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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Drácula 80

Cuando el cine anda en crisis suele volver los ojos al Estado suplicando ayudas, o a sus temas clásicos, venero inagotable, remedio infalible de salvar economías, como a lo largo de su breve existencia se viene demostrando.Tal sucede con nuestro viejo amigo el conde Drácula, personaje nacido a finales de siglo, a la sombra de la novela gótica y capaz de reunir en sí esa mezcla tan sugestiva de placer y terror, de angustia y espasmo más o menos erótico. Así lo demuestran las distintas y numerosas versiones realizadas de toda índole o a todos los niveles que un ministro diría. Entre todas ellas, las peores fueron, por supuesto, las españolas, rodadas en el Jardín Botánico de Madrid. Quién las autorizó y sus cuentas particulares permanecen tan a media luz como los protagonistas de tales narraciones a medias entre el folklore y la leyenda.

Drácula

Dirección: John Badham. Guión basado la novela de Bram Stocker. Fotografía: Gilbert Taylor. Intérpretes: Franck Langella, Laurence Olivier y Donald Pleasence. Terror. EE UU. Local de estreno: Avenida.

Si las películas anteriores aportaron a la original de Murnau poca cosa, la penúltima, de Herzog, trataba de rendir homenaje a su maestro. Esta de Badham nos presenta, en cambio, un conde elegante y caballero -aparte de sus debilidades-, capaz de seducir a las mujeres y robarles la sangre, aparte de otros encantos personales. Mezcla de seductor romántico, héroe maldito y solitario, a vueltas con un destino impuesto por su familia transilvana, Drácula llega a Inglaterra en un barco fantasma, a través del mar embravecido, como mandan los cánones, envuelto en truenos y relámpagos.

La acción, rodada en los más bellos paisajes británicos, se enriquece con una ambientación de principios de siglo, realización y actores que convierten una historia conocida de antemano en obra de rara perfección plástica. El mar, el palacio donde el protagonista vive, cuyos interiores hubieran hecho las delicias de Gaudí, el viejo Laurence Olivier, sitúan a este viejo cuento al alcance de un público que tal vez desdeñara Herzog y su Nosferatu, y al que Badham se dirige ahora, con un talento de menor categoría, pero más acorde con el momento actual de la industria mundial cinematográfica.

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