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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Impresionante concierto del trompetista Dizzy Gillespie en Madrid

Con Dizzy Gillespie salió a escena el arte. No es que el hombre tocara o cantara bien, era él, su forma de moverse, lo que hacía, como sonreía o como vacilaba: era él.El teatro Alcalá Palace comenzó el pasado sábado una programación de jazz, que habrá de traer en fecha próxima a músicos del calibre de McCoy Tyner o Dexter Gordon. Los promotores de estos eventos, Jazz y Asociados, no parecían tenerlo muy claro al principio, temían que la falta de ambiente en Madrid pasara por alto la presencia de uno de los mayores y mejor fundados mitos de la historia del jazz, pero no fue así. Casi lleno por la tarde y Reno absoluto por la noche para ver y escuchar a este hombre rechoncho de 62 años, que se llama Dizzy Gillespie.

Antes de él actuó el Hot Jazz Madrid, que con su jazz tradicional, y sin pasarse de tiempo, abrieron dignamente el concierto, por mucho que el personal allí presente esperara el número fuerte, un número que había, de dejar a este grupo de aficionados totalmente en fuera de juego.

Antes de comenzar su actuación Dizzy bromeaba en su camarín tragando agua mineral, probando una y otra vez su trompeta (nueva, que las trompetas son instrumentos que aguantan poco), haciendo muecas y explicando que Madrid es muy bonito, que él mismo había encontrado aquí la vieja amistad que también sonreía, toda rubia y vestida de negro.

El concierto de la tarde había sido ya premonitorio de lo que habría de ocurrir por la noche. Dizzy tocaba sus clásicos y la gente se divertía hasta el momento en que saltó la anécdota de la sesión. Dizzy presentaba uno de sus temas más famosos y contaba cómo en el concierto que varios jazzeros ofrecieron en la Casa Blanca, Max Roach (batería) se quedó solo en escena con el chaston. Max, utilizando las escobillas, comenzó a marcar el ritmo, y Dizzy a entonar Salt Peanuts (Cacahuetes salados), que ese es el título de la canción. Hubo un momento de duda ante la presencia del primer cacahuetero de América (ni Max Roach ni el mismo Gillespie son partidarios fervientes del establishment), pero el presidente optó por tomar la broma a bien y acabó coreando el estribillo. Bueno, pues cuando. Dizzy comentaba esto, algún concienciado que escuchó el nombre de Carter se puso a silbar como un descosido, razón por la cual la audiencia nocturna se quedó sin canción. Y es que es malo silbar cuando no se entiende lo que están diciendo.

La sesión de la noche ya fue bastante más extraña. Por allí sale el hombre, sonriendo a sus músicos (guitarra, bajo y batería), toca un poco la trompeta y se pone a bailar. Luego canta skat (vocalizaciones sin palabras) y hace que el público coree. Y el público corea y lo hace mal, pero da lo mismo, porque entonces el hombre coge a una joven (dieciséis años) y baila con ella en el escenario. Luego toma un arpa de boca (o arpa judía) y hace algún amago de no se sabe qué tema, y finalmente aquello resulta ser Night In Tunisia, una de sus composiciones históricas, de aquellas que marcaban el principio del be-bop, junto a Charlie Parker, Bud Powell, Max Roach y tantos otros chiflados que comenzaron la gran revolución del jazz contemporáneo,

Ya en este momento, o tal vez antes, los puristas del jazz empezaban a comprender que algo no iba bien, que aquel tipo que ellos habían reverenciado a lo largo de tantos años no estaba mostrando su música como los cuadros de un museo, sino que estaba haciendo algo vivo y nunca visto. Tal vez, los puristas pensaran que no habían pagado setecientas pesetas para ver a un señor gordito aporrear con cuestionable virtuosismo unas congas, que allí no debía ocurrir aquello y que cantar un blues que él llamaba Swing Slow Sweet Kayak, aunque fuera como los propios ángeles, no era propio de un mito. O las quejas horribles que profería un respetable detrás del alucinado cronista, quejándose de que el grupo estuviera haciendo funky (alegre, equivalente a ritmo cuasi discotequero).

No es que ese encandilado espectador' que estaba a mi izquierda no entendiera todas esas cosas. No es que quienes aplaudían como locos no comprendieran lo que es el jazz. Es que, sencillamente, la estaban gozando con un hombre que hace mucho más que tocar la trompeta, con un artista que se muestra a sí mismo, porque todas y cada una de sus acciones, allá, sobre un escenario, explicaban mejor que cien tratados lo que es la música, lo que es divertirse, lo que es darse a sí mismo más allá de lo que se debe hacer.

Dizzy Gillespie no sólo dio un gran concierto (con un solo de batería como se escuchan pocos al cabo del año). Dizzy Gillespie hizo más por despertar el feeling, el sentimiento del jazz en Madrid, que muchos discos y muchos tratados. Es muy buen músico, pero eso ya lo sabíamos todos, lo que se nos mostró en el Alcalá era mucho más; era una persona hecha arte.

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