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Una paulatina desmaoización

Definitivamente, los comunistas chinos buscan la singularidad política, en especial respecto a la Unión Soviética. Kruschev necesitó pocas horas, en la madrugada del 5 de febrero de 1956, para trazar las líneas de la desestalinización, que durarían tan sólo el llamado «decenio del deshielo». Algunos dirigentes de Pekín llevan ya dos años empeñados en establecer una desmaoización, que busca un «deshielo» ideológico, político y social para un futuro lejano, al menos hasta el año 2000Las críticas a Mao no son nuevas. Lo es, sin embargo, el deseo de derrocar su política más reciente, la que surgió a raíz de la lucha por el poder de la revolución cultural.

Ni el mariscal Peng Dehuai, a finales de los años cincuenta, ni Liu Shaoqi, a mediados de los sesenta (como ejemplo de sus dos enemigos más reconocidos y depurados, fueron tan tajantes en la censura de la política maoísta como los centenares de manifestantes de la plaza Tian Anmen, de Pekín, el 5 de abril de 1976, punto de partida de la actual campaña de desmaoización.

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Los que regresaron de la revolución cultural

«China no es la de antes/y su pueblo ha dejado de ser estúpido/nunca volverá a ser la sociedad feudal del emperador Qin.» Estos versos fueron repetidos por los manifestantes aquel día, que culminó de forma sangrienta. Sabido es que a Mao le gustaba compararse con el emperador Qin Shi Huang Di (390-211 a. C.), unificador de China, en base a un despótico sistema político.

A finales de enero del presente año, aparecía un dazibao en el «muro de la democracia» de Pekín con el siguiente texto: «Nunca más la tiranía feudal de Mao.» El fondo de la crítica es el mismo, variaba la libertad de expresión, producto del interés de un grupo de poder (el encabezado por Deng Xiaoping) para acelerar el proceso de desmaoización.

A partir de entonces, los más próximos colaboradores de Deng se integraron a las tareas de gobierno, en primer lugar Hua Yao-bang, actual secretario general del partido y que se perfila como una de las personalidades con mayor porvenir político; en segundo término, Peng Zhen, ex alcalde de Pekín y la primera víctima de la revolución cultural, en la fase dirigida directamente por la ahora viuda de Mao. Y el más significativo de todos, la rehabilitación de la memoria del mariscal Peng Dehuai.

A partir de entonces, la labor de estos hombres quedó muy clara: barrer de la historia china las referencias y la doctrina del período revolucionario (1966-69), que resultó su gran fracaso político.

Divergencias internas

A pesar del apoyo del Ejército a esta política, las discrepancias en las altas esferas del partido no se habían disipado. A lo largo de todo 1977 y 1978 se estableció una frágil entente entre Hua y Deng, que se rompería a favor del segundo con la destitución en octubre del año pasado del alcalde de Pekín, Wu De, y el alejamiento de hecho de toda tarea política del viceprimer ministro Wang Dongxin (ex jefe de seguridad de Mao) el pasado mes de junio.

Pero la gran victoria de Deng Xiaoping llegó en el pleno del comité central del partido, del 18 al 22 de diciembre de 1978, con la colocación de sus más próximos colaboradores en puestos claves del aparato. Yao Yilin sustituía a Wang Dongxin en el departamento general del partido; Hua Yaobang, a un amigo de Hua Guofeng; Zhang Binghua, en el departamento de propaganda, y Gen Biao, también próximo a Hua, cedía su puesto de relaciones internacionales a Ji Bengféi, brazo derecho de Zhou Enlai en su día.

El problema para Hua Guofeng siempre ha sido el escaso soporte que le legitima como líder de China. Sin una carrera brillante y el simple aval de una frase escrita por Mao cuando agonizaba («Si tú estás al frente de los asuntos, estoy tranquilo»), Hua necesita a Deng y a sus amigos tecnócratas, pero un mínimo, de lealtad le obliga a ser fiel a Mao y a parte de la revolución cultural, que en cierta manera catapultó su carrera a raíz de las depuraciones masivas de cuadros.

Probablemente en base a esa lealtad, Hua hizo todo lo posible para desprestigiar una política de democratización que partió del grupo de Deng Xiaoping a primeros del pasado enero, que implicaba fundamentalmente la crítica directa a la labor de Mao Zedong.

Antes de que apareciese en 1979 el «muro de la democracia» (una «buena cosa», según declaró Deng al Toronto Globe), el diario Claridad, próximo a la línea liberal, se refería a Mao diciendo «que es un hombre, no un genio (...), cuyos comienzos en política no fueron socialistas».

Un ligero resquicio de libertad de expresión se convirtió en una explosión de reivindicaciones políticas, sociales y laborales, capaz de estremecer a todo el país y dar al traste con una política de desarrollo basada en la «unidad, el orden y la estabilidad». Cuando la revista disidente de defensa de los derechos humanos, Tansuo (Exploración) acusó en abril a Deng de «dictador», por frenar las reivindicaciones democráticas, no hacía sino constatar la ineficacia del primer viceprimer ministro para afrontar de golpe la enorme crisis social del país. Parte de culpa del «endurecimiento » la tienen los cuadros intermedios, que han paralizado su gestión movidos por la inercia de años anteriores (continuos cambios de consignas) y temerosos de escoger una línea que sea acusada más tarde de «errónea».

Parte de culpa, también, de ciertos mandos militares que temían que, dada la abundancia de justas reivindicaciones sociales y el aumento de críticas al sistema, se generase un cambio de planes respecto a la prometida modernización del ejército. De cualquier forma, a lo largo de todo el verano, Deng ha dado satisfacción a los militares al explicarles el alcance exacto de las palabras de su colaborador, el viceprimer ministro, Li Xiannian en la segunda sesión de la V Asamblea, cuando afirmó que «la gente está descontenta y hay que solucionarlo».

A finales de agosto, coincidiendo con el relanzamiento de la campaña democrática en Pekín, el Diario del Ejército de Liberación escribía en su editorial que había que concentrarse «en la liquidación completa de la línea oportunista izquierdista», cinco meses antes no opinaba lo mismo.

La desmaoización, bien entendida, no puede quedar en conseguir que «Zhou Enlai sea el personaje más venerado de China», lo que ya ocurre, como admite tácitamente un diplomático chino en Madrid. Es un cambio del sistema que podría llevar a una tercera vía, por ello, cuando la banda de los cuatro definían en 1974 a Deng Xiaoping como el «Imre Nagy chino» tenían su fundamento (alusión al reformista húngaro de 1956).

China tuvo su «primavera», que resurge estos días. ¿Será Deng su Dubcek?

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