El relámpago
HABRIA QUE buscar el punto justo de la realidad de la situación internacional entre dos frases inexactas: la de Carter, que la considera como la más grave desde la segunda guerra mundial, con olvido manifiesto de otras mucho más avanzadas -Corea, bloqueo de Berlín, el avión espía U-2, la crisis del Caribe, Vietnam, por citar al azar y sin orden-, y la tesis soviética de que el problema de Afganistán no existe. Desgraciadamente, la realidad está más cerca de la exposición del presidente de Estados Unidos: no tanto porque sea exactamente así, sino porque está en sus, manos -o en la de los círculos de poder de su país-, el llegar a conseguir que sea, efectivamente, la situación más grave desde la segunda guerra mundial; incluso podría ser el inicio de la tercera. Pero tendrá que actuar con el equilibrio necesario para reconocer hasta qué punto las medidas de represalia y reacción, a un acto de una brutalidad indiscutible, no sobrepasan los límites de ese acto en sí, y no eslabonan los acontecimientos hacia situaciones en las que el control se puede perder por cualquier parte o por las dos al mismo tiempo.En estos cielos oscurecidos por la gran tormenta, parece que hay un relámpago; el viaje relámpago, según su descripción, del presidente Suárez a Estados Unidos, durante una jornada. Un viaje que se explica mal; mejor dicho, al que no se da explicación alguna, que no sea un breve comunicado en el que se dice que el presidente del Gobierno va a exponer la posición española con respecto a la crisis mundial. Puesto que españoles somos todos, nos gustaría saber previamente cuál es la que se considera nuestra posición, que en asunto tan primordial como la paz y la guerra desborda, evidentemente, la que sea propia del presidente Suárez, la de su Gobierno o la de su partido.
En los grandes y pequeños países se han abierto ya debates sobre política exterior; el canciller Schmidt ha marchado desde Madrid, donde redactó a toda prisa sus notas, al Bundestag, donde se inauguraría el debate. Hay también excepciones, como la maniobra hábil de Sa Carneiro, al llamara Lisboa a su embajador en Moscú. No es este ejemplo, sino el anterior, el que habría que seguir. Las Cortes están aquí de vacaciones, lo cual es ya una contradicción, no sólo con esa urgencia, sino con las muchas que se presentan en la vida dificil de estos días; pero no costaría demasiado trabajo legal convocarlas y abrir un amplio debate sobre política extranjera, si es que quienes han de hacerlo consideran urgente la situación mundial y los riesgos de España dentro de ella. Si no lo consideran urgente, el viaje-relámpago podría esperar. Los debates sobre política exterior son escasos y son inoperantes en nuestras Cortes. Los partidos prefieren pasar por ellos como sobre ascuas, como si sus oradores temieran siempre defraudar a alguien. Quizá ha llegado el momento de que salgan todos de sus casas con dos F uertas y expliquen a la calle, a la plaza, lo que realmente piensan que debe ser la línea política de España en el mundo. la virtualidad de sus alianzas, los límites que esas alianzas tienen en los momentos actuales. Sobre todo. en qué medida debe participar España, y quién se lo puede exigir, en una crisis que está muy lejos de su campo propio, cuando tiene tantas otras en su campo internacional inmediato:
La version periodística de que la visita del lunes de Suárez a Carter y a Cyrus Vance, con Oreja de compañero, ha sido incitada por el canciller Schmidt en su entrevista oficial, debería ser desmentida rápidamente, si es que se puede desmentir o dicho de otra manera si es que no es verdad.
Diplomáticamente, no sería de recibo que el jefe de Gobierno de una potencia extranjera propusiera una entrevista de esa envergadura en estos momentos. Más grave sería que no solamente se hubiera recibido, sino que, además, se cumpliera.
El señor Suárez debería informar, antes de ir a Washington, a los españoles sobre cuál es la posición española en esta crisis. En ausencia de esta explicación, podemos imagiínair la más verosímil, sin olvidar nunca que lo más verosímil no tiene por qué coincidir con la realidad. Sería esta posición la de insistir en la celebración de la Conferencia de Seguridad y Cooperación convocada en Madrid para el año próximo; y sería la de advertir también que España, dentro de su solidaridad occidental y, desde luego, dentro de los términos de su alianza con Estados Unidos, no entiende en participar en ninguna acción de represalia que ponga en riesgo la paz mundial; ni contra la URSS ni contra Irán o los aliados de Irán. Ni siquiera que ponga en riesgo su débil y laboriosa economía, su ínfima red de relaciones internacionales. No tiene España una riqueza que defender ni unas posiciones exteriores por las que luchar: tiene, sobre todo, una probreza que administrar y unas fronteras dentro de las cuales quiere sentirse segura. Ya fue más allá de lo que debía el presidente Suárez cuando elogió, en Bruselas, la decisión de instalar los mísiles Pershing de cabeza nuclear en el territorio de la OTAN: territorio en el que España no está por ahora incluida, y medida que responde a una guerra ,fría de la que hemos de zafarnos a toda costa, en lugar de precipitarnos en ella.
Sea cual fuera la posición de Suárez en su viaje-relámpago, contaría probablemente con la inmensa mayoría de la opinión pública española. Aun así, debería contar con ella antes de establecer ningún compromiso, por verbal que sea; antes de explicársela a nadie más. La posición española en un asunto de gran envergadura debe emanar de la mayoría de los españoles: y hay instituciones y medios para contar con ella.
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