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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

La Exposición París-Moscú (1900-1930) y la vanguardia artística en la URSS

Bajo el pretexto nacionalista, tan dudoso, de que todos los caminos del arte moderno conducen a París, el Centro Georges Pompidou nos brinda ahora la tercera de la serie de grandes exposiciones que inició en 1977 con París-Nueva York y continuó felizmente en 1978 con París-Berlín: París-Moscú, 1900/1930; una exposición tanto más fascinante cuanto que, según parece, en 1981 podrá ser vista en Moscú, para asombro de quienes saben o sospechan el trágico destino de la vanguardia artística en la URSS.

La crítica francesa más radical no confía en que vaya a ocurrir tal cosa y ha denunciado incluso lo que esta exposición tiene de operación de prestigio por parte de las autoridades soviéticas; pero ¡vaya usted a saber! Si el psicoanálisis -valga el sarcasmo- y la cibernética cuentan ya con sus bendiciones, ¿por qué no Malevitch y Leonidov?Una vez más, y tal como sucedió con París-Berlín, la objeción preliminar debe ser: ¿qué pinta París en esta ecuación? Pues algo así, yo me supongo, como el No-Do en los cines de estreno, si bien es cierto que dos de los más conspicuos coleccionistas de pintura francesa de vanguardia antes de 1914 eran rusos -Morozov y Chtchoukine-, que el cubismo francés ejerció en los orígenes de la vanguardia rusa una influencia comparable a la que pudo ejercer en Milán, Barcelona o Munich; que Le Corbusier se interesó muy directamente por la reconstrucción de la arquitectura en Rusia; que Ehrenbourg se daba de bofetadas con los surrealistas en el barrio Latino... Los caminos que conducían de París a Moscú no pueden ser más tortuosos y, sin embargo, ahí está la espléndida vanguardia rusa, arrasada durante la reacción estalinista, para escarmiento de quienes saben o sospechan las promesas -promesas, digo- de libertad que el arte encierra.

Y ya que hablamos de una vanguardia acosada, acorralada y rematada implacablemente, la pregunta sería ésta: ¿no alzó los brazos esa misma vanguardia antes de que nadie hubiera decidido todavía ponerle una pistola en los riñones y empujarla contra la pared? En París-Moscú no lo cuentan. Lo ha contado la crítica, esgrimiendo con muchísima razón los temores de Malevitih ante el curso que imprimió a un amplio sector de la vanguardia rusa su inevitable compromiso político. ¿Ignorancia, candor o simple descaro, a la medida de la ostpolitik cultural del Gobierno francés?

El dilema nos recuerda lo que decía Chatelet en un artículo que se acaba de publicar en El Viejo Topo (número 34) a propósito de la revolución de octubre: «Es preciso librarse de la Ilusión retrospectiva según la cual, finalmente, lo que sucedió no podía haber sucedido de otro modo», sin olvidar que «ni Hegel, ni Marx, ni Lenin son los ancestros o los padres de octubre del 1917, y Stalin y sus sucesores son unos impostores si afirman ser sus herederos». Del mismo modo, ni Tatlin, ni Rodtchenko, ni Maiakovski, ni Elsenstein son los padres de la vanguardia soviética.

El taylorismo democrático -en palabras del propio Chateletque revela la decisión de los «productivistas» de abandonar la pintura de caballete y aplicarse con la mayor intransigencia a diseñar teteras o monos de trabajo no puede confundirse en modo alguno con la muerte -por realización- del arte que habían soñado los románticos, como lo demuestran en parte dadaístas y surrealistas. «Si desatornillamos a Dios del cielo, escribió el astuto de Malevitch, caerá sobre la Tierra», y a nadie le gusta encontrarse al Padre Todopoderoso sentado en la salita de estar.

En París-Moscú hay, sin lugar a duda, mucho y bueno que ver (¡una escribanía suprematista en porcelana de Nikolai Souetine, por ejemplo!) pero no se nos cuenta cómo se levantó y se desplomó el sueño de la vanguardia en la URSS; cuál era el tornillo que te faltaba al Monumento a la III Internacional, de Tatlin, para girar sobre su eje; cuánto tiempo le llevaría al camarada Lavrov llegar hasta casa de un amigo de su ciudad lineal; por qué no se cae Lenin de la tribuna que le proyectó El Lissitzky. Los museos y archivos soviéticos han desenterrado toneladas de material inédito o mal conocido, pero aún está por desempolvar.

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