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Los estatutos regionales: garantía de equilibrio nacional

Si el Gobierno tiene en su cartera fundamentales problemas nacionales que reclaman desesperadamente soluciones, el fundamental es el de las autonomías regionales: dar vigor legal al Estatuto vasco y al Estatuto catalán. Otras regiones tienen aspiraciones similares que estudian detenidamente, pero debemos ajustarnos al análisis de estas dos por ser ellas las que centran este grave problema que, desde hace centurias, desvían la vida nacional.La Segunda República abrió cauces a esas aspiraciones de catalanes y vascos, sentidas también por otras regiones, por ejemplo Galicia. Estas aspiraciones se concentraban, en general, en esta fórmula: «España está integrada por distintas nacionalidades que deben vivir unidas no por la fuerza, sino por la voluntad de esas regiones que tienen su propia personalidad».

Hemos afirmado más arriba, y lo sostenemos, que la Segunda República abrió cauces a las aspiraciones de esas regiones que deseaban su autonomía dentro de la armonía hispana. Esta afirmación no quiere decir que la República no tropezara con serios problemas en el curso de las negociaciones conducentes al establecimiento legal de la autonomía regional de esas dos partes del territorio español: Cataluña y Vasconia.

El Estatuto catalán

El catalanismo apareció en la segunda mitad del pasado siglo, movimiento que se amparaba en el deseo de resurgir de la cultura catalana, especialmente de su lengua, en desuso en aquellos tiempos. Este movimiento catalanista se convirtió en un movimiento político con distintas aspiraciones: federalista con Pi y Margall, luego autonomista, etcétera, y aparecieron varios periódicos en catalán. Más tarde se constituyó «La Liga de Cataluña», que aspiraba a dar a España una estructura federalista. Al comienzo del presente siglo se formó la Liga Regionalista y surgió el partido llamado Estat Catalá», cuya significación era luchar por la autonomía de Cataluña.

Llegado el año 1930 fue concertado un pacto entre las fuerzas republicanas españolas, desde las más moderadas hasta el Partido Socialista, pacto celebrado en San Sebastián. A él se adhirieron los tres partidos catalanistas. Pero el mismo día 14 de abril los españoles se encontraron con la sorpresa de que en Barcelona Maciá proclamaba «El Estat Catalá» bajo el signo de República catalana.

La enérgica reacción del Gobierno Provisional de la República, proclamada ese mismo día 14 de abril, no se hizo esperar. Tres de los ministros del Gobierno fueron enviados a Barcelona con la finalidad de persuadir a Maciá de sus proyectos. La intervención de Companys, Nicolau d'Olver y otros significados catalanes, y la intervención de la Confederación del Trabajo, impidieron la proclamación de esa República independiente. Se creó en su lugar la Generalitat con funciones de gobierno, hasta que se elaborara el Estatuto.

La discusión del Estatuto en las Cortes fue larga y agitada, pero en el mes de agosto de 1932 fue aprobado el Estatuto y puesto en vigor. Cataluña se constituyó en región autónoma de la República, según lo establecido en la Constitución y la voluntad del pueblo. Su poder lo encarnaba la «Generalitat».

Las relaciones entre la región catalana y el Gobierno transcurrieron en la más perfecta armonía: los catalanes gozaban la independencia deseada y el Gobierno tenía la satisfacción del deber cumplido. De esta armonía dio pruebas el recibimiento que dispensaron los catalanes a la comisión de parlamentarios encargada por el Gobierno para entregar el Estatuto a la Generalidad, comisión de la que tuve el honor de formar parte. Durante todo el trayecto recorrido la comisión fue aclamada por el pueblo de Barcelona: las banderas nacional y la catalana, unidas, se plegaban en nuestros coches ... Nunca olvidaré ese fraternal y significativo recibimiento.

El Estatuto vasco

Hemos de repetir que la Segunda República, en ese camino que deseaba emprender y emprendió, encontró serios obstáculos, pero se trataba de rehacer España con un sistema de integración no centralista, como dijo Jiménez Asúa con estas palabras: «Establecer un Estado integral, en el que sean compatibles, junto a la gran España, las regiones, y haciendo posible, en ese sistema integral, que cada una de las regiones tenga la autonomía que merece por su grado de cultura y progreso».

El nacionalismo vasco fue fundado por Sabino Arana en 1893; durante su evolución libró batallas contra el liberailismo y el socialismo. Dentro del nacionalismo vasco ha existido siempre una tendencia separatista, pero ese movimiento no tuvo expresiones violentas durante la monarquía. En tiempos de la dictadura del general Primo de Rivera se realizaron violentas campañas en favor del nacionalismo vasco; la dictadura puso fin a esas campañas.

Dos días después de proclamada la República los nacionalistas vascos convocaron una junta en Estella y acordaron reclamar la autonomía. En 1932 las tres provincias vascas aprobaron en plebiscito un proyecto de Estatuto.

Cumpliendo lo preceptuado en la Constitución, el proyecto de Estatuto se presentó a las Cortes para su discusión y aprobación, y en 1936 el Gobierno del Frente Popular y las Cortes otorgaron a las provincias el Estatuto como región autónoma.

Al otorgar estos Estatutos, España entraba en su realidad histórica: su unidad geográfica y espiritual articuladas.

El franquismo -el régimen franquista- destruyó esta situación con su política unitaria y agresiva, especialmente contra esas regiones que disfrutaban de autonomía. El franquismo flageló las provincias vascas en su ciega obsesión de centralismo nacional. Anuló las libertades del pueblo vasco, que seguía firme y combativo contra esa agresiva política franquista, más dura aún con Vasconia que con el resto de España.

Esa dura política contra el pueblo vasco exacerbó el movimiento separatista, en el que veía el pueblo el único camino para salir de las garras del franquismo. Esta lucha creó una situación de violencias, agresiones y crímenes que ha ensangrentado España, situación con la que se encontraron los hombres que tomaron la dura misión de gobernar España a la muerte de Franco.

El desconcierto y la inquietud continúan en España, pero hay síntomas de que el Gobierno está en camino de apreciar la realidad española. Es urgente dar solución a esa situación que envenena el país, solución que no tiene otra salida que otorgar esos Estatutos a aquellas regiones que están preparadas para administrarse en esta España que nos es común. Ello robustecerá la categoría de nuestro país y restablecerá el equilibrio nacional.

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