Los niños y las rosas
Sofía es una ciudad de aspecto provinciano, tranquila, sosegada, y hay tantos parques en ella que parece implantada en un bosque. Sus gentes andan sin prisas, pasean, se sientan a la sombra de sus árboles o en las terrazas de las cafeterías. Se ven muchos niños en grupos uniformados de colegiales y, de cuando en cuando, popes barbudos y sobre alimentados, con sus vestes blancas o negras y sus copudos cubrecabezas. Su tráfico rodado sería el ideal para cualquier automovilista español. Han tenido allí la buena idea de mantener los trolebuses que aquí desmochamos apresuradamente, sin pensar en la crisis del petróleo, y a los que tendremos que volver, quizá, si siguen así las cosas. Aun así, hay calles acotadas exclusivamente para peatones, sin tenderetes ni mendigos, por supuesto.Hemos visitado otras ciudades del interior, Blagoevgrad y Bansko, de escaso interés, sin más característica notable en ambas que sus rosaledas. Rosas de todos los matices, desde el rojo vivo al blanco, carnosas y exultantes. En los jardines, bordeando las calles, en macetas, en cualquier rincón. Rosas, rosas, rosas por todas partes.
Bulgaria es un país todavía en gran parte campesino, aunque ya empieza a industrializarse. «Ya no hay mano de obra que recoja las cerezas y éstas se pudren en los árboles», se lamentan. Para comprender su situación no hay que olvidar que estuvo quinientos años bajo el yugo turco. Sus ocupantes la exprimieron inicuamente, destruyendo, hasta donde les fue posible, su identidad y haciendo víctimas a sus gentes de continuas tropelías y devastaciones. Ello obligó a que sus casas fuesen pequeñas fortalezas, con troneras y pasadizos ocultos para defenderse y huir en el último instante de la furia homicida de sus opresores. La iglesia fue el refugio del espíritu nacional y sigue unida indisolublemente a la heroica historia de su liberación, tanto contra los turcos como, después, durante la ocupación nazi. Es un país libre desde hace apenas un siglo, gracias a los rusos.
Hoy, Bulgaria, cuyos héroes nacionales. han sido poetas muertos por la libertad y monjes como Paisii, que reconstruyó la historia de su pueblo y despertó la conciencia nacional, es un país modesto, de gentes sencillas y hospitalarias, que conservan vivo el espíritu de la tradición. . 1 .. . . . .
No es posible al viajero fugaz penetrar en otra clase de sentimientos del hombre búlgaro. ¿Se siente feliz o frustrado? Cualquier afirmación del viajero en uno u otro sentido resultaría parcial o temeraria. De lo que sí sale convencido el viajero es de que aspira a un mundo más humano. En el próximo mes de agosto tendrá lugar en Sofía la concentración de mil niños de todos los países del mundo. Será la gran fiesta de esa hermosa esperanza, el gran sueño de un futuro mejor, la mejor cosecha de flores en la tierra de los niños.
Babelia
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