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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Hiperrealismo: el arte de la frustración

La retrospectiva de Magritte atrajo al Centro Cultura Georges Pompidou una gran cantidad de público porque, pese al esfuerzo del artista belga en demostrar lo contrario, muchos espectadores veían en su «esto no es una pipa» una pipa. Por razones semejantes la multitud se precipita a la exposición Copie Conforme?, que integra tres artistas: dos, americanos: John de Andreas, escultor, y Chuck Close, pintor, y el francés Jean-Oliver Hucleux, pintor, a quienes se les incluye, aunque sin su consentimiento, en lo que se denomina hiperrealismo o realismo radical, con sus variantes, fotorrealismo, realismo conceptual o posminimalismo, según los orígenes que se le busquen y donde ponga el crítico el punto sobre la i.Tres artistas a la búsqueda de una objetividad radicalizada, de una renovación de la práctica artística, surgida como reacción a lo que alguno de ellos define como «la excesiva libertad abstracta» y la vanalización del pop-art. Recurso, pues, a la disciplina, a la limitación de las formas («por muy interesante que sea una forma, si no está en la foto no puedo utilizarla», dice C. Close), que pasa, naturalmente, por la anulación de todo contenido afectivo y de placer (generalmente disciplina y placer son antagónicos), en un intento, casi maniático, de perfección (como en el caso de Hucleux), de identificación entre la obra y el modelo, combinando los útiles clásicos de la pintura o la escultura con la tecnología moderna: proyecciones, aerógrafo, fotografías, como método para distanciarse suficientemente del sujeto y conseguir así la tan ansiada fidelidad («cuando termino una pintura se convierte en mi amiga, no tiene nada que reprocharme», afirma Hucleux), preocupados, sobre todo, de no caer en las clásicas formulaciones artísticas del pasado, que, como en el caso de Close, puede llegar a eliminar conscientemente «a los otros de la pintura, pues las únicas soluciones que yo encontraba eran las que ya estaban codificadas. Ahora no hay invención alguna. Acepto el sujeto». La invención está en «cómo hacer», de ahí la insistencia en el empleo de la fotografía, a la que los hiperrealistas no han sido los primeros en recurrir, pero que supone para ellos una nueva fuente de información visual sobre la realidad, elimina la intervención de los sentimientos personales y llena de asepsia, sólo teóricamente, aunque algunos piensen lo contrario, al modelo.

Copie Conforme?

Centro Cultural Georges Pompidou.18 abril/Junio.

Es la pintura del esfuerzo. Cada centímetro del traje pata de gallo del profesor Ludwig (Retrato de Peter e Irena Ludwig, 1975-1976, Hucleux), según la escalofriante descripción que el artista hace de la obra, le ha supuesto 8.000 intervenciones (todo el cuadro está pintado valiéndose de una lupa), lo que no sería muy grave si la pintura no tuviera las dimensiones de cincuenta centímetros por un metro, que totalizan 5.000 centímetros cuadrados. Meses y meses trabajando sistemáticamente para, como él mismo dice, dejándose llevar por su misticismo a lo san Juan de la Cruz (a quien cita), atravesar la oscura noche del alma y conseguir lo único importante: «devenir semejante a sí mismo, es decir, convertirse en nada, para ser uno mismo. Mis gemelas son la significación de esto». El error quizá está en interpretar al gemelo, como sosias de uno mismo.

Esta puritana obsesión de disciplina y trabajo, sexualmente fetichista, se encuentra también en Chuck Close, que para componer una de sus cabezas (a imagen de una pantalla de televisión o un mapa topográfico, según las épocas) necesita 104.072 puntos, como si la acumulación fuera, sistemáticamente, sinónimo de clarificación y coleccionar pinceladas más efectivo que dar las necesarias.

Pero lo que realmente atrae masivamente al público, que las ametralla con sus cámaras fotográficas, son las esculturas de John de Andrea, que merecería, si existiese, ser considerado como el padre del taxidermic-art, con sus desnudos de poliéster, obtenidos con moldes de elastomer, « tan reales como la vida misma», a los que añade ojos de cristal, uñas, vello (pubiano o no, según el sexo), pelo (cabellera, cejas, etcétera) y cuya piel policroma cuidadosamente, por finísimas capas de color. Aunque algunas veces De Andrea trate de sexualizar sus desnudos, colocándolos por parejas (heterosexuales, naturalmente), en posiciones que pretenden erotizarlas, la cosa queda reducida a un voyerisme bon enfant, propio para despertar el interés de los alumnos de primero de bachillerato, sometidos a una sistemática represión sexual, democrática o no.

El hiperrealismo, así concebido, sin negarles a muchos de sus seguidores su habilidad técnica, reconociéndoles la virtud, si virtud es, del esfuerzo, el derecho a solucionar sus frustraciones como ellos lo entiendan y su interés sociológico, sacraliza sistemas de valores, más bien anacrónicos; en algunos casos, tras la fachada de un desproporcionado interés por el virtuosismo, parece captarse la necesidad competitiva de «más difícil todavía».

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