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Tribuna:TRIBUNA LIBRE
Tribuna
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Reencuentro con América y Televisión

Los debates sobre el estatuto de RTVE en el Parlamento y el reciente simposio de Burgos sobre «Industrias culturales y modelos de sociedad» concuerdan en una materia que atrae de manera directa a las relaciones de dependencia entre países servidos y países servidores de tecnologías directrices en los importantísimos mecanismos de las comunicaciones.En la reunión de Burgos propuse dos ponencias, vinculadas ambas en el proceso de enajenación cultural que sufren las naciones carentes por completo de industrias culturales, o de precarias infraestructuras, cual es el caso de España. La primera sostenía la necesidad de reformar el concepto de patrimonio, ampliando la convencional limitación de «artístico» por la más completa de «cultural», que debe incluir no sólo la herencia acumulada, sino la creación presente y la previsión de la futura. Su registro sistemático permitiría disponer a bajo coste de filmes, grabaciones, videocassettes, fotografías, etcétera, destinados a nutrir los canales propios de comunicación, especialmente los de televisión. La segunda se apoyaba en el desarrollo desmesurado de las industrias culturales y la consecuente necesidad de considerar, en una jurisprudencia moderna, la comisión de nuevos delitos contra la cultura en defensa de las identidades nacionales.

Desplazadas ambas propuestas por otra más polémica y de política más mediata, sobrenadaron, sin embargo, en el magma de las que en última instancia, determinaron la oportunidad y los éxitos de la reunión, En estos simposios, los acuerdos, cuando los hay, rara vez determinan acciones concretas y eficaces. Sin embargo, quedaron en Burgos vanas cosas claras; entre otras, la conciencia, en los escasos representantes del Tercer Mundo, de que las industrias culturales, desarrolladas, capitalizadas e impuestas por el «primero», constituyen el factor más poderoso de enajenación.

Ante tal coyuntura cabe preguntarse: ¿Dónde está España?

Pongo a veces el televisor en funcionamiento. Lo primero que me sorprende es la buena calidad de la imagen. Felicitaciones. Voy de una cadena a otra. Cuando me quedo, lo hago en la segunda. De la primera veo y oigo sólo los capciosos noticiarios y ciertos programas que, por estar relacionados con América (hispano-portuguesa, se entiende), me conciernen especial mente.

Centrado el asunto en las relaciones con Iberoamérica, la situación es especialmente grave. Observamos los españoles trasterrados al regresar que la reformulación de un preterido reencuentro es uno de los episodios más positivos en el ansiado cambio de la dictadura a la democracia. Y comprobamos que, además de la muy acertada postura actual del Centro Iberoamericano de Cooperación, que ojalá lleve a cabo pronto el desiderátum de entendimiento, descentralización, afinidad y eficacia que su presidente se propone, en última -y primera- instancia, quien mejor encarna, orienta, dirige y ejecuta este histórico reencuentro con América es el propio Rey de España.

Los vaivenes de la Historia han creado, es sabido, una circunstancia presente muy particular. Hasta hace pocos años, en la común aspiración del género humamo a la justicia, el entendimiento, la tolerancia, la democracia, la distancia entre España e Hispanoamérica era tajante. Dictadura aquí, libertad en buena parte de allá. Súbitamente, los términos se truecan; muchos millones de demócratas americanos se dicen: «Sí España -y Portugal- han sido capaces de superar sus largos procesos dictatoriales y crear, en breve plazo, formas de convivencia democrática, a nosotros, por vez primera desde la independencia, nos llega del Viejo Mundo, no un modelo, sino una pauta, un concomitante camino.»

Este valor catalítico y providencial, esta oportunidad histórica, de necesario mantenimiento, que honra hoy a España, cristaliza sólo en el apoyo moral de alguna prensa y en el de los políticos demócratas y los intelectuales esperanzados de ambos mundos. El grueso público, aquí y allá, se comunica a través del rasero enajenado y enajenador de un submundo seudopopular, que persiste en la práctica, bien manejada siempre por las dictaduras, de despreciar la capacidad de creación y de asimilación del pueblo.

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