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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Fútbol y autonomía

LAS NORMAS constitucionales, las leyes ordinarias y las disposiciones administrativas pueden cerrar hasta la obturación o abrir hasta la libertad el espacio donde las personas que integran una comunidad política discuten y tratan de solventar sus diferencias. Pero ni el derecho puede imponer a los hombres sus ideas, creencias y sentimientos, ni los cambios en la normativa jurídica -notables en nuestro país durante los últimos tres años- producen una transformación homóloga, como si de causa a efecto se tratara, en la sociedad que los recibe.La aprobación del Estatuto de Guernica, así, constituirá un acontecimiento histórico decisivo en cuanto que permitirá el libre y pacífico despliegue, tanto dentro del País Vasco como en las relaciones de esta comunidad autónoma con el resto de España, de las tensiones y conflictos sofocados y enervados por la violencia terrorista y por un centralismo cerril que -aunque no justifique ni disculpe los crímenes de ETA- la hizo históricamente posible. Ahora bien, llevará años y exigirá un continuado esfuerzo de negociación política y de reeducación de la sensibilidad ciudadana que el nuevo modelo de Estado, jurídicamente diseñado por la Constitución y el Estatuto, sea aceptado hasta sus últimas consecuencias por la comunidad global española y la comunidad específica vasca, y sea acompañado de la correspondiente transformación de actitudes, emociones y valores en el seno de la sociedad. A las pocas semanas de la aprobación por la Comisión Constitucional del Congreso del texto autonómico, dos incidentes lo demuestran.

Por un lado, el anuncio de un partido de fútbol entre una selección vasca y el equipo de Irlanda, organizado en Bilbao, para allegar fondos con destino a una campaña en favor del euskera, ha herido la sensibilidad de algunos sectores de opinión, que parecen considerar ese acontecimiento como una declaración simbólica de independencia. No es extraño que quienes pensaron en su día que el gol de Telmo Zarraonaindía en Maracaná vengaba sobradamente la derrota de la Armada Invencible ante la pérfida Albidri se sientan desengañados en su estrafalario patriotismo ante el cambio de camiseta de los sucesores del legendario delantero centro vizcaíno. Tal vez pudiera tranquilizarles el recordatorio de que no existe un equipo nacional de Gran Bretaña y de que el país que inventó el fútbol dispone de cuatro selecciones, que representan, en los campeonatos internacionales, a Inglaterra, Escocia, Gales e Irlanda del Norte, sin que la unidad de la Corona se resquebraje y aunque la potencia del deporte británico se debilite. Pero no se trata, desgraciadamente, de un síntoma de incultura futbolística, sino de una primera manifestación de emociones más profundas. Porque si no se acepta que los vascos hagan deporte autónomamente, todavía más difícil será que se admita, sin desgarramiento de vestiduras, otras materializaciones no tan lúdicas del sistema de autogobierno.

Casi a la vez, un encolerizado concejal de Herri Batasuna calificó de insulto que otro miembro del Ayuntamiento de Pamplona lo considerara español. En los meses anteriores, por contra, otros compatriotas nuestros se dieron por insultados ante unas declaraciones en las que el ex guardameta de la selección nacional de fútbol manifestaba que no se sentía español. Evidentemente, queda todavía un largo trecho antes de que hombres como Iríbar pongan de acuerdo sus sentimientos -que ninguna ley puede forzar- con su ciudadanía, y para ello se necesitará que lo español deje de identificarse y de ser identificado con el patriotismo centralista y afloren de nuevo a la superficie los valores de nuestra tradición humanista y liberal, violentamente enterrada durante décadas por los monopolizadores de los símbolos, única sobre la que podrá fundarse un sentimiento nacional español omnicomprensivo de todos los pueblos de la Península. Entre tanto habrá que conformarse, siempre que no aparezca la violencia, a sobrellevar con paciencia las flaquezas de entendimiento y de ánimo de nuestros prójimos que se consideren insultados porque alguien diga que no se siente español o porque alguien les atribuya tal condición.

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