Brejnev, la OTAN y las SALT
UNA SEMANA después de que fuese formulada, comienza a ser comprendida en las capitales occidentales el verdadero alcance de la oferta de Brejnev a estos países, de retirada de tropas convencionales en el centro de Europa y una promesa de retirada de misiles de alcance medio de las fronteras occidentales de la Unión Soviética, a cambio de que los países de la OTAN renunciasen al almacena miento de armamento nuclear en su territorio. Brejnev había jugado con el factor sorpresa, y el propio simbolismo del acto elegido para lanzar tal oferta -el trigésimo aniversario de la República Democrática Alemana, el más fiel aliado soviético en Europa Central- confería a una generosidad de tal calibre un cierto aire propagandístico. En un momento en que el liderazgo occidental del presidente Jimmy Carter pasa por su peor momento, dentro y fuera de Estados Unidos, y que la carga de una nueva «crisis del Caribe», directamente dirigida contra un eventual deslizamiento prosoviético en la cumbre de los no alineados de La Habana, no consiguió todos los efectos previstos, no era difícil interpretar el gesto de Brejnev como un intento de hacer pasar a la Unión Soviética como Campeón de la distensión frente a lo que Moscú denuncia como una propensión cada vez más acentuada de los dirigentes norteamericanos hacia la «guerra fría».Ese podría ser, efectivamente, uno de los objetivos perseguidos por el líder soviético. Pero hay uno más importante, y está contenido en la segunda parte de su oferta: la promesa de retirada de sus misiles de alcance medio -entre los que se encuentra el temible SS-20, provisto de tres cabezas nucleares-, y el compromiso solemne de no atacar a aquellos países occidentales que renuncien a instalar en su territorio armamento nuclear. El tema de la instalación de 572 misiles norteamericanos del tipo Pershing en cinco países europeos de la OTAN -Gran Bretaña, Holanda, Bélgica, República Federal de Alemania e Italia- será uno de los puntos clave de la reunión ministerial de invierno que la Alianza Atlántica celebrará en diciembre, es decir, dentro de sólo mes y medio, en Bruselas. Moscú sabe que algunos de estos países se resisten al requerimiento de Estados Unidos de aumentar sus presupuestos de defensa, en un momento de crisis económica casi generalizada, y de permitir la instalación en su territorio de los misiles Pershing, réplica norteamericana de los SS-20 soviéticos. La oferta de Brejnev contribuiría así a aumentar las dudas de esos países europeos, lo que contribuiría a introducir en la reunión de Bruselas un importante factor de división. La reacción de Alemania Federal, en el sentido de que la oferta soviética merece un estudio detenido, constituye ya un primer paso en esa dirección. La airada advertencia del consejero de Carter, Zbigniew Brzezinski, a los países europeos de que la propuesta de la URSS supone una trampa confirma que los temores de Estados Unidos van por ese lado.
Pero aún hay más. El acuerdo SALT II, cuya ratificación por el Senado norteamericano parece cada vez más lejana, constituye una pieza básica para los planes estratégicos de Moscú, pero no sólo de Moscú. Ciertos países europeos miembros de la OTAN consideran indispensable la puesta en marcha del acuerdo de limitación de armas estratégicas antes de aceptar en sus países la instalación de esas armas. Así lo ha sugerido ayer el ministro belga de Asuntos Exteriores, Henry Simonet, a su regreso de un viaje a Estados Unidos. Aunque el señor Simonet descarta expresamente una relación directa entre ambos problemas, no se ha recatado en afirmar, sin embargo, que los Gobiernos europeos «difícilmente podrían admitir un refuerzo de su material bélico nuclear si no hay ratificación áel tratado SALT II». En estas condiciones, la eventualidad de que las resistencias europeas a los planes nucleares norteamericanos aumentasen como consecuencia de la oferta soviética del domingo pasado constituye un factor añadido de presión sobre el Senado norteamericano a la hora de decidir la ratificación del tratado solemnemente firmado por Brejnev y Carter el pasado mes de junio, en Viena.
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