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Tribuna:Verano del 79CARTAS DESDE BOLIVIA
Tribuna
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Una raza humilde y orgullosa

No es raro que en Bolivia haya animadversión hacia Chile. Aquí se repiten los chistes contra el país y sus dirigentes. Como éste: «Frei comenzaba sus discursos diciendo: "Conciudadanos". Allende decía: "Camaradas", y Pinochet dicen que dice "Sooobrevivientes". »Cuando esto escribo, el Gobierno, a sabiendas de que un acto de masas puede producir más víctimas que logros, decidió no celebrar de forma tumultuosa el aniversario de la pérdida de la salida al mar. A lo cual el Comité Pro Mar Boliviano de Cochabamba hace un llamamiento con palabras típicas del estilo suramericano, prometiendo:

«Promover una movilización cívica departamental para salir de la indiferencia y apatía, recordando con dignidad, altivez y rebeldía, con justo sentimiento de protesta, la brutal agresión y la usurpación del litoral boliviano.» En ella «el pueblo boliviano reiterará su sagrado juramento de retornar al mar en aquella concentración; la patria y las cenizas de nuestros héroes así lo demandan». (Presencia. La Paz, 26 de enero de 1979.)

Unos de esos héroes se conmemora en la plaza Aboroa, de La Paz.... nombrada en honor del oficial que se representa muriendo en la defensa de un puente. Según la leyenda, a la intimación chilena de rendirse contestó con un «¡Que se rinda su abuelo, carajo!», versión suramericana del famoso «merde!» del general napoleónico Cambronne.

El viajero ha tenido suerte. El viajero llega siempre a los lugares para oír: «Qué pena que no estuviera usted aquí la semana pasada. Hubo una fiesta linda. » Esta vez la fiesta linda ha ocurrido cuando el viajero ha podido verla y olerla. Es la feria de las Alasitas, una fiesta en la que el boliviano pobre (casi todos los bolivianos) decide apelar a poderes altos y lejanos para conseguir lo que la sociedad en que vive no le permite alcanzar con su trabajo diario.

Se trata de una feria en la que, aparte de los innumerables tenderetes dedicados a la venta de juguetes, caramelos, objetos de cueros, masitas (pastas), prendas de vestir, se añade un elemento característico de estos días. La miniatura de camiones, casitas de yeso y billetes de mil dólares en tamaño más reducido que el original. La idea que preside estas compras es que el enano Ekeko, cuya figura deforme en piedra preside la entrada de la feria, hará real la ilusión del comprador. Si éste adquiere una casita de yeso, verá levantarse la suya en piedra o ladrillo durante el año. Lo mismo ocurrirá con el camión miniatura, que «atraerá» al de tamaño natural, o con los billetes de mil dólares, que aumentarán su tamaño y resultarán de valor auténtico. Centenares de manos se alargan hacia el objeto representativo de sus anhelos, los dedos apretando el dinero que permitirá su adquisición y el principio de una esperanza que durará once meses...

"Los españoles nos quitaron las tierras"

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Resulta difícil ver un rostro blanco en esas fiestas entre la multitud cobriza, en que las narices son todas iguales, no demasiado largas y encogidas en la punta, como la de un pequeño tapir. Raza humilde y orgullosa al mismo tiempo, que no rehúye la vista, pero que tampoco se extasía ante el hombre blanco, su dominador de siempre.

-¿Usted sabe que hasta la revolución de 1952 los niños aymarás no podían entrar en la escuela? ¿Que a mi padre le pusieron en la picota por intentarlo?

Me habla un guía de la excursión al lago Titicaca. El guía es hombre que ha viajado por países muy lejanos, desde Australia a España, y ahora ha vuelto a servir lo que cree su causa, la de sus hermanos aymaras.

-Los españoles nos quitaron las tierras, nos prohibieron ilustrarnos.

-¿Los españoles? Bolivia lleva 150 años de independencia. ¿Por qué achacan todo a los españoles?

-Bueno, la verdad es que los criollos tampoco nos han tratado bien. No hicieron más que sustituirlos a ustedes en la posesión de lo que era nuestro. Sólo con la reforma agraria de 1952 recuperamos las tierras de nuestros antepasados.

(He oído hablar mucho de esta reforma agraria, como de tantas que se hicieron con más atención a la popularidad fácil que la la eficacia.)

-¿Es verdad que, según dice un historiador, la reforma ha servido sólo para hacer político al indio, y que ahora la producción agraria es más deficiente que antes?

Al guía le cuesta admitirlo.

-Lo peor para mí es que, a resultas de esa reforma, el indio perdió el sentido de solidaridad con la gente de su tribu. Se hizo egoísta y se negó a asociarse con los demás como en tiempos añejos. Ultimamente parece que empieza a ver la necesidad de volver a la época prehispánica. Todos para todos y cada uno, ayudando a otros en sus necesidades. Como ahí. ¿Ve?

Pasamos junto a un pueblo donde están construyendo una casa con el adobe típico, barro sobre barro; el poblado apenas se distingue del altiplano.

-Esa gente está colaborando para hacer la casa de uno que la necesita. Esta era nuestra idea de asociación anterior a la época de la colonia; a ella tenemos que volver.

Pasamos por otro pueblo, al que acuden campesinos por todos los caminos polvorientos.

El trueque

-Otra fórmula antigua que pervive. El trueque directo, sin dinero por medio. El campesino ofrece sus productos y el ciudadano los suyos.

-¿Algo así como una vaca por una máquina de coser?

-Efectivamente este es un trueque que se hace a menudo. A veces les engañan, claro. Cuando Banzer subió al poder se encontró con que el Gobierno de Torres había armado a los habitantes de un pueblo vecino que tienen fama de belicosos y revolucionarios. Entonces les ofreció darles una bicicleta por cada fusil y aceptaron casi todos.

Les puso sobre ruedas y les quitó la posibilidad del avance social al mismo tiempo.

Caminan al lado de la carretera, sin una ojeada al autobús, unos indios con un rebaño de llamas; el animal lleva alta la cabeza, erguido el cuello, los ojos bellísimos ornados de pestañas, mirando alrededor sin miedo.

-¿Sabe usted que no aceptan cargar más de doce kilos? En cuanto se les pone el número trece se sientan y no hay palo que les obligue a moverse.

-Y además escupen al insistente, según he oído.

-Así es. Le escupen a la cara. Y con puntería.

El indio, la india -ahora se les llama, me advierten, «campesinos»-, van por el altiplano con la misma carga que sus antepasados, con la misma carga económica, social y humana. El camino polvoriento se ha hecho asfaltado; el carro, veloz automóvil; pero ellos siguen iguales, abandonados de Dios y de los hombres, ignorantes de lo que está más allá de las montañas que limitan el altiplano.

Aunque a veces algunos de sus humildes hijos salte el invisible cerco que les ha impuesto la geografía y la historia y se encarame a las primeras páginas de la popularidad. Resulta que Thor Heyerdhal, después de probar con su Kon Tiki que los indígenas de la costa peruana y chilena de hoy podían haber llegado a Oceanía, intentó demostrar que los habitantes del norte de Africa podían haber Regado igualmente a América. Por ello construyó una embarcación de pergamino y fracasó; luego pensó en la tutora, un junco del lago Titicaca y buscó a quienes podían trenzarlo, para lograr la embarcación de hace 2.000 años. Le hablaron de los pescadores del lago Titicaca y aquí vino y aquí enroló a seis tras muchas discusiones y ofrecimientos. ¿A dónde nos llevan? Seis expertos en el tejer de juncos fueron a Marruecos y, tras el naufragio de la Ra I, construyeron la Ra II, que se hundió en el mar Caribe después de haber probado concluyentemente que la travesía del Atlántico era posible con aquel medio de navegación.

Hoy, el jefe de aquel grupo es la gloria local y se llama Paulino. Vamos a su choza, en la isla Sukiri, una isla donde, naturalmente, cada niño mayor de cinco años ofrece la réplica en miniatura del famoso barco.

-Esa es la madre de Paulino.

La vieja está acurrucada en el patio; desdentada, arrugada, mira a la lejanía y se deja admirar como a una diosa capaz de parir al héroe del lago Titicaca, el que tuvo que ayudar a unos blancos incapaces de construir una balsa por sí solos. Es la Letizia de Napoleón Bonaparte, la madre de Whistler, la de los Gracos... En el interior de la casa, un diploma enmarcado nos informa que el ministro de Educación felicita a Paulino por su colaboración con la cultura mundial. Unos mapas en la pared muestran el recorrido de la embarcación; unos recortes de periódicos, el eco mundial de la gesta.

Salimos de nuevo al patio. La madre de Paulino ha abandonado su aspecto hierático y lejano y se acerca para alargar una mano cetrina. Ha dejado de ser la madre del héroe para convertirse en una india pobre más.

Expolio cultural

Nos muestran a lo lejos los cementerios de los incas. Expediciones de arqueólogos, especialmente franceses, se llevaron infinidad de objetos valiosos, hasta que las protestas de los indígenas fueron escuchadas por las autoridades y terminó el expolio.

-Como en otras repúblicas suramericanas, la tendencia es la vuelta al indigenismo, ¿no?

-Aquí son cuatro intelectuales de izquierda que tampoco saben bien ni el aymará ni el quechua (las dos lenguas más importantes del país).

-Pura demagogia -me dice un escritor de La Paz.

-Ya era hora de que tomasen medidas para defender nuestra cultura -me dice el guía José. Empieza a exigirse que el que entre en la Universidad sepa el aymará en esa zona, quechua donde se habla (cerca de Perú). Pero lo curioso es que estamos empezando la casa por el tejado. ¿Cómo va a saber el, quechua un muchacho de dieciocho años si en la escuela no se lo han enseñado jamás? Es cierto, sin embargo, que algo se ha hecho. Hasta 1952, el indio tenía la entrada vedada en muchos lugares y ahora va a donde quiere.

¡En 1952! Sólo ayer, como quien dice. ¿Cuanto le costará al indígena aprovechar esa oportunidad? Curiosamente, la apertura hacia la sociedad blanca, tan deseada durante generaciones, se permite en un momento en que el mundo entero, en general, y el cobrizo, en particular, empieza a revisar conceptos y a darse cuenta de que tampoco es tan importante pertenecer a un grupo que ha dejado de creerse portador de destinos eternos. Dicho de otra forma: le han abierto las puertas a quien ya se le han quitado las ganas de entrar.

PROXIMO CAPITULO: Las hojas de coca se venden en los mercadillos como si fueran lechugas.

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