La guerra del Sahara, una sangría económica sufragada en parte por Arabia Saudí
La entrada en acción del contingente Uhud, enviado a Río de Oro, y la organización en curso de otras dos fuerzas similares para Sakiet el Hamra y el Oued Draa pueden haber duplicado la cifra de 250.000 dólares diarios (unos diecisiete millones de pesetas) de gasto revelada por el rey Hassan II a la revista norteamericana Time.
Es cierto que el Gobierno marroquí se había declarado dispuesto a colocar todas sus potencialidades económicas y humanas para la defensa del Sahara. Sin embargo, y hasta ahora, Arabia Saudí parece haber sufragado lo esencial de los gastos ocasionados por esos contingentes especiales, y las últimas compras de armas que, incluidos unos doscientos vehículos blindados similares a los AML franceses, han llegado en abundancia recientemente.
El titular de las Finanzas marroquíes considera, no obstante, en una conferencia de prensa del fin de semana pasado, que, a pesar de las dificultades. Marruecos ha logrado algunos éxitos económicos. Entre éstos, el ministro citaba un aumento del 3% del producto interior bruto (PIB) en 1979, la disminución -aunque relativa- del déficit de la balanza comercial, el mantenimiento del presupuesto de equipamiento en un nivel de progresión aceptable y la contención del alza de los precios en un 10% anual. La creación de un Tribunal de Cuentas y un Consejo Económico y Social a finales de 1979, junto a la promesa del ministro del Interior, Driss Basri, de controlar permanentemente los precios, deben añadirse, según la Administración, al activo del Gobierno.
Aumento de precios
Naturalmente, la visión oficial no es compartida por la oposición. Los partidos y las centrales sindicales discuten en estos primeros días de 1980 la estrategia a seguir en el terreno reivindicativo en un año que consideran «decisivo y peligroso».
Las condiciones de vida se han agravado más aún en 1979, en gran medida a causa del aumento de los precios que la CDT (sindicato socialista) evalúa en un 17%. Sin embargo, 1980 comienza con una aparente erosión del poder de convocatoria de partidos y sindicatos.
Las huelgas de abril y mayo de 1979 son consideradas hoy, por los sindicalistas, como negativas. La rápida reacción a ellas del Gobierno que cesó a los empleados del Estado que se declararon en huelga, y la tolerancia aplicada hasta hoy para los despidos utilizados como retorsión por el sector privado, se han convertido en un importante disuasivo.
La guerra del Sahara, que a su vez entra en un año crítico, no propicia la aceptación por el Gobierno de una agitación social que, no obstante y dados los problemas concretos que enfrenta el asalariado -y los dos millones de parados (30% de la población activa)-, puede resultar en explosiones espontáneas.
Dispersión geográfica del poder
La dispersión geográfica del poder no facilita el flujo necesario de información-decisión en una situación particularmente delicada, como la actual. El rey, que se reserva la capacidad de decidir lo importante y lo secundario, se ha instalado en Marrakech, con sus preocupaciones mayores -la guerra o la paz- y sus asesores, que, con él, constituyen el verdadero poder del país.
El Gobierno, primer ministro y ministros, que más que nunca actúan como intermediarios relativamente pasivos entre el país y el poder real, sigue en Rabat, en permanentes idas y venidas a Marrakech.
Los partidos, las centrales obreras, las industrias y el comercio, los órganos vitales de la nación, se concentran en Casablanca y otros grandes centros urbanos. Esta dispersión geográfica comienza a ser tomada -quizá injustificadamente- como símbolo de las barreras y distancias que colocan entre sí unos y otros.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.