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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La cacharrería europea

HA APARECIDO una nueva tendencia favorable al aplazamiento de la Conferencia de Madrid (nueva fase de la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa), con unos motivos diametralmente distintos de los de la tendencia anterior. En este caso se pide el aplazamiento para salvar la Conferencia de la dureza con que podría argumentar en ella Estados Unidos. En el caso anterior, el aplazamiento trataba de aumentar las distancias con la URSS y su aislamiento, y estaba dentro de la línea de medidas de guerra fría, como la restricción en las importaciones o el boicoteo a los Juegos Olímpicos.En cualquiera de los dos casos se atenta contra un principio que a la `parte pensante de la humanidad le parece básico: la negociación, el diálogo o la transacción, incluso el compromiso, son siempre medios válidos para acrecentar la seguridad común; y se hacen más imprescindibles, precisamente, cuando la situación es más crítica. No es tan fácil concluir, como se hace con una frecuencia sospechosa, que la actuación de las Naciones Unidas a lo largo de los 35 años de su existencia haya sido inútil, puesto que el desorden mundial, las guerras locales y los atropellos a los derechos humanos siguen siendo acontecimientos diarios. Porque por otra parte es difícil, sin ayuda de la ficción, imaginar lo que habría sido el mundo sin ese foro internacional y sus numerosos organismos dependientes. Solemos medir la utopía fundacional en relación con la realidad decepcionante, y nada más. Con la Conferencia de Seguridad y Cooperación en Europa puede pasar algo parecido: la utopía de su origen no se ha colmado. Pero es difícil decir que no ha servido para nada. Mucho más dificil es creer que todo irá mejor si no se celebra su fase de Madrid.

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Sin embargo, Washington parece presentar a los países europeos el dilema de tener que aplazar la Conferencia, con el consiguiente deterioro de las posibilidades de' coexistencia y de la liquidación, por lo menos parcial, de algunos contenciosos. Estados Unidos no puede, en este caso, ser el caballo entrando en cacharrería; y la cacharrería de Europa es enormemente delicada, con sus problemas nacionales, comunitarios, energéticos, de clases sociales, de economías cruzadas, de sociedades quebradizas, de filosofías agónicas. Esta postura excesivamente rígida no se corresponde con el pueblo que emitió hace doscientos años unas declaraciones de independencia, una Constitución y unas declaraciones de derechos del hombre que, si también resultan utópicas en comparación con lo conseguido en la realidad, forman un ideal defendido por la enorme mayoría de aquella nación y son un legado histórico para todo el mundo.

La idea de que un aplazamiento de tres meses ofrecería unas posibilidades distintas, al haber salido Estados Unidos de su período electoral, merece, indudablemente, consideración. Es posible que un Carter reelegido sea mucho más sereno, mucho más ponderado, de lo que es como presidente-candidato; y que un sustituto suyo, si Carter pierde las elecciones, podrá también tener otro perfil más tranquilo. Pero, en primer lugar, no hay por qué tener la seguridad de que sea así; y, en segundo lugar, Europa es todavía una entidad con la suficiente fuerza y personalidad como para no tener que depender de esas circunstancias. Podría ocurrir que los Estados Unidos de Carter quisieran elevar a discordia la Conferencia que debe buscarla concordia, y que se encontrasen, impensadamente, aislados. Ya les ha sucedido con la presión para las sanciones a la URSS y con el tema de los Juegos Olímpicos. No es, sin embargo, en absoluto deseable la ruptura del mundo de Occidente, que se está acentuando después de los últimos pasos de Carter tras la invasión soviética de Afganistán, pero el deseo de unidad no debe volver a los europeos subalternos o subordinados a lo que ni siquiera es la política general de Estados Unidos, sino la situación personal de un presidente al que se agota su mandato.

El interés europeo, y muy marcadamente el español, consiste en que el viejo y eterno problema de los dos bloques no se conduzca mediante el monopolio exclusivo de las relaciones entre Estados Unidos y la URSS, sino en que todos tengamos voz y voto; y, desde luego, en que no se trasladen a nuestras delicadas texturas nacionales los temas de la guerra fría. Esta cacharrería es muy frágil, muy delicada: no debe dejar entrar caballos, ni siquiera con jinete, sino diplomáticos, políticos y pueblos soberanos de su propio destino.

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