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La Almudena puede terminarse en tres años con trescientos millones

Sobre lo que se ha dado en llamar La Cornisa de Madrid, en el histórico Barrio de Palacio, ya en el límite del Madrid de los Austrias, se alza la inacabada catedral de La Almudena, que comenzada a finales del siglo pasado sigue todavía en lento proceso de construcción.

Próximamente se podrá inaugurar el ala derecha de la fachada principal, gemela de la que se levantó en la calle de Bailén. Así se pretende paliar un poco la Imagen ruinosa que se observa desde el Palacio Real. Y es que el presupuesto concedido por el Ayuntamiento, Patrimonio y Cajas de Ahorro no permite más que estas obras. Queda muy lejos la posible terminación de este edificio, ya que, como en tantas otras empresas, falla el capítulo económico, aunque, según las últimas previsiones, con sólo trescientos millones podría darse por terminado en el plazo de tres años.La historia de esta catedral no es tan antigua como la de la imagen que alberga, pues la devoción a la virgen de la Almudena entronca con ancestrales raíces populares. Desde el siglo XI se le rinde culto en la iglesia de Santa María, derribada en 1861, la imagen pasó luego al convento del Sacramento, y, a partir del siglo XVI, fue tomando cuerpo la idea de construir un templo más adecuado para albergarla. Fue Alfonso XII quien, a la muerte de la, reina Mercedes, y ante la imposibilidad de enterrarla en El Escorial (la reina murió sin descendencia), dio el impulso necesario para el comienzo de las obras, con la intención de levantar un gran mausoleo en La Almudena.

Se encargó el proyecto al marqués de Cubas, quien propuso un monumental edificio, totalmente imbuido en la corriente neo-gótica que primaba en aquel momento.

El 4 de abril de 1883 se colocó la primera piedra. Poco después la iglesia accedía a la categoría de catedral, gracias a una bula de León Xlll. Tras la muerte del marqués de Cubas, en 1889, se sucedieron varios arquitectos (Olavarría, Repullés, Moya), que poco adelantaron en la ejecución del proyecto. A lo largo de los años apenas la cripta y algunas obras estructurales se llevaron a cabo, hasta que llegó la paralización total con la guerra civil.

En 1944 el marqués de Lozoya, entonces director general de Bellas Artes, promovió un concurso nacional para encontrar solución al problema, pues desde 1883 había, decaído el gusto por el gótico ecléctico, variaron sustancialmente los conceptos estéticos y se percibía ya claramente la falta de composición entre el palacio y la catedral.

Terminarla o demolerla

El concurso fue ganado por los arquitectos Fernando Chueca Goitia y Carlos Sidro de la Puerta. Es este último quien, a lo largo de una conversación, nos va acercando a la idea del proyecto: «Fernando y yo estábamos muy interesados en la obra. Era, por aquel entonces, tema común entre todos nosotros. Coexistían las propuestas más dispares. Había quien quería continuar el proyecto neogótico original y quien quería dejarlo como estaba y plantar hiedra para dar un ambiente de ruinas históricas.»«Nosotros propusimos aprovechar todo lo que ya se había realizado, adaptándolo a un estilo neoclásico más adecuado al Palacio Real. Nos ajustamos a los modernos sistemas constructivos, cambiando las bóvedas de crucería por piezas prefabricadas de hormigón que luego han sido policromadas con dibujos abstractos.

Las obras empezaron en 1950, ya que el alcalde de Madrid, don José Moreno Torres, estaba empeñado en la urbanización de la calle de Bailén. Se finalizó la construcción del claustro que da a esta calle en 1955 con el conde de Mayalde en la alcaldía, que orientó las obras hacia la fachada principal. Pero el fervor constructivo fue decayendo hasta que en el 65 el entonces alcalde Arias Navarro paralizó totalmente las obras.

A lo largo de este tiempo se suceden críticas de todo tipo, habiéndose propuesto incluso la demolición total. Y es que ha llegado el momento en que no es posible detener mucho más tiempo las obras o seguir dependiendo de las imposiciones aleatorias de sucesivos alcaldes. Hay que optar entre la dernolición, que evidentemente supone un gran despilfarro económico, o la conclusión definitiva de las obras.

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