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Tribuna:Verano del 79CARTAS DESDE BOLIVIA
Tribuna
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Ciento ochenta y dos Gobiernos en siglo y medio de independencia

Iba a titular «Bolivia, en la encrucijada», pero hubiera resultado una definición más permanente que actual, más histórica que periodística. Porque Bolivia se ha pasado su historia independiente en la encrucijada, deseando que el próximo Gobierno fuera el que decidiera por fin su destino, esperando y temiendo siempre de su futuro inmediato la solución de sus innumerables problemas sociales, políticos, económicos. Las cifras cantan y cantan una triste melodía de inseguridad administrativa. Ciento ochenta y dos Gobiernos se calculan (más o menos, porque hay disparidad para precisar cuándo alguien llega realmente a gobernar todo el país) para 154 años de independencia. De uno de los más largos y más dictatoriales, el del general Hugo Banzer, acaba de salir Bolivia y en los ánimos de muchos hay una esperanza. Me lo han dicho profesores, escritores, indios aymaraes y quechúas, lo he oído en el salón, en la iglesia, en el campo, en el autobús micro que se empina por las difíciles calles de la capital más alta del mundo (3.400 metros), en las riberas del lago navegable más alto del mundo (ocho mil y, pico de kilómetros cuadrados), en las calles a cuyos lados sé alinean las vendedoras indígenas.-Esta vez va en serio. Los militares han anunciado claramente su intención de entregar el poder a quienes resulten elegidos por el pueblo.

-¿De verdad lo harán?

Graves consecuencias

El boliviano intelectual, escritor, crítico, cree que sí, que son sinceros. Tienen la seguridad de su mala imagen entre la gente y quieren mostrar su respeto a la Constitución retirándose a los cuarteles. Si no lo hicieran, musita, las consecuencias podrían ser graves. Este es un pueblo que tiene paciencia durante años, pero cuando se cansa es terrible.

Terrible es una palabra poco exagerada aquí. Estamos en la plaza Murillo -un héroe de la independencia-, frente al palacio presidencial.

-¿Cuál de ellos es?

-Este.

Es un farol al parecer como todos los demás que rodean la bella plaza colonial y que, sin embargo, hay que mirar con el respeto imponente que produce la tragedia.

En él fue colgado el cadáver del presidente Villarroel, muerto por el pueblo iracundo, que le había arrancado de su palacio momentos antes.

-Y en el de más allá colgaron a un capitán partidario suyo. La cuerda se rompió tres veces y tres veces la anudaron para acabar con él.

-En la antigua España -le digo-, si la cuerda se rompía, el pueblo creía que era un aviso del cielo y pedía que se perdonara al reo, a lo que en general accedía una autoridad tan segura de los mensajes:celestiales como la masa.

-Pues aquí no creyeron en ninguna intervención divina, o si lo creyeron pensaron que era más importante la humana. El militar fue ahorcado como el presidente.

La bárbara ejecución me devuelve a mis estudios históricos. El farol, la «lanterne» de la Revolución Francesa, en la que perecieron las primeras víctimas de la sublevación, como el gobernador de La Bastilla.

«Les aristocrates a la lanterna/les aristocrates on les pendra», cantaban los sansculottes por las calles parisienses en 1789. Pero aquí, en Bolivia, ocurrió hace mucho menos, ocurrió en 1946, en plena época contemporánea, cuando, terminada la segunda guerra mundial, los pueblos se comprometían a dirigir sus diferencias externas a través de las Naciones Unidas y sus diferencias internas a través del ejercicio de la democracia y sus votaciones legales.

-Villarroel era un tirano sangriento. Había hecho matar secretamente a líderes de la oposición. Y, como le decía: cuando la masa boliviana se irrita es terrible...

La masa y los individuos, cuando, estando en el poder, se sienten con fuerza para ello. He aquí un diálogo impresionante:

«Presidente Busch: hay cinco ministros por Ia muerte y otros cinco, por la prisión.» «Como presidente de la República, doy el voto decisivo: Mauricio Hochschild será fusilado a las seis de la madrugada.»

Mauricio Hochschild tiene en la historia boliviana un papel parecido al de Juan March en España. Lo que fueron los barcos para el mallorquín fueron las minas para Hochschild, con Patiño y Aramayo, los «tres barones del estaño».

Busch, presidente de inclinación izquierdista, había promulgado un decreto (6 de junio de 1939) obligando a las empresas mineras a entregar el ciento por ciento de las divisas obtenidas al Estado. Hochschild creyó seguir por encima de la ley, como lo había estado siempre, y la reacción del presidente lo anonadó. Los ministros emplearon las próximas horas para convencer al presidente del efecto que causáría en el país y en el extranjero un fusilamiento por delitos de orden económico. Y consiguieron salvarle. Quizá esa frustracíón hizo que el presidente Busch se suicidara unos meses después, en agosto de 1939.

La minería, está presente en toda la historia contemporánea de Bolivia tanto como la riqueza -el primer país productor de estaño del mundo-, como problema social; los mineros están a la vanguardia de la izquierda boliviana. De cuando en cuando, logran llevar a uno de los suyos al poder. Ese presidente Busch, por ejemplo. O el presidente Torres, también general, que anuncia a la llegada al poder que se apoyará en «campesinos, obreros, universitarios y militares revolucionaríos», cuadrilogía que estremece a los conservadores del país, y mucho más cuando el 31 de marzo de 1071 autoriza «la coparticipación obrera en la conducción y administración de las minas nacionalizadas». Sus medidas a favor de militares en cuanto a sueldos no bastaron a calmar el temor de la mayoría de oficiales del Ejército y de las clases altas. Se hablaba de entrega del poder absoluto a la clase obrera, de la creación de tribunales populares... Se inició la sublevación, y en un clásico juego teatral, de los que tantos ejemplos tenemos en nuestro siglo XX, el coronel Hugo Banzer pasó de la cárcel, donde estaba como sospechoso al régimen, a la presidencia de la República, esa presidencia que acaba recientemente de abandonar.

«En la psicología del pueblo boliviano la pasión política es exagerada, porque la política divide de padre a hijo y de hermano a hermano. » (Historiga de Bolivia, de Alfredo Ayala: La Paz, 1976. Página 398.)

Como muestra de la capacidad tan hispánica de disociarse en busca de un nuevo partido cuando el que seguimos no nos da el protagonismo que queríamos, he aquí los hijos que tuvo el Movimiento Nacionalista Revolucionario de Paz Estenssoro entre 1952 y 1962: Partido Revolucionario Auténtico (PRA), Partido Revolucionario de Izquierda Nacionalista (PRIN), Movimiento Revolucionario Pazestenssorista (MRP) y Movimiento Revolucionario Nacionalista de Izquierda (MNRI).

«Esta vez parece que va en serio. Ya verá usted. »

Descrédito electoral

Busco en otro libro las razones para este optimismo, y no las encuentro. Por el contrario, leo: «Ahora bien, con respecto al régimen electoral, debemos anotar una reflexión melancólica. Las elecciones en Bolivia no son todavía una fuente auténtica de soberanía democrática. No hay estimación ni respeto por ellas. Se las reclama solamente cuando la tiranía camarillera, nepótica o autocrática muestra las orejas del lobo.» Y más abajo: «Las elecciones van cayendo en el descrédito. No las consideran necesarias las Fuerzas Armadas, los Gobiernos de hecho, las fuerzas universitarias, las organizaciones obreras, los campesinos y, lo que resulta paradójico, los partidos políticos, cuyo único camino hacia,el poder es la elección. popular. ¿Para qué se organizan entonces los partidos políticos? ¿Para asaltar el Gobierno a balazos -la consabida "insurrecciónarmada"- o simplemente para proporcionar respaldo civil de oportunistas a los golpes militares? Un ejemplo típico de menosprecio al principio de "elección popular" tenemos en el golpe de Estado de 1969, que se atribuyó origen representativo nada más que por un "mandato de las Fuerzas Armadas de la nación", prescrito precisamente para derrocar a un Gobierno constitucional reconocido por las propias era ya el colmo de la restauración militar.» (Historia de Bolivia, de Augusto Guzmán. 4.ª edición. Madrid, 1976. Página 377.)

Fuerzas en su oportunidad. Esto

¿Suena a frustración? Toda la historia de Bolivia es una sucesión de frustraciones políticas, sociales y, sobre todo, militates. Como la guerra de Chaco, en la que un pequeño país llamado Paraguay le proporcionó derrota tras derrota.

-¿Te acuerdas, hermano, de la retirada del kilómetro siete?,

-Sí, sí. ¿Y tú te acuerdas de la retirada de Muñoz?

- i Ahhh! ¡Fue terrible la retirada de Alihuata!

-Yo creo que lo más duro fue la retirada de Saavedra.

Lo titula «Héroes» y lo subtitula «De los diálogos que se oyen entre beneméritos de la guerra del Chaco», un interesante personaje de la vida literaria boliviana llamado Raúl Salmón, autor, actor y director de teatro y de radio, en un gracioso, mínimo y punzante libro llamado Huevadas. Pocas personas se atreverían a gastar tales bromas, pero la verdad es que la confianza en la eficacia de las Fuerzas Armadas cuando del exterior sé trata -en el interior son a menudo excesivamente eficaces- es común en Bolivia. Otra derrota suya está mucho más viva en el pensamiento boliviano: la guerra del Pacífico, que hace ahora exactamente cien años cortó la salida al mar del país. Desde entonces, la obsesión de la «mediterraneidad » es aquí fija. (Resulta curioso que no se encuentre la misma en otro país que también a causa de una guerra perdida en 1918 vio cómo se le cegaba un camino marítimo importante en la política, pero, sobre todo, económicamente. Me refiero a Austria.)

La vieja herida parece enconarse con los años. Como las españoles en el caso de Gibraltar, cada Gobierno, al subir al poder, ha rogado, protestado, implorado, amenazado, para conseguir que se le devolviera esa franja de costa que le permita asomarse al mundo a través del Pacífico.

Y, como en el caso de España con Gibraltar, esas protestas han resultado vanas hasta el momento, aunque en tiempos de Banzer se creyó en la posibilidad de un arreglo diplomático.

-Sí, sí; Chile siempre nos da buenas palabras y nos llama hermanos, pero a la hora de la firma del tratado se echa atrás siempre. (O exige tanto territorio en compensación que la solución se hace imposible.)

Nuevo capítulo: Una raza humilde y orgullosa

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