Pobre Celestina
Es muy frecuente que un grupo de personas de firme vocación teatral dedique sus esfuerzos a destrozar La Celestina. Suele pasar con todos los clásicos; pero, generalmente, se trata de obras menores, elegidas con el supuesto de que sean clásicos «divertidos», con el fin de conjugar la percepción de una subvención ministerial de las que se dan con el propósito de fomentar la cultura con la imprescindible presencia del público en la taquilla. Si se tiene en cuenta que ese tipo de obras fueron ya maltratadas en su tiempo por las compañías, y que han sido sometidas a toda clase de tratamientos en los años sucesivos, el daño resulta más tolerable.Cuando se trata de La Celestina, la cuestión es más grave. Se trata de un texto conservado con gran pureza, probablemente porque se confió siempre más al libro que a la representación -fue mucho tiempo calificada como irrepresentable- Es, probablemente, obvio recordar ahora que se trata de una verdadera acumulación de cultura: un amplísimo cuadro de costumbres, un enfrentamiento dialéctico entre la vitalidad y unas formas de represión de la sociedad, un fondo del sincretismo entre formas de vida judías y cristianas, una entrada del humanismo renacentista en una áspera textura de resonancias medievales. Probablemente, la dificultad de representar esta obra -considerada mucho tiempo como novela dialogada-, por su longitud, por su simultaneidad de acciones, por su falta de encuadre en las líneas clásicas de lo que se llamaba teatro, es lo que hace su «adaptación», su «versión», su manipulación, más tentadora. Es su perdición.
Calisto y Melibea, tragicomedia de Fernando de Rojas, nueva versión libre de Ricardo López Aranda
Intérpretes: María Guerrero, José Sancho, Inma de Santy, Araceli Conde, María Vidal, Gonzalo Sanmiguel, Ramón Pons, José María Escuer. Escenografia de Javier Artiñano. Música de Ángel Arteaga. Dirección de Manuel Manzanegue. Estreno: Espronceda 34. 6-2-1980.
El desmán actual se debe a Ricardo López Aranda. Lo que ha tratado de hacer es una reducción. Ha desprovisto el tema de todo su entorno: es decir, lo que forma precisamente la cultura de la obra, el retrato de la sociedad, la razón profunda de la acción de los personajes, el fondo del que brota el gran personaje que es la Celestina: la explicación del destino, que es probablemente lo que en el teatro de ese tiempo no se da todavía, o, por lo menos, no en forma tan clara como en esta obra, donde los personajes no se mueven por fuerzas incógnitas, sino por muy claras razones de presión y opresión. Se deja el esqueleto, se desprecia la sustancia. Más aún, se traiciona el sentido. Al reducir los catorce personajes a siete, se acumulan funciones en los que quedan, sin gran preocupación de las contradicciones de carácter que resulten.
Toda esta simplificación resulta dolosa con respecto a la fundación original de este gran monumento. Lejos de lo que el autor se ha propuesto, según sus notas al programa, la lógica se pierde, la tensión dramática se aniquila, el orden se pierde. Resulta una apresurada colección de sucesos inconexos, salvables todavía por la fuerza del texto que se conserva y por lo que el espectador puede.
El director de escena, Manuel Manzaneque, ha colaborado considerablemente con López Aranda en el desmán. Construida la acción sobre un decorado sin posibilidades funcionales, los movimientos de los personajes son incoherentes, las entradas y salidas añaden toda clase de confusiones, y las solicitudes al espectador para que acepte las convenciones teatrales son excesivas.
María Guerrero realiza un gran trabajo sobre el personaje de la Celestina; lo lleva a un extremo de naturalismo popular que resulta convincente. Inma de Santy suele hacer mejor el teatro de lo que lo hace en este papel de Melibea; José Sancho conserva cualidades de voz y de dicción. Araceli Conde convierte su Lucrecia -ya antes desprovista por el autor de su verdadero significado textual, de su condición de contrapunto- en el papel de una tiple cómica de revista barata.
Inquieta pensar que, como se asegura en el programa, esta obra lleva tres años representándose en el extranjero -por la compañía tirso de Molina, que dirige Manzaneque mismo-, y que goce ahora de la protección de la Dirección General de Teatro, del Ministerio de Cultura. Es una confirmación de que el sistema de protecciones, ayudas y subvenciones está equivocado. No se puede -no se debe- fomentar proyectos sobre clásicos que lo que hacen es malversar el capital de cultura que se puede encontrar en esos clásicos.
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