Ante la Conferencia Europea de Seguridad y Cooperación de Madrid
Las cancillerías europeas están abocadas, en un plazo inmediato, a un reto decisivo: continuar los pasos iniciados en Helsinki ( 1975) a favor de la cooperación y seguridad occidentales. La situación no es propicia, ya que los grandes no vislumbran favorablemente encuentros como el previsto en Madrid para noviembre de 1980. La instalación de los «euromisiles» en territorio de los países eurooccidentales miembros de la OTAN, por una parte, y la intervención soviética en Afganistán, por la otra, no son precisamente pasos que caminen hacia la distensión. La violación de los derechos humanos en la URSS y la escenificación del Mediterráneo como, un lago dominado por flotas rivales, tampoco presagian un mayor entendimiento.Guerra fría o paz armada
En este sentido, abundan las opiniones que caracterizan la situación presente bajo el signo inequívoco de la guerra fría, o, los menos pesimistas, como señal cierta de una rígida paz armada. Pero tampoco debe olvidarse otra hipótesis: la añoranza de EEUU y de la URSS de los tiempos en que la política internacional estaba dominada por la bipolaridad y el resto del mundo eran simples peones a intercambiar en función de las circunstancias. En otras palabras: existe el peligro de que los super grandes utilicen en beneficio propio un clima de tensión creado por ellos mismos. La Conferencia de Helsinki fue, entre otras cosas, la consolidación en Europa central de las fronteras fijadas, militar y diplomáticamente, durante la segunda guerra mundial. Hay síntomas inquietantes (Etiopía, Egipto, Afganistán, etcétera) favorecedores de nuevos Yaltas y Potsdams, en detrimento de los pueblos, con el reparto de nuevas esferas de influencia para Moscú y Washington.
En esta tesitura, y con el espectro de la crisis que inmoviliza los espíritus, se hace más necesaria que nunca la conferencia de Madrid. Los tiempos conflictivos son los necesitados de grandes remedios, o, por lo menos, imponen la búsqueda de fórmulas de entendimiento y compromiso. Urge, pues, reconstruir la distensión perdida. Este, y no otro, es el desafío de Madrid. España, como país huésped y amante de la paz, tiene el deber de trabajar en esta orientación y de agruparse con aquellos Gobiernos que le son más cercanos por la geografía, por la historia y por los intereses materiales; más concretamente, con los pueblos mediterráneos y muy especialmente con aquéllos no particularmente comprometidos.
España no es miembro de la OTAN y, en consecuencia, todavía dispone de un amplio margen de movilidad. No se olvide, por lo demás, que la conferencia de Madrid no es un encuentro entre las dos grandes alianzas militares (OTAN y Pacto de Varsovia) que atenazan y enfrentan a Europa; la conferencia es, por el contrario, el lugar en que han de manifestarse las propuestas a favor de la distensión militar y política; de rechazo en manera alguna debe permitirse la manipulación de la conferencia por los intereses de los dos Estados líderes de ambas alianzas militares.
No sólo buenas intenciones
En el terreno de lo concreto, aparte de la Comisión creada a este respecto por el Ministerio de Asuntos Exteriores y la Comisión de Enlace del Congreso, parece que los partidos políticos ya trabajan sobre la conferencia. Salvo las reticencias de CD, los titubeos y desmentidos de UCD y las declaraciones favorables de PSOE y PCE, la opinión pública, aunque insuficientemente informada (como es práctica habitual), es partidaria de la celebración de la conferencia en la fecha prevista. Ahora bien, tan importante e incluso más que la anterior será la reunión preparatoria que también deberá realizarse en Madrid a partir del 9 de septiembre. Muchas son las cuestiones que en esta reunión previa serán debatidas; sería deseable que la delegación española acudiese con propuestas concretas, y no sólo con buenas, intenciones; propuestas ciertamente elaboradas por expertos, pero que recojan no sólo las opiniones del partido en el poder, sino también de los restantes partidos políticos y grupos ideológicos. En dicha reunión preparatoria muy posiblemente sea el caballo de batalla, casi el de Troya, la elaboración de un orden del día. Es obvio que si el tema más conflictivo se sitúa en primer lugar; se corre el riesgo de paralización de toda la conferencia; por tanto, deberían ir por delante todas las cuestiones relativas al incremento de la distensión y todas las medidas que puedan restablecer la confianza perdida (fundamentalmente, las referentes a maniobras y movimientos militares); el avanzar fórmulas desarmamentistas y el progresar en la solución pacífica de conflictos; en resumen, todo lo que permita la articulación de un sistema de seguridad colectiva.
El Mediterráneo, tema preferente
En el supuesto español, el tema del Mediterráneo ocupa lugar preferente: hoy por hoy, es tan sólo utopía deseable la neutralización y desnuclearización de un mar que sólo debe ser europeo; pero, por el momento, todo lo que estreche relaciones entre ambas riberas (cooperación ecológica, científica, económica, etcétera), así como la aplicación de medidas de distensión militar a las actividades navales, supone abrir un camino positivo de paz.
En resumen, para concluir este primer esbozo, el Gobierno español debe superar los límites que la hospitalidad impone al país huésped y participar activamente tanto en la reunión preparatoria como en la conferencia propiamente dicha, así como en garantizar, en la medida de lo posible, la continuidad de estos encuentros. La conferencia de seguridad y de cooperación tiene el deber de lograr que la distensión en Europa sea un hecho, y el Gobierno español no puede escatimar ningún esfuerzo en asegurar su realización. Lo contrario sería hipotecar aún más nuestra ya muy precaria posición internacional.
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