El general González Vallés fue abatido de un solo tiro en la sien
Sin incidentes destacables, salvo los protagonizados al término del acto por un centenar de personas de paisano, se celebró en la basílica Santa María, de San Sebastián, el funeral corpore insepulto en memoria del gobernador militar de Guipúzcoa, general de brigada Lorenzo González Vallés, abatido de un tiro en la cabeza a mediodía del domingo, cuando paseaba en compañía de su esposa por el paseo de La Concha.
El general González Vallés salió del Gobierno Militar el domingo con intención de acudir a misa, aproximadamente media hora antes del atentado. Acompañado de su esposa, Josefina Seco, se encaminó hacia el cercano paseo de La Concha, que bordea la playa del mismo nombre. Cuando había recorrido unos seiscientos metros y se encontraba aproximadamente en mitad del mismo, a escasa distancia de las rampas de entrada y salida de la citada playa zona conocida como Los Relojes-, el señor González Vallés se detuvo junto a la barandilla. Eran las doce menos cuarto del mediodía.En ese momento un joven, al que acompañaba otro desconocido, se despegó de aquél y se acercó rápidamente al matrimonio, y sin mediar palabra hizo a bocajarro un disparo en la sien del gobernador militar en el momento en que éste se volvía. El señor González Vallés cayó fulminado al suelo. El proyectil le había salido por la frente con restos de masa encefálica y abundante sangre. La muerte fue instantánea.
Las muchas personas que paseaban por La Concha a la hora del atentado -era un domingo frío, pero soleado- no pudieron casi percatarse del hecho por la rapidez con que se produjo. Aprovechando la primera reacción de sorpresa y confusión, los dos jóvenes huyeron corriendo hasta la calle Urbieta, que va a desembocar en la plaza de Zaragoza -frente al hotel Orly-, donde les esperaba un tercer compañero a bordo de un coche Seat 131 de color rojo, matrícula SS-9338-K, que sería encontrado hora y cuarto después abandonado a dos manzanas y media de distancia del lugar del atentado, concretamente en la calle Marina. El vehículo había sido sustraído a punta de pistola a las nueve de la mañana del domingo en la calle Secundino Esnaola, en el barrio de Gros, donde su propietario lo esta ba limpiando. Dos jóvenes armados le intimídaron y se llevaron el coche tras recomendarle que no denunciara el hecho hasta pasadas las dos y media de la tarde.
Dos jóvenes con anoraks
Los testigos no aciertan a definir con exactitud la personalidad de los agresores. Todos indican que únicamente oyeron un disparo y vieron, al volverse en el suelo, a un hombre al que acompañaba una mujer. Un testigo declaró ayer a EL PAÍS que los dos desconocidos eran jóvenes, vestían anoraks oscuros y pantalones vaqueros y que el que hizo el disparo era moreno y de complexión fuerte.El cadáver del gobernador militar de Guipúzcoa quedó tendido junto a la barandilla. La esposa de la víctima permaneció un rato abrazada al cadáver hasta que llegó uno de los hijos del matrimonio, el cuarto, que, tras las primeras escenas de emoción, comentó a los primeros informadores que llegaron: «Hace pocos días hablamos en familia del tema del terrorismo. Mi padre comentó que ni la pena de muerte ni las venganzas o represalias contra los terroristas resuelven nada.»
Retirado una docena de metros del lugar del atentado, el cadáver del señor González Vallés permaneció a la sombra de unos tamarindos del paseo de La Concha, hasta que, a la una y media, el juez de guardia ordenó su levantamiento. Trasladado primero al Hospital Militar, se le condujo posteriormente al Gobierno Militar, donde quedó instalada la capilla ardiente en el salón del Trono.
Funeral
A las diez de la mañana de ayer se celebró en la capilla ardiente del Gobierno Militar de Guipúzcoa una misa de carácter estrictamente privado, que ofició un capellán castrense. Asistieron únicamente la familia y los más allegados a la misma.A partir de esa hora llegaron al Gobierno Militar de San Sebastián distintas autoridades militares, como el teniente general Coloma Gallegos, el capitán general de la VI Región Militar, el general jefe del Estado Mayor de la región y el coronel de la Guardia Civil de la zona, en representación del director general de la Guardia Civil. Todos ellos se reunieron pasadas las once menos cuarto con el ministro de Defensa, Agustín Rodríguez Sahagún, que había llegado a las diez de la mañana.
Media hora antes de la celebración del funeral -que estaba previsto para las doce del mediodía-, el Gobierno Militar aparecía fuertemente acordonado por la Policía Nacional y se observaba una estricta vigilancia, que no dejaba acceder a la zona situada frente.al Gobierno Militar más que a militares, familiares de la víctima y periodistas.
Al mediodía, el féretro que contenía los restos mortales del gobernador militar de Guipúzcoa e iba cubierto con una bandera española fue sacado a hombros de compañeros de armas de la víctima al exterior del Gobierno Militar, donde le rindió honores militares una compañía con banda de música, que interpretó el himno nacional y el de infantería. El féretro fue introducido en un furgón. Detrás se formó la comitiva fúnebre, que encabezaban dos hijos de la víctima -uno de ellos teniente de ingenieros-, el ministro de Defensa, el capitán general de la VI Región Militar y el gobernador civil, jefes, oficiales y suboficiales de los tres ejércitos, Policía Nacional y Guardia Civil, y la compañía y banda que le rindió honores. Dos hijas de la víctima, periodistas, se situaron junto a la cabeza de la comitiva, aunque sin integrarse en ella.
El cortejo fúnebre, que abrían policías de Tráfico en moto, tras girar a la izquierda por el bulevar, recorrió luego toda la calle Mayor -en pleno casco viejo donostiarra-, al final de la cual se encuentra situada la basílica de Santa María, donde iba a celebrarse el funeral. En todas las calles paralelas y transversales a la calle Mayor se había montado un importante dispositivo policial, que cerró el trayecto al público. Un policía situado en un balcón bajo el reloj de la iglesia observaba desde lo alto con prismáticos y un radioteléfono las incidencias del acto.
El templo aparecía abarrotado en su mayor parte por pergonal militar. La misa funeral, concelebrada por siete sacerdotes, fue oficiada por el capellán castrense del batallón Colón, de Irún, quien en su homilía dijo entre otras cosas: «La muerte ha llamado otra vez a la puerta de la familia militar. Como toda muerte violenta a manos de asesinos a sueldo, ésta nos produce un dolor y una rabia dificilmente contenidos.»
Pidió el celebrante en su homilía a los asistentes al funeral que rezaran por España, que, dijo, «está enferma y ojalá no sea de muerte. A los males hay que buscarles remedio y hemos de pedir que los gobernantes tengan fuerza para poner el medicamento, el remedio adecuado, porque si no será precisa una operación quirúrgica. Debemos pedir que nuestros gobernantes tengan las manos firmes para estirpar el tumor que padecemos».
Concluida la ceremonia religiosa, el féretro fue conducido fuera del templo a hombros de compañeros de la víctima. Tras recibir honores militares en un furgón fúnebre, los restos mortales del general González Vallés fueron conducidos al aeropuerto de Fuenterrabía, para, a bordo de un avión del Ejército del Aire, en el que también viajaban su viuda y familiares, ser trasladados a La Coruña.
En las escaleras del templo las autoridades civiles y militares se despidieron del ministro de Defensa. «No tengo ninguna declaración que hacer», dijo a los informadores, «estoy aquí sólo para compartir el dolor de la familia y del cuerpo militar. » Cuando el señor Rodríguez Sahagún iba a introducirse en el coche, una señora salió de entre los jefes militares y le increpó llamándole cobarde y rogándole que se marchara. Un comandante de la Policía Nacional la mandó callar. Momentos antes una persona de paisano había dado los gritos de «¡Viva el Ejército!» y «¡Viva España! », que fueron respondidos unánimemente por un reducido número de personas, también de paisano, que habían logrado acercarse al lugar. Oficiales militares contuvieron en algún momento a personas que intentaban distorsionar el acto, que transcurrió de esta forma en una normalidad absoluta.
Manifestación
Cuando los asistentes al acto, la mayor parte militares, regresaban a pie hasta el Gobierno Militar, al llegar al bulevar fueron recibidos con gritos de «Ejército al poder», «ETA, asesina» y «Gobierno traidor», por un centenar de personas que eran contenidas por cordones policiales. Este grupo, que portaba una bandera española, inició luego una manifestación por la calle Hernani hasta llega; en el paseo de La Concha, al lugar donde cayó mortalmente herido el gobernador militar de Guipúzcoa. En un momento determinado y entre los gritos de «Muera ETA», un joven de treinta años situado a escasa distancia gritó «Gora Euskadi Askatáta*. Este hecho sorprendió a los manifestantes, que no reaccionaron. Posteriormente, otro joven de unos diecinueve años se dirigió a los manifestantes, dando también los gritos «Gora Euskadi Askatuta» y «Gora ETA militar», que fueron respondidos por una docena de jóvenes.A las cinco de la tarde salía con destino a Madrid, a bordo de un avión del Ejército del Aire, el ministro de Defensa. El señor Rodríguez Sahagún mantuvo en el Gobierno Civil de Guipúzcoa, con el capitán general de la VI Región Militar y los responsables de la Policía Nacional y Guardia Civil, una reunión de trabajo, al término de la cual se informó únicamente que se habían tratado temas de carácter general, «que correspondían a la esfera de competencias del ministro». Sin embargo, se cree que el mini informó a los asistentes a la reunión del contenido de la seáión de trabajo que el presidente Suárez realizó el mismo domingo por la noche eñ la Moncloa con los responsables de la defensa y seguridad del Estado.
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