España y el Magreb: la sombra de Metternich
MAURITANIA HA venido a unir a sus innumerables tribulaciones el vacío que ha dejado el primer ministro Uld Busseif, muerto en accidente de aviación. La sucesión, que deberá cubrirse hoy mismo, si todo va bien, produce ya choques y diferencias, más bien de carácter personal y de ambición de poder, porque la política mauritana no puede ser más que una, aunque muy difícil, casi imposible: tratar de estar a bien con sus grandes vecinos en discordia, Argelia y Marruecos, mantener las mejores relaciones posibles con Senegal y contener como sea a los saharauis, incluso devolviéndoles el Sahara. Y tratar también de restaurar una economía maltrecha, una división profunda de razas y religiones, una pobreza endémica. Precisamente, la debilidad de este país es la que le convierte -por su imposibilidad de rechazar presiones- en el eje de toda la discusión del Sahara.No es extraño que la frustrada visita de Marcelino Oreja fuera precedida por la llegada repentina a Madrid de Ahmed Reda Guedira, que ha hecho toda su carrera política a la sombra de Hassan II, al cabo de la cual se ha anunciado un aplazamiento de la visita del rey a Rabat. Aparte de las razones diplomáticas, envueltas en la máxima cordialidad verbal, y de las cuestiones españoles de orden interno, parece que la suspensión culmina una frialdad de Marruecos por España, manifiesta sobre todo después de la visita relámpago de Suárez a Argel.
Desde hace tiempo, Marruecos está presintiendo que la política de la zona del Magreb sufre una lenta variación en contra suya. Ha pasado de ser el centro de confianza de Occidente en la zona a un trato de recelo y precaución. Se debe en gran parte a su tendencia a convertir el contencioso norteafricano en conflicto armado, a una limitada confianza sobre la estabilidad de su régimen y a las esperanzas americanas de que Argelia y los saharauis salgan de la órbita soviética para ofrecer una posible neutralidad.
Sin duda, en la visita que Cyrus Vance hace ahora a Madrid se tratará de todo el tema del Magreb. Una de las posibilidades de España con respecto al complejo OTAN es la de enlazar directamente Occidente con el norte de Africa: desde un punto de vista militar las posiciones canarias y la avanzadilla geográfica de la zona del estrecho, más Ceuta y Melilla, serían bazas excelentes para caso de conflicto más agudo. El ideal sería que esta posibilidad de fuerza, propia y reforzada desde la OTAN, estuviera sustentada por una política segura y firme, por una influencia moral de España sobre los países litigantes. No parece que, hasta ahora, la sucesión de visitas y de contactos haya hecho prevalecer esa ilusión. La política española ha parecido siempre demasiado oportunista, demasiado «lista», más que el fruto de una solidez moral y una posición doctrinal seria.
Como en política interior, el partido gobernante trata en política exterior de mantener un juego de espejos, un sistema de equilibrios inestables, una trastienda de silencios, que no están favoreciendo la imagen ni la posición española. Pero no parece que haya otra política al alcance de este equipo, que, en diplomacia, parece querer seguir las escuelas caducas de Metternich: el mariposeo pasado de moda.
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