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Debate en Alicante en torno a la literatura del exilio

"Es necesario reeditar estas obras"

Con la ausencia de Xavier Benguerel, por razones de salud -«Debo andar con sumo cuidado y renunciar a sentarme con vosotros», indicaba en la carta que envió-, se celebró en el Aula de Cultura de Alicante la mesa redonda sobre La Literatura del exilio, en la que participaron Manuel Andújar, Rafael Dieste, Juan Gil Albert y Francisco Giner de los Ríos. La participación de estos autores fue definida por Gil Albert como «el reencuentro con mis amigos que me ha hecho abandonar la sensatez de la dieta médica por la escapada emocional». Un reencuentro que le hizo recordar aquellos dificiles años del exilio en los campos de concentración primero, y en los países de Latinoamérica después, «donde nos encontramos derrotados. ¿Derrotados? Eso estaba por demostrar. Y el tiempo, después, vino a darnos la razón».Cito una anécdota de aquella época. Rafael Dieste se acercó a una librería de Buenos Aires y el librero le preguntó qué deseaba comprar. «Las ilusiones», le respondió. «Y es que ese era el título de un libro que yo acababa de publicar.»

Al margen de las anécdotas, que abundaron a lo largo de la mesa redonda, también se pusieron de manifiesto las dificultades con que se han encontrado estos autores, de cuya obra la parte más importante se ha desarrollado más allá de nuestras fronteras. «La cultura y las aportaciones culturales del exilio son desconocidas en nuestro país. Corno se trata de un patrimonio que es de España, a España ha de volver. Este regreso ha de llevarse a cabo como tarea de todos, creando una conciencia colectiva en ese sentido. Y esto es fundamental y apremiante», explicó Manuel Andújar.

«Porque aunque hay medios materiales para realizar esta tarea, los humanos están prestos a extinguirse.» Antes, Andújar había puesto de manifiesto la carencia de una bibliografía general de la literatura que se hizo en el exilio.

Por su parte, Giner de los Ríos señaló que «más que la nostalgia, una de las cosas importantes del destierro es haber anudado la tradición española en el aire libre de otros países». Y recordó cómo «los años más álgidos del destierro fueron los primeros, cuando todos esperábamos que el desenlace de la guerra mundial llevase la libertad a España. De la literatura que se hizo en todos esos años aquí apenas se conoce nada. Primero porque estuvo prohibida y ahora parece que llega tarde». Francisco Giner de los Ríos reivindicó el conocimiento de toda la literatura que se hizo fuera. «Sería asombroso conocer toda esa bibliografía». Citó el caso concreto de Juan Ramón Jiménez, «cuyo conocimiento en España se acaba prácticamente con el Premio Nobel. Pero en el destierro escribió muchas más cosas, que aquí no se conocen porque la circulación de sus libros no existía».

Aunque el debate giró en torno a la literatura que se hizo en el exilio exterior, se mencionó también el exilio interior, «aquellas voces que se quedaron aquí y que no han podido expresarse o darse a conocer, porque por decreto se las hizo desaparecer de la literatura española».

Rafael Dieste recordó cómo «a los intelectuales se nos atribuía una mayor responsabilidad porque teníamos el vicio de pensar. Por eso tuvimos que exiliarnos. Nosotros éramos los portavoces de la tradicíón cultural española. Fue esa cultura la que emigró y la que siguió en el exterior. La tradición española no se interrumpió. Y ahora hemos vuelto para integrar la literatura del exterior con la que se hacía aquí, a pesar de las dificultades».

Se puso de manifiesto el deseonocimiento que se tiene de toda esta obra. Y se habló de los libros de texto. «En los libros con los que se enseña a nuestros hijos se ignora esta parcela de la historia de la literatura española». De ahí también el que se insistiera en la necesidad de una política editorial que reeditara toda una producción literaria «que aquí no se conoce».

La reedición de estas obras, «que se haría necesaria si todas las bibliotecas públicas y oficiales incorporasen esa literatura», y la publicación de una bibliografía general que abarcara toda la literatura que se hizo en el exilio fueron los puntos en los que más se insistió. Para lograr estos objetivos se apuntó la posibilidad de crear un patronato que se ocupase de esta tarea. Un patronato en el que se sintieran comprendidos distintos estamentos y en el que el Estado fuese una parte más, no la principal, «para evitar los vaivenes políticos y para no caer en el paternalismo». Porque, como también se dijo, «no queremos publicaciones que tengan el carácter de póstuma o de patrióticas».

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