Primera y última noticia de Rafael González
Podría escribirse un libro, bastante voluminoso, sobre los músicos españoles que hicieron su carrera y su vida más allá de los Pirineos o al otro lado del Atlántico. Uno de ellos, desconocido para la mayoría, ha muerto hace poco en Madrid. Se trata de Rafael González, pianista de excelentes cualidades. Como será inútil buscar su nombre, en diccionarios y enciclopedias especializadas, daré un primer dato: González fue el solista elegido por Falla para las Noches en los Jardines de España, en los conciertos que dirigiera en el Colón de Buenos Aires el año 1939. Luego que Juan José Castro condujera la Sinfonietta, de Halffter, Falla presentó un grupo de páginas polífónicas españolas de los siglos XV y XVI (Morales, Guerrero, Del Enzina, Escobar, Victoria), en su versión expresiva, y los «nocturnos» con Rafael González. «Intérprete e instrumentista de excepción», «maestría técnica v refinado sentido musical», «interpretación de gran categoría», «ejecutante ideal, inobjetable desde el punto de vista técnico y dotado de fina y profunda sensibilidad», «nunca como anoche se pudo admirar y sentir la honda poesía de estas páginas ... ». Así habló la crítica bonaerense después del concierto celebrado el 11 de noviembre del año 1939, primero del exilio de Falla.Rafael González, nacido en Barcelona (1892), se instala en Buenos Aires el año 1904, como estudiante, en las aulas de Julián Aguirre, uno de los fundadores de la moderna música argentina. Aguirre (1869-1924) había sido alumno de Zabalza, Aranguren, Beck y Arrieta, de manera que pudo entenderse con su discípulo español en el mismo idioma musical. Cuando pasados once años, González actúa en en Colón, bajo la dirección de André Messager, en las Variaciones sinfónicas, de César Franck, todos descubren a un gran artista, a un músico entero y verdadero, que podría haber se convertido en divo de no sentir con mayor fuerza la doble llamada de la enseñanza y la música de cámara. A una y otra entregó su existencia, y si la cátedra le daba ocasión al desarrollo de su generosa personalidad, la música de cámara le proporcionaba -como escribe Rodolfo Arizaga- «el módulo preciso a su temperamento y la complacencia a su espíritu severo, implacable, incondicional. Que en esto -concluye el musicólogo bonaerense-, afortunadamente, nunca dejó de ser español, aunque legalmente adoptase la ciudadanía argentina».
En la Asociación Wagneriana, Rafael González explicó desde el piano, como colaborador de Ninón Vallín, toda la historia del «lied» del mismo modo que interpretaba, junto a Pierre Fournier, el ciclo completo de las sonatas para violoncello y piano, de Beethoven o colaboraba con un tan, primerísimo cuarteto como el Lener, de Budapest. Durante mucho tiempo formó parte del Trío González-Pessina-Vilaclara, y es bien sabido que Carlos Pessina supone una de las más altas cimas de la interpretación Argentina.
Razones de capacidad, de generosidad y de amistad, llevaron a Gónzález, por dos veces, a formar parte del directorio del teatro Colón: la primera, en 1933, por deseo de la presidenta, Victoria Ocampo; la segunda, en 1956, durante la regencia de Juan José Castro, director y composítor, en el que González prolongó la amistad con su maestro, pues Castro estaba casado con Raquel, la hija de Julián Aguirre. Todavía habría que aludir a la larga tarea de Rafael González en el Fondo Nacional de las Artes, empeñado en una divulgación seria y una extensión musical, tanto en el dominio de la llamada música culta, cuanto en el del folklore y las ediciones.
Después de 75 años de ausencia, Rafael González volvió de Argeritina «a la querencia de las raíces», según dice Llovet. Corrio la «introducción», ha sido española la «cadencia final» de una vida fecunda en la otra orilla e ignorada en ésta.
Babelia
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