El "Guernica " y Guernica
LA INFORMACION del New York Times, que se reproduce en la última página de este mismo número, acerca de la exposición de la obra de Pablo Picasso que proyecta el Museo de Arte Moderno de Nueva York para noviembre de este año, hace también referencia a que, en un futuro no lejano, el Guernica será entregado al Museo del Prado de Madrid. De esta forma, la relativa inminencia de ese definitivo traslado confiere a esa ambiciosa retrospectiva, con la que el museo neoyorquino rompe por vez primera su tradición de no dedicar sus instalaciones a un solo artista, el atractivo añadido de poder contemplar el célebre lienzo en el contexto de la obra picassiana.La recuperación del Guernica para el patrimonio artístico español es, además de un enriquecimiento del legado de nuestra cultura plástica, que permitirá a cientos de miles de españoles contemplar uno de los cuadros más importantes del siglo XX, un símbolo político. Como es sabido, fue voluntad de Picasso que esta obra sólo fuera entregada al Estado español cuando la democracia y la libertad hubieran sido restablecidas en nuestro país. El cuadro se ha convertido, por lo demás, en el recordatorio de los horrores de la guerra civil española y del bombardeo de la ciudad vizcaína por la acción combinada de la Legión Cóndor, enviada por Hitler a España para ayudar a su aliado y para entrenarse en las operaciones de holocausto que asolarían luego otras poblaciones civiles europeas, y de los mandos del Ejército del Norte.
La estúpida y falaz propaganda del franquismo, que para negar la evidencia de ese genocidio inventó la leyenda de que habían sido los propios nacionalistas vascos los autores del incendio de la ciudad de los fueros, no hizo más que reforzar la memoria histórica de ese crimen. Al igual que la concesión de títulos honoríficos a Franco por el Ayuntamiento digital de la Guernica de la posguerra sólo consiguió actualizar los recuerdos de la barbarie pasada y añadir nueva indignación por el vejamen que suponía aclamar como benefactor de una ciudad al hombre a quien le correspondía la responsabilidad última de su destrucción.
La semana que viene comienza la discusión del proyecto de Estatuto vasco que lleva el nombre de Guernica. En esa negociación van a entrar en juego argumentos jurídicos, en torno a la constitucionalidad formal de algunas expresiones, y factores políticos, desde las presiones para impedir al Gobierno que cumpla sus compromisos de hacer conciliable la unidad del Estado con verdaderas autonomías hasta el hecho de que la Constitución no fue refrendada en el País Vasco más que por una fracción minoritaria del censo electoral. Pero sería una grave falta de sensibilidad histórica y una imperdonable ignorancia de las peculiaridades de la cuestión vasca que los negociadores gubernamentales no tomaran en consideración, detrás de los aspectos jurídicos y de la coyuntura política actual, la compleja carga de emociones, agravios e incomprensiones que se simboliza en el nombre de la vieja ciudad del roble foral arrasada en 1937 por la aviación nazi encuadrada en la estrategia del Ejército franquista.
Pero no sólo de política vive el hombre, aunque en este envite de la autonomía vasca nos juguemos la supervivencia de la democracia y la posibilidad de recuperar la paz y de erradicar la muerte y la violencia en Euskadi. El gigantesco despliegue que va a realizar el Museo de Arte Moderno de Nueva York y el proyecto del Gobierno francés de celebrar el primer centenario del nacimiento de Picasso con la apertura de un museo íntegramente dedicado a su obra tienen su correlato en el espeso silencio que, hasta ahora, guardan nuestras autoridades cultura les, seguramente demasiado preocupadas por el Campeonato Mundial de fútbol de 1982, acerca de la forma en que la España oficial -la España real hará lo que los reducidos medios de la sociedad civil permitan- se dispone a conmemorar en 1981, esa efemérides. Hasta el momento no se ha dado ningún paso serio para preparar ese homenaje que merece y exige la figura del español más universal de nuestro siglo. El fútbol ha tenido más suerte: el señor Saporta obtuvo en su día plazos, medios, autoridad y colaboraciones interministeriales (dignas, por lo demás, de mejor causa que El Naranjito) para cumplir con desahogo y tiempo suficiente su tarea.
Una celebración de tal envergadura como el centenario de Picasso no se improvisa en unas cuantas semanas y ni siquiera en unos meses. Es necesario que se constituya una comisión, bajo el patrocinio de las más altas instituciones, en la que tengan cabida los sectores más vivos y representativos de la sociedad y de la cultura, de forma tal que sirva de cauce al homenaje de todo el país, no sólo del Estado, no sólo del Gobierno, y menos aún de un departamento que pretenda convertir en moneda de cambio de efímero prestigio político algo que pertenece al común de los españoles. Al Ministerio de Cultura, así pues, hay que pedirle que se convierta en el activo y modesto motor de arranque de una iniciativa entre cuyos deberes y competencias evidentemente figura, pero que no debe ser retrasada y demorada por más tiempo, ni tampoco transformada en carrocería para decorar el historial del titular de esa cartera.
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