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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

De la ironía al vodevil

Carl Sternheim fue un autor que se consideró revolucionario en su tiempo (sobre todo, en la Alemania de principios de siglo). Era un revolucionario frío y elegante. No es indiferente que fuera judío: judíos eran Freud, Einstein, Marx, que escribían y pensaban en el mismo idioma que Sternheim y observaban la misma sociedad que les mantenía en sus bordes, en sus límites; la veían como un cuerpo ajeno y enfermo al que hay que remediar. Las minorías distanciadas o fronterizas han producido siempre esta literatura crítica, ácida y elegante (por ejemplo, los irlandeses Wilde o Shaw, en Inglaterra).Sternheim, desde esta observación que simultáneamente le situaba dentro y fuera, diagnosticaba la sociedad germánica, fuertemente teñida de prusianismo y también de romanticismo; no sólo la observaba, sino que pretendía curarla. Se definía como «médico del cuerpo de su época». A la colección de sus primeras comedias -de 1908 a 1922: antes había escrito sobre todo tragedias y dramas- les dio el título común de Aus dem Bürgerlichen Heldenleben, o Las heroicas vidas burguesas. Detestaba la burguesía, y el capitalismo y el espíritu gregario.

Las bragas,

de Carl Sternheim. Traducción de Justo Pérez del Corral. Versión escénica y dirección de Angel Facio.Intérpretes: Salomé Guerrero, Juan José Otegui, Alicia Hermida, Félix Rotaeta, Santiago Ramos, Francisco Sanz. Decorados y figurines de Isidre Prunés, y Montserrat Amenós. Estreno: Centro Dramático Nacional, teatro Bellas Artes, 3-3-80.

Una de esas obras, de 1911, fue Die Hose (Las bragas), de la que el Centro Dramático Nacional, sala Bellas Artes, nos ha presentado ahora una "versión escénica" -dice el programa- de Angel Facio, que también la ha dirigido. Parte de un pequeño suceso: una dama de la pequeña burguesía, esposa de funcionario público, deja caer sus bragas un domingo por la mañana, a pocos pasos del kaiser. El suceso luego no tiene más trascendencia oficial, pero lo que apunta es un cierto fetichismo que se mantiene en toda la obra. En torno a la dama de la aventura minúscula y grotesca aparecen tres hombres: el marido brutal, burgués por antonomasia, cerril y lleno de «buen sentido»; un caballero posromántico y literario; un barbero amante del progreso, enfermizo y aprensivo; en realidad, tres estadios de la burguesía.

La dama vive en la opresión de su sexo y de su clase: sus sueños de amor, de ternura, de maternidad, de sexo, son sucesivamente alentados y luego frustrados, o simplemente administrados fuera de su voluntad. Hay un cuarto personaje, una vecina solterona, que trata de vivir en su amiga sus propias insatisfacciones, y que entra también en el fetichismo de las bragas. Hay claramente dos sectores: el masculino, como opresor por diveros sistemas, y el femenino, como oprimido y difícilmente liberable. Lo que sucede en ese grupo de personajes puede ser fácilmente confundido con un vodevil, pero tiene más trascendencia. Refleja una época que vuelve siempre, y a pesar de todo; un sistema falso de relaciones humanas, una trama social invencible. La obra es amarga, ácida, pero envuelta en suavidad, en humor, en ironía y en sarcasmo. Se puede decir que es divertida, pero es mucho más que divertida.

Difiero de la «versión escénica» y de la dirección de Angel Facio. Ha operado, en primer lugar, un distanciamiento, cuando probablemente lo que habría que hacer es una aproximación, o en todo caso una neutralidad. Al construir un decorado y realizar un vestuario en tonos sepia (monótonos) nos lleva al daguerrotipo, a la fotografía antigua, lo que traduce ya una contemplación irónica y superior -esa vana superioridad con que consideramos el tiempo pasado, sobre todo el inmediatamente pasado-, que califica la obra y la sitúa fuera de nosotros. A esto añade, en algunas escenas, una especie de técnica de película muda: aparte de ser un recurso demasiado frecuentado, se añade a la lejanía y la broma. Una cosa es la ironía de la obra y los textos y otra es la ironía sobre la obra y los textos, que está fuera de lugar.

Por otra parte, maneja a los actores, además de con esa técnica, con la del vaudeville y a veces el juguete cómico español. La obra no está escrita para eso. Está en la línea de la comedia centroeuropea, y no en la latina; el humor surge de la frase, de la situación, y la caricatura es interna y no externa. Todo ello, en mi opinión, adultera el significado de la obra. Lo que va a ganar, indudablemente, en el regocijo y el entusiasmo del público, lo pierde en finura, en espíritu, en retrato.

Se podría insistir en que la dirección es buena en sí, como creación propia; lo es la estética del decorado y del vestuario. Pero no corresponden a la obra tratada: Facio ha caído en una tentación muy de los directores de nuestro tiempo, que es la de poner su huevo en el nido ajeno, como diría Benavente. Podría funcionar con Labiche, con Feydeau, incluso con Paso y Abati o con Arniches; no funciona con Sternheim, como no funcionaría con Wilde.

Es el reproche que podría hacerse a la interpretación. Es excelente, pero marcada por el director por el camino equivocado. Hay personajes y actores que se resisten, a pesar de todo, al error; son los de Salomé Guerrero, Juan José Otegui y Alicia Hermida, que se califican, una vez más, como muy buenos actores. Perecen, en cambio, aunque vayan a tener más éxito de público por lo abultado de su interpretación, y aun siendo también muy buenos actores, Félix Rotaeta y Santiago Ramos (que se ganó aplausos en un mutis). Se sostiene la breve aparición de Francisco Sanz.

Aun con todo, la obra vive. Tiene, sobre todo, un tercer acto magistral, un final admirablemente creado.

Al público del estreno, dentro de su frialdad profesional habitual, le gustó: la mayor parte de las discusiones se centraban en si este tipo de obra debía estar presentada por un Centro Dramático Nacional o si era insignificante. La mayor parte de las opiniones negativas se basaban, sobre todo, en la confusión de tomarla por un sainete o un vaudeville y, por tanto, en sentir el agravio comparativo de que no se hubiese dado en su lugar algo español de ese género o de esa época, lo que venía a demostrar que el error básico está en haberle dado un tono que no le correspondía. Parece que en las representaciones previas al estreno oficial, con taquilla abierta, el éxito ha sido mucho mayor.

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