El ensayo de nuevos medicamentos
El tema está en la calle. Los comentarlos más bien sensacionalistas, denunciando que se utiliza a los pacientes como animales de experimentación, pululan en periódicos y en revistas. Este es un tema que, aunque ahora aflora al gran público, se nos ha planteado ya hace muchos años en lo íntimo de la conciencia a los médicos, que de alguna manera hemos buscado el progreso en el arte de curar. Un medicamento se estudia, se sintetiza bioquímicamente y se ensaya en complicadas pruebas animales, perfectamente establecidas y normalizadas, que constituyen en sí mismas una gran parte de la ciencia médica moderna. Pero el animal no es el hombre. Por muchas garantías que tengamos de eficacia de acción y de ausencia de peligros en una determinada sustancia -aplicada a ratas, ratones, cobayas o conejos-, siempre, al saltar de su empleo en el laboratorio al uso en la clínica humana, hay por lo menos una mínima interrogante. El hombre no es físiológicam ente idéntico a los animales; en muchas de sus correlaciones y funciones se parece, en otras difiere bastante. Los especialistas en reproducción humana sabemos hasta qué punto la placentación hemocorial y el desarrollo de la fenomenología del embarazo son distintos en la mujer y en las hembras de los animales. Todo esto hace que nunca recetemos un medicamento por vez primera, por bien ensayado que esté, sin una ligera aprensión. Sin embargo, piénsese bien que si Ehrlich no se hubiera lanzado alguna vez a emplear el 606 en sujetos humanos, si no se hubiera ensayado por primera vez en una persona la quinina, o si Fleming no se hubiera atrevido a inyectar penicilina a un paciente con infección microbiana, las más grandes conquistas de la terapéutica se habrían perdido. Y por la ausencia de estos eficaces medios de tratamiento hoy día seguirían muriendo millares, quizá millones, de personas. Pero téngase bien en cuenta que por bien fundamentada que, esté una medida médica, bien sea nueva o bien sea consagrada por el uso, siempre el médico está expuesto a equivocarse. No se nos pida a los médicos infalibilidad absoluta, porque no la podemos dar. Si la sociedad insiste en esa máxima exigencia de la responsabilidad médica llevada hasta sus últimos términos, yo vaticino un fenómeno grave: nadie se atreverá a ejercer el arte de curar. Y la Humanidad se verá privada de médicos y de medios de tratamiento en un plazo más o menos largo.Esta es la cruda realidad de la cuestión. De alguna manera hay que afrontar este riesgo, mínimo si se quiere, pero riesgo al fin, de ensayar un producto. Pero examinemos la otra cara del problema; a lo que sí tiene derecho el paciente, y lo que ciertamente la sociedad debe exigir al médico, son tres premisas fundamentales antes de ensayar un producto nuevo:
1. Una razonable evidencia de que aquel producto es eficaz para tratar la enfermedad en cuestión.
2. Que haya sido probado previamente en animales de un modo correcto y amplio que permita reducir al mínimo los riesgos de su empleo humano.
3. Una profunda ética profesional, una exigencia del médico frente a su propia conciencia de no emplear más que aquellos medicamentos que comprende que razonablemente pueden curar y que están indicados. Y no hacerlo nunca sin una garantía eficiente de eficacia y de inocuidad.
Toda una ciencia, admitida como asignatura oficial en muchos planes de estudios médicos -por desgracia no en España-, la farmacología clínica, se ocupa precisamente de esto, de la investigación de la acción de los medicamentos en el organismo humano, contrastando así con la farmacología experimental, que estudia estos mismos remedios en los animales. Una farmacología clínica puramente empírica, sin una base científica basada en la farmacología experimental, no tiene razón de ser, pero, por otra parte, esta última no serviría de nada si sus conquistas no tuvieran como coronación la aplicación de aquella sustancia o medicamento al arte de curar del hombre.
Todo esto, que puede parecer reiterativo y hasta, si se quiere, «perogrullesco», hay que decirlo muy claro, porque la presión que se está ejerciendo actualmente sobre los médicós, denunciándoles como experimentadores insensatos y diciendo que se emplea a los pacientes como cobayas humanos, arriesga algo que es muy grave, que es el conducir a la investigación médica a un completo y total marasmo. Es necesario que las investigaciones sobre sujetos humanos se planifiquen cuidadosamente y que no se emprendan nunca sin la autorización de comités de investigación, que deberán existir en todos los hospitales, y en los cuales, especialistas en la materia a investigar, farmacólogos clínicos, toxicólogos y, por supuesto, médicos legistas y especialistas en deontología médica, digan la última palabra. Muchos planes, imprudentes o arriesgados, deberán ser rechazados, pero aquellos en los cuales el planteamiento es correcto, y el ensayo es razonablemente inofensivo, el ensayo debe ser permitido.
Falta, por fin, una última condición para la licitud de esta investigación clínica, y es el consentimiento del enfermo. Pero para que este consentimiento exista son necesarias dos cosas que, a su vez, van entrelazadas entre sí. Primera, que el paciente tenga completa conFianza en el médico que le trata; y segunda, que éste, a su vez, defienda al enfermo como a un ser que está encomendado a sus cuidados y, por tanto, a su tutoría física y moral. La deshumanización de la medicina moderna es la que hace que, por un lado, el médico olvide al pacientecomo a un serhumanoy como a un semejante, y lo considere un número más de una estadística de casos a curar. Por otro lado, esta misma deshumanización hace que el enfermo pierda la confianza en el médico que le trata y no se entregue a él con esa absoluta tranquilidad con que los hombres sabemos entregarnos a los seres a quienes amamos y de los que sabemos a ciencia cierta que nos aman también.
Solamente sobre estas bases de mutua confianza, de mutuo respeto y de probidad científica y moral, podremos continuar adelante con esta tarea de perfeccionar más la medicina rnoderna. De esta forma, algún día llegaremos a descubrir el remedio contra el cáncer y contra otras muchas enfermedades que todavía no podemos curar, pero para ello necesitamos seguir adelante; no nos podemos ver constreñidos por campañas de Prensa o por denuncias públicas, por honestas y justas que éstas puedan parecer; a tener que archivar nuestros protocolos y limitarnos a curar rutinariamente con medicamentos empleados durante años y años y que, aunque sepamos qué son eficaces, nunca seremos capaces de superar ni de mejorar.
El doctor
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