Los padres, ante la educación
A lo largo de los últimos meses hemos venido asistiendo a un espectáculo que, si bien nos ha hecho reír y llorar, empieza ahora a cansarnos. Es como una de esas películas demasiado largas, en las que el director no sabe ya cómo terminar. Se producen situaciones ridículas, aparecen personajes que ya no podemos comprender para qué y, además, no encontramos ya al bueno del filme. Aunque también puede suceder, que el bueno no lo fuese, y surja con la caída del telón, un Fin inesperado que nos sorprenda.Este es el panorama de la enseñanza, la impresión que nos producen ciertas declaraciones, la beligerancia por un algo y un por qué, que nos gustaría conocer, aunque como en el cine, nos lo hace sospechar la sucesión de escenas. Algunos empezamos a buscar la explicación en la historia, creyendo que es ahí donde está, pero quizá también lo hacemos por una mezcla de vergüenza y pudor, que nos aconseja no patear el espectáculo de todos los días, convencidos de que también nos atañe y nos duele.
En toda nación o pueblo que se precie, se coloca la formación de sus ciudadanos por encima de otros planes de gobierno. Un ciudadano empieza a serlo, con pleno dominio de su capacidad, cuando en su estómago y en su cerebro se encuentra el alimento para poder vivir, y el conocer y el entender para poder pensar. Aquí, en España, coincide la crisis económica, que amenaza con echar al traste a la naciente democracia, con la crisis de la formación, y con el retraimiento, la reordenación y la desconfianza del Gobierno, hacia profesores, padres y alumnos, temeroso de la pérdida de un control político frente al conocimiento racional de nuestra realidad, ya sea por los adultos de hoy como por los de mañana.
Asistimos, desde el nacimiento de nuestra Constitución, a un paulatino recorte de la misma, como si de ese modo pudiesen resolverse los graves problemas que nos rodean, llegando a una interpretación de vía estrecha de los derechos y obligaciones, y haciéndonos purgar la culpa y tratando de enmendarla, de haber participado en un sueño de ilusión. O, tal vez, demostrando que no se participó y que es ahora cuando se debe de echar un jarro de agua fría. Pero señores, lo hacen ustedes tan mal, y con un lenguaje y modos tan impropios, que nos avergonzamos de verles y oírles.
¿Cómo si no debemos entender las palabras del señor Otero Novas, quien ante los señores senadores, dice, a raíz de la discusión sobre el director designado por la Administración, que en el Valle de Hebrón, en Barcelona, existe una escuela «autogestionaria», donde se mantienen relaciones sexuales en el centro, se tira a las alumnas por la ventana...? Pero, señor ministro, si esto fuese cierto, ¿dónde estaba usted? O es que, justamente, una vez que se enteró, ¿se creyó en el deber urgente e inmediato de informar al Senado? Ahora sucede, lo dice la Prensa, que se querellan contra usted por las acusaciones vertidas...
No queremos entrar en algo que parece estar sub judice, pero tanto nos preocuparía que fuese cierto, como incierto, teniéndole a usted como responsable de atajarlo.
Pero hay más cosas que nos preocupan. Hace un mes, en un programa de La clave, y por parte de una federación de asociaciones de padres afecta al Gobierno, se afirmó que en la escuela estatal hay material didáctico que está arrinconado por no saberlo utilizar. Nadie se rasgó las vestiduras, que nosotros sepamos, y de este modo se menosprecia al maestro de la escuela pública, cuando sabemos que no hay esos medios y que en muchos casos ni siquiera hay maestros. Cuando sabemos, la Prensa también lo dice, que los niños son sacados de su barrio y de su entorno natural, para llevarlos a colegios estatales que están a kilómetros, y no hablamos de los padres que los trasladan a colegios privados y por su propio deseo. Cuando sabemos que no hay suficientes centros de Formación Profesional ni de BUP. Que faltan gabinetes de orientación psicopedagógica y que se incumplen, por parte del Gobierno, las propias leyes que publica en el BOE sobre sanidad escolar. Nosotros pagamos -los padres- bibliotecas, material pedagógico y deportivo, idiomas, expresión corporal y plástica, psicopedagogía, seguro escolar y, si no hay más remedio, hasta la sanidad.
Y hay más cosas que nos preocupan. Maestros en paro, mientras el país tiene un nivel cultural y educativo bajo. Desatención a los derechos del enseñante. Retiro que parece quererse retardar hasta el sepulcro. Falta de reciclaje. Inexistente regulación de la enseñanza de cero a seis años y del profesorado de la misma etapa.
Por ahí se dice que, en Madrid, están cubiertas todas las necesidades de plazas escolares de EGB. Que no hay dinero para más. Y nosotros nos preguntamos que, ¿qué plazas están cubiertas, las de la escuela pública o las de la privada? Y acaso, no pretenden ustedes meter en la escuela estatal a cuarenta niños por aula? ¿Conocen ustedes las normas internacionales al respecto?
Cuando un colegio se cae es preciso formar un dossier de veinte escritos a distintas autoridades que debieran estar implicadas, darlo a conocer por prensa y radio y, al final, sorprender, al año, al concejal del partido del Gobierno en el barrio, para que él se lo pida y transmita al delegado correspondiente, también del mismo partido. Al final, parece que sí, que el colegio se rehace, y lo han hecho ustedes, sí, pero.... y ¿si se cae a los seis? ¿No lo habrían hecho ustedes también?
A lo largo de este año, hemos oído que los gabinetes de orientación psicopedagógica eran un derroche, dicho en los debates sobre el Estatuto de Centros Docentes, mientras que ahora, empezamos a ser conscientes del grave problema que representa el fracaso escolar, con porcentajes que nos tememos superen el 30%. Y de este modo se derrochan alumnos y plazas, y, sobre todo, se carga a los chavales de frustración.
Ustedes crean la figura del director, elegido por la Administración en los centros del Estado. Administración en la que están ustedes, y de este modo acercan la España de hoy a la del siglo pasado, donde Gobierno de turno era sinónimo de fieles, y cada cual con los suyos. Así se erigen en árbitros de los métodos educativos y de este modo muestran su desconfianza en el profesorado y en su capacidad de elegir al mejor y más apto, a no ser que ustedes, los señores que gobiernan, piensen que cuando se elige, no se elige al mejor.
Ahora nos vienen con la ley Friedman, de Financiación de Centros Docentes. Mal momento han elegido, les falta credibilidad. A nosotros lo que nos preocupa y no entendemos es que, si la enseñanza no es un negocio, llegará un día en que las auditorías deberán investigar lo que se hace con los fondos públicos, que nosotros pagamos y ustedes administran. Lo que nos preocupa es como se van a arreglar para ello, porque suponemos que en estas pequeñas empresas que serán los colegios, se deberá incluir las partidas lógicas de «publicidad y propaganda», «relaciones públicas», etcétera, y la libre competencia la financiaremos todos.
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