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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El honor de las letras catalanas

LA CONCESIÓN del duodécimo Premio de Honor de las Letras Catalanas a la gran escritora Mercé Rodoreda ha sido, al mismo tiempo, un acto de estricta justicia y el inexcusable reconocimiento a la obra de una de las novelistas más importantes, no sólo de las letras catalanas, sino del conjunto de las hispánicas. En realidad, el reconocimiento ha llegado con retraso, hasta en el contexto de la cultura catalana, pues si bien la autora recibió en 1937 el Premio Creixells, su figura y su obra fueron olvidadas con la guerra civil y el exilio, y hasta en 1960 su obra maestra La plaza del Diamante fue postergada, en beneficio de otros ilustres desconocidos que lo han seguido siendo en la concesión del Premio Sant Jordi. Y hasta, en opinión de muchos especialistas, este Premio de Honor ha llegado a la autora con inexplicable tardanza. Es de notar felizmente que en esta ocasión la comunicación entre la literatura catalana y la escrita en castellano ha funcionado: solamente una de las cinco grandes novelas de Rodoreda falta por ser publicada en castellano.El segundo siglo de oro de las letras catalanas, iniciado a finales del XIX con el noucentismo, quedó brutalmente interrumpido con la guerra civil. El régimen franquista persiguió sañuda e injustamente al idioma y a la cultura catalanes, sin caer en la cuenta en su celo represivo, que de esta manera se empobrecía todavía más el acervo cultural de toda España. Durante esos amargos lustros, una serie de personalidades de toda índole mantuvieron una lucha constante contra la represión, que tuvo un doble significado, tanto cultural como civil. Y ya desde la década de los sesenta comenzaron a multiplicarse las actividades de todo tipo, creadoras y difusoras de cultura, que al fin y a la postre ganaron la batalla. Desde entonces, las letras catalanas han entrado en un nuevo período ascendente, de cuyo final feliz depende tanto la normalización de la cultura en Cataluña como en el país entero.

Pues una cultura catalana floreciente, libre e independiente, con medios suficientes para su desarrollo, es una condición elemental para el buen funcionamiento de la cultura en España. La contraposición de las dos culturas, la castellana y la catalana, su aislamiento o el predominio artificial de una de ellas sobre la otra no conducirán más que al común perjuicio de ambas.

La polémica sobre la conveniencia o no de que el nombre de Josep Pla se inscriba en el palmarés de este galardón es, desde luego, una discusión interna cátalana. Pero para un espectador imparcial resulta paradójico que el máximo prosista de la lengua catalana de este siglo haya sido hasta ahora postergado, por razones exclusivamente políticas, ya que no estéticas ni culturales. Bien es verdad que la institución Omnium Cultural, que fue creada a principios de los años sesenta, ha ostentado siempre un significado cívico, político y moral de defensa de la catalanidad y de antifranquismo que ha constituido uno de sus máximos timbres de honor en tiempos ominosos. Pero creemos, con todo el respeto hacia Cataluña, hacia esta digna institución y su inequívoca ejecutoria, que los tiempos del franquismo, en este terreno, han pasado, y que la lucha debiera inscribirse en otros terrenos, no en los de malos recuerdos y cobro de pasadas cuentas tan tristes como perfectamente olvidables. La cultura, sin más, también tiene sus derechos, y la sistemática exclusión, por ejemplo, que la Academia Sueca ha hecho del nombre de Borges en la panoplia de los premios Nobel suena ya a algo ridículo y polvoriento. Que, por otra parte, en el caso sueco, se corresponde con el otro polo: su desagrado ante las literaturas comunistas. Vaya lo uno por lo otro, y así se fabrican las falsas neutralidades. Pues, ¿qué representa Sholojov frente a Bunin, Pasternak y Solyenitsin?

Si la literatura catalana, en su historia, es una sucesión de rupturas y renacimientos, debe tener en cuenta que sólo estará completa asumiendo su pasado en su conjunto, y que se verá empobrecida sin asumir al Eugenio d'Ors de su etapa catalana, o al Josep Pla testigo de su siglo. La politización no debe desbordar los límites históricos de la política misma, y, al fin y al cabo, las literaturas no son cuadros de honor de buena conducta en colegios de pago: pero siempre explican al mundo y lo hacen conocerse mejor.

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