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El Papa pide en la ONU un desarme integral

Juan Arias

, Juan Pablo II intervino ayer en la Asamblea de las Naciones Unidas pidiendo que «desaparezcan de una vez para siempre todo tipo de campos de concentración en cualquier lugar de la Tierra». El discurso del Papa, que leyó en inglés, en medio de un silencio sepulcral, duró exactamente una hora. Pero Juan Pablo II introdujo su mensaje diciendo que lo que iba a leer era solo un resumen del discurso oficial. EL PAÍS ha sabido que se trata de un trabajo de cuarenta folios que podrá ser considerado prácticamente como una encíclica. La guerra, la paz y los derechos fundamentales del hombre fueron los grandes temas de la intervención papal, caracterizada por un vibrante antibelicismo.

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Ha sido la segunda vez que un Papa interviene en una reunión de las Naciones Unidas. La primera fue cuando Pablo VI lanzó su grito de «No más guerra. Nunca más unos contra otros», hace catorce años. En aquella ocasión, el papa Montini había defendido la causa de los chinos, y ayer Juan Pablo II ha afirmado que «sin una justa solución del problema palestino» no será posible «una paz general en aquella región».

Juan Pablo II habló en la sala de la Asamblea General de las Naciones Unidas vestido con sotana blanca, sin el manto rojo. Fue recibido en pie con un gran aplauso y no fue interrumpido ni un solo momento.

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Juan Pablo II considera insuficiente la actual política de coexistencia pacífica

(Viene de primera página)

Más que el pastor que arrastra a las masas y que canta y gesticula con los jóvenes, Juan Pablo II era ayer la imagen de un gran líder espiritual. El mismo secretario general, Kurt Waldheim, le dijo que había sido escuchado «no sólo con respeto, sino hasta como inspirador de los trabajos de la Asamblea de las Naciones Unidas».

Juan Pablo II se presentó a esta Asamblea afirmando que su misión no es política, sino espiritual y moral, y recordó las palabras de Cristo ante el juez romano Pilatos cuando declaró que era rey, «pero que su reino no es de este mundo».

Por eso dio las gracias a los representantes de los países, porque la invitación que le habían hecho para hablar demuestra que la ONU «acepta y respeta la dimensión religioso-moral de los problemas humanos, por los cuales la Iglesia se interesa sólo en virtud del mensaje de verdad y de amor que debe llevar al mundo».

En este ámbito de la esfera moral y de la conciencia, el papa Wojtyla ha defendido abiertamente, contestando a algunos teólogos modernos radicales, «la soberanía de la que goza la Santa Sede» y ha justificado la necesidad de esta soberanía con dos motivos: exigencia del papado de poder ejercer con plena libertad su misión y posibilidad de tratar con sus interlocutores -Gobierno u organizaciones internacionales- «independientemente de otras soberanías».

Guerra, política, pobreza

El Papa, en su discurso, como han advertido en seguida muchos observadores, no sólo ha lanzado un grito contra la guerra o contra injusticia. Ha analizado con mucho rigor las raíces que están en la base del «espíritu de guerra». Y las ha enumerado citando no sólo el pisoteo y desprecio de los derechos fundamentales del hombre -que el Papa polaco ha defendido ayer con la pasión que le caracteriza en este campo tan suyo-, sino también, y ésta ha sido quizá la mayor novedad de su discurso, en el problema económico, considerando «la distribución de los bienes materiales como componente esencial en la amenaza contra los derechos del hombre». La explotación del hombre en el trabajo y la privación de los bienes que le pertenecen como hijo de esta tierra, que es propiedad de todos, ha sido un punto fundamental del importante discurso de Wojtyla.

«El criterio fundamental según el cual se puede establecer una confrontación entre los sistemas socio-económico-políticos no es y no puede-ser», dijo el Papa; «el criterio de naturaleza hegemónica imperialista, sino que puede ser, es más, debe ser, el de naturaleza humanística; es decir, la verdadera capacidad de cada uno de reducir, frenar y eliminar al máximo las diversas formas de explotación del hombre y asegurarle, mediante el trabajo, no sólo lajusta distribución de los bienes materiales indispensables, sino también una participación que corresponda a su dignidad, a todo el proceso de producción y a la misma vida social que en torno a ese proceso se va formando.

Una dimensión nueva del trabajo

Estas palabras no dejarán de crear comentarios muy diversos. Ayer en la sede misma de las Naciones Unidas había quien decía que era un paso más allá de la clásica doctrina social de la iglesia, y que el papa Wojtyla había dejado muy atrás un concepto de «trabajo» tan querido a tantos eclesiásticos y católicos, según el cual el trabajo, más que «liberarlo», es necesario «santificarlo» o «consagrarlo».

En esta misma línea han sido interpretadas estas otras palabras del Papa, que podrían ser una condena, tanto del concepto de trabajo del marxismo burocrático como del capitalismo explotador: «Una cierta preocupación ha surgido a veces por una radical separación del trabajo y de la propiedad; es decir, por la indiferencia del hombre frente a la empresa de producción, a la que le une únicamente una obligación de trabajo, sin el convencimiento de trabajar por un bien suyo o por sí mismo.»

También por lo que se refiere al problema del peligro de la guerra, el Papa ha sido muy claro. La Humanidad, según el Papa, puede repetir la trágica experiencia de la última guerra mundial «si no se arma de una clara y decidida voluntad de paz». Dijo el Papa que se sentiría «traidor ante la historia contemporánea si callara que él es hijo de un país donde estalló el segundo conflicto mundial e hijo de una tierra que con sus campos de concentración mantiene el recuerdo «de los lugares más dolorosos y más llenos de desprecio al hombre y a sus derechos fundamentales».

Amenaza

Por otra parte, el FBI detuvo ayer a la esposa de Alfonso Roberto Gustavo, de origen salvadoreño, para interrogarla, basándose en la sospecha de que su esposo es autor de una amenaza de muerte al Papa. Las llamadas Fuerzas de Liberación puertorriqueñas enviaron un mensaje a la policía acusando a este personaje de estar preparando un atentado contra Juan Pablo II.

La nota enviada por los puertorriqueños al FBI añadía que investigaran en un lugar de Elisabeth, localidad de New Jersey, donde encontrarían un alijo de armas. El mensaje concluía diciendo: «Vayan en esa dirección, la vida del Papa está amenazada.»

La policía investigó el lugar, encontrando en la vivienda de Alfonso Roberto una metralleta y varios cartuchos de munición, procediendo a la detención de su esposa, Marcela.

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