, pidió también sueldos más justos para los obreros y recordó que «el poder se legitima sólo cuando promueve el bien común».

Desde Sâo Paulo, el Papa voló al santuario mariano de Aparecida patrona de Brasil, para bendecir ante un millón de devotos, el nuevo santuario, que será el mayor templo mariano del mundo. Le habían pedido que fuera en tren por el mal tiempo, pero él quiso ir en helicóptero. A mitad de camino, el piloto se vio obligado a realizar un aterrizaje de emergencia. Y llegó al santuario con una hora de retraso. Algunos obispos temían que este encuentro pudiera estar demasiado impregnado de fanatismo y de superstición.

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