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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

La naranja como símbolo

Los ciudadanos españoles relacionados, directa o indirectamente, con la naranja, nos vimos desagradablemente sorprendidos por el editorial de EL PAÍS del día 1 de junio pasado, titulado: «Fuera ese mamarracho.» Dicho comentario, que viene a reflejar la opinión del periódico, y en este caso uno de los más prestigiosos diarios con que cuenta el periodismo español, ponía el grito en el cielo sobre un tema que, a nuestro juicio, no debería haber pasado de las veinte líneas que el día anterior le había dedicado Julián García Candau, en la sección deportiva, con alusiones y referencias más o menos acertadas.Insistir en el tema del símbolo o logotipo que va a representar al Comité Organizador del próximo Campeonato Mundial de Fútbol, y esta vez en un editorial grandilocuente sobre la «desgracia nacional» que constituye la elección del ya célebre El Naranjito, tiene todo el aspecto de que se ha desbordado el asunto por razones estrictamente personales o por ese otro tipo de intenciones que, con ser veladas. no dejan de ser manifiestas.

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Por supuesto, como presidente de la Federación Española de Exportadores de Cítricos, no paso a discernir la bondad estética de grafismo seleccionado, ni la conveniencia de convocar el concurso de esta o de otra manera. Doctos especialistas dominan la materia a la cabeza debe encontrarse editorialista de EL PAÍS cuando pontifica, condena y anatematiza contra El Naranjito, en término tan categóricos que los ciudadano de a pie apenas si nos permitimos dudar de la infalibilidad del veredicto. Así admito que el grafismo puede no ser el óptimo y que la forma de convocar el concurso posiblemente no haya sido la idónea. La parcela estética y la de los vericuetos legales considero que está en buenas manos, cuando entre la Administración, los tribunales, EL PAÍS y los interesados decidan que el logotipo debe ser realizado por algún humilde dibujante o por cualquier otra estrella del firmamento artístico.

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Pero afirmo, con todo el peso de la razón que me asiste, que la naranja puede ser símbolo de la comunidad española en el extranjero por propio derecho. EL PAÍS, al formular dicha duda en uno de sus editoriales, puede estar convencido de que ofende y ha ofendido a muchos miles de los que entre nosotros, con sus desvelos, trabajo y dedicación profesional han hecho posible la pervivencia de un sector económico tradicional y han contribuido al bienestar de España.

Sin embargo, el editorial a que hago referencia, a pesar de sus varias alusiones inconvenientes, adquiere tonos de mal gusto en tanto en cuanto se adivina en sus entretelas la mano de alguien que conoce la fibra sensible de la producción y exportación naranjeras. Aludir en estos momentos, precisamente ahora en que el sector citrícola padece una crisis sin precedentes, a la «época de los cambios múltiples y de la balanza comercial pendiente de las heladas, cuando España no era un país exportador de productos industriales», es una impertinencia con visos de ensañamiento con respecto a una actividad económica que ha representado un papel insustituible en la reciente historia de España. El editorialista de EL PAÍS debe saber que el acontecer económico de España sería mejor o peor, pero sería diferente, sin duda, de no haber existido la exportación de cítricos. Ya va siendo hora de realizar la evaluación de la medida en que el reembolso de divisas, generado por los cítricos españoles. ha contribuido a potenciar una industria competitiva en los mercados exteriores. El sacrificio de los cítricos ha sido habitual moneda de Judas, con la que se ha conseguido rebajas arancelarias para los productos industriales por parte de la CEE, tal como se refleja en el tristemente célebre acuerdo preferencial de 1970, en virtud del cual se beneficia a la industria española, y cuya contrapartida se ha cobrado la CEE con aranceles abusivos y discriminatorios con respecto a países terceros, para productos agrícolas y concretamente para los cítricos.

Por otra parte, ironizar con la tragedia que supone para el agricultor y para el exportador el desastre de una helada es de una crueldad únicamente excusable por la ignorancia, que no exime de responsabilidad. Vemos junto a esta visión frívola, la realidad de un sector que tras contribuir al desarrollo social y económico de España, no merece más atención por parte de algunos medios de comunicación que para ensañarse en su desgracia. El hecho de que un periódico de audiencia nacional, como EL PAÍS no se ocupe de la naranja más que para lamentarse de que pueda ser símbolo de España, silenciando sus problemas, ignorando sus reclamaciones y callando las injusticias que sobre ella se cometen, es un «síntoma digno de ser tenido en cuenta». Es posible que se hubiera preferido los logotipos que quedaron en segundo o tercer lugar, u otro más acorde con nuestra actual imagen internacional, a modo de un Guernica, de Picasso, u otro sobre el terrorismo o la huelga, que nos distinguen, creados por algún insigne artista. Si alguno de estos grafismos hubiera sido elegido, desde aquí hubiéramos respetado la decisión. Y así con una imagen más o menos estética, se habría prolongado el inefable tópico de la España alcohólica, taurina o turbulenta.

Nosotros preferimos lógicamente la naranja y a El Naranjito, con todos los respetos. No dogmatizamos, ni despreciamos, a nada ni a nadie, mas, para una vez que se concede a la naranja los entorchados de «embajador de España en el planeta», no vamos a dejar fácilmente que nos arrebaten ese simbólico consuelo, a pesar de los muchos aspectos oscuros que señala dicho editorial, en torno al concurso, al que somos totalmente ajenos.

Presidente de la Federación Española de la Exportación de Frutos Cítricos

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