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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Rearmarse para negociar, la gran paradoja de la OTAN

EL REARME decidido esta semana, no sin reticencias, por la OTAN para producir e instalar en cinco países europeos cohetes nucleares de nueva tecnología, capaces de alcanzar la Unión Soviética desde la República Federal de Alemania, no constituye, paradójicamente, un paso más hacia la guerra atómica, sino una toma de posiciones para iniciar negociaciones de desarme.Este gran contrasentido, que lleva así a presupuestar 4.000 millones de dólares para construir 572 misiles con cabezas nucleares, razonablemente ininteligible para la opinión pública, es, no obstante, una pieza esencial en la filosofía del armamento atómico y explica toda la compleja negociación del acuerdo SALT II de limitación de armamento estratégico. Se trata de lograr el equilibrio manteniendo la paridad numérica y, en su caso cualitativa, de los instrumentos de terror capaces de provocar el holocausto termonuclear.

La decisión adoptada el jueves por la OTAN en Bruselas debe ser explicada según el anterior razonamiento. La URSS estaba alcanzando la paridad estratégica con Estados Unidos, debilitando la credibilidad de la capacidad de disuasión occidental, al tiempo que Moscú introducía dos nuevas armas: los cohetes móviles SS-20 con tres cabezas nucleares, capaces de alcanzar toda Europa occidental, incluida España, desde la URSS, y los bombarderos Backfire.

Frente a esta escalada cualitativa, la OTAN no cuenta en suelo europeo con cabezas nucleares capaces de alcanzar a la Unión Soviética, basando su disuasión en unas decenas de bombarderos americanos F-111 y los submarinos Polaris de la fuerza nuclear británica. Dos tercios de las 7.000 cabezas nucleares occidentales en suelo europeo sólo pueden ser lanzadas a 180 kilómetros de distancia.

Este desequilibrio desaparecerá con la instalación de los nuevos misiles de la OTAN, que en ningún caso podrán estar colocados apuntando a la URSS antes de tres o cuatro años. Leónidas Brejnev ha desplegado una importante operación de propaganda psicológica, mezcla de seducción, ofertas concretas de retiradas de tropas y carros de la RDA y amenazas. para debilitar el frente atlántico y congelar la decisión occidental.

A diferencia de lo ocurrido hace doce meses, cuando una campaña similar y la conciencia moral europea, unidas a la indecisión de Carter, lograron detener la bomba de neutrones, esta vez la campaña de Moscú ha fracasado. Sin embargo, hay que resaltar que, a pesar de las fortísimas presiones desplegadas por Washington, Holanda, Bélgica -previstos receptores de los nuevos cohetes-. Dinamarca y Noruega no aceptan al cien por cien el plan de modernización nuclear.

Horas después de decidir el rearme, el secretario de Estado norteamericano, Cyrus Vance, ha anunciado una oferta de negociaciones de desarme en Europa, que afectarla a tropas, armamento convencional y los misiles nucleares de alcance medio del llamado «teatro europeo». Aunque no hay todavía una respuesta oficial de Moscú, es previsible que, a medio plazo, el Kremlin decidirá abrir estas negociaciones en dos foros: la estancada conferencia de Viena MBFR, sobre reducción mutua y equilibrada de tropas en Europa y las futuras SALT III. La OTAN utilizará como elementos de negociación los nuevos cohetes Pershing 2 y Cruise, cuya producción ya ha sido decidida. Se trata de acudir a la negociación sin descartes previos y con los mismos ases que tienen en su poder los soviéticos.

Mientras tanto, deberá ser aprobado el acuerdo SALT II, embarrancado aún en el Senado norteamericano por motivos de política interna en un año electoral. La decisión de la OTAN se ha basado también en una rápida conclusión de este acuerdo.

A pesar de este rearme en el viejo continente hay que significar que, en opinión de bastantes analistas, Europa occidental no está amenazada por un ataque bélico procedente del Este. A lo largo de toda esta década que ahora concluye, nuestro continente ha dejado de ser el inminente campo de batalla de la tercera guerra mundial, cuyos posibles teatros se han trasladado al sureste asiático y a Oriente Próximo sobre todo. La estrategia intervencionista de Moscú apunta, fundamentalmente, al Tercer Mundo. Los expertos occidentales no temen tanto la utilización directa de los SS-20 soviéticos contra Alemania Federal como su «explotación» política para chantajear la suerte de otros peones en diversas regiones del globo.

A la URSS le interesa mantener el statu quo en Europa imprescindible en un momento en el que crece la crisis económica en sus satélites del este europeo, aumenta el movimiento disidente y, sobre todo, se prepara la sucesión en el Kremlin.

Con la decisión de la OTAN, de la que no hay que desgajar el anuncio hecho por Carter de un incremento muy sustancial del gasto militar y de la vuelta a la política de un mayor intervencionismo militar norteamericano en el exterior, Estados Unidos logra la posibilidad de una respuesta más flexible -desde territorio europeo- a un eventual ataque soviético, sin necesidad de utilizar sus misiles intercontinentales y desatar el proceso de aniquilación total de las dos superpotencias.

A cambio, Europa compromete más a Estados Unidos en su defensa (los nuevos cohetes sólo los dispararían los americanos), confirma aún más su destino geográfico de teatro de destrucción masiva -en beneficio del territorio de las dos superpotencias- y manifiesta, por último, su incapacidad de independencia frente a EEUU. La soñada, por algunos, Europa de la defensa ha vuelto a dar un paso atrás.

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