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Crítica:XXXII FESTIVAL DE CINE DE CANNES
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Las hermanas Brontë y Mae West

Ángel S. Harguindey

El largo fin de semana comenzó con la proyección, el viernes por la noche, del filme francés a concurso Las hermanas Brontë, de Andre Techine, continuó con la proyección de Sextette, homenaje a Mae West, dirigido por Ken Hughes, y concluyó con un fantástico concierto de los Who a cuarenta kilómetros de Cannes, en su retorno al contacto directo con la gente.

La película de Techine es un hermoso documento sobre una de las familias más fascinantes del romanticismo. En el tratamiento del guión, de forma deliberada, el realizador señala la figura de Branwell Bronté -hermano de las famosas hermanas- como el elemento clave en la potenciación del amor por la escritura. Pintor, amante apasionado, bebedor y opiómano, Branwell logra subsistir durante sus 31 años de vida en este mundo, gracias a los desvelos de sus hermanas y, particularmente, a los de Emily, interpretada por Isabelle Adjani. Techine, según sus propias palabras, deseaba mostrar el proceso creativo del artista, no de forma gradilocuente, al estilo de Hollywood, sino de forma más sutil, elaborada y culta. La fotografía, la cuidadísima ambientación y una dirección de actores acertada permiten afirmar que el filme francés entronca perfectamente con obras como La marquesa de O, de Eric Rohmer, o el filme de la Sanders sobre Von Kleist. Curiosamente, las tres películas citadas poseen un ritmo de acción muy similar. Las escenas surgen encadenadas con vocación de vida propia, un tempo lento para hablar de pasiones desatadas e íntimas. La acción es básicamente interior. El paisaje, incluido el humano, sirve a los románticos para vivir intensamente sus propias reflexiones. Cualquiera de las tres protagonistas femeninas, la ya citada Adjani (Emily), Marie-France Pisier (Charlotte) o Isabelle Huppert (Anne) son, desde el pasado fin de semana, firmes candidatas al premio de interpretación femenina. La obra de Techine, pese a todo, tuvo mala acogida de crítica y público -descontando, naturalmente, a la crítica francesa, que todavía se regodea en el chauvinismo más descarado y burdo-. Todo parece indicar que el ritmo cinematográfico impuesto por los norteamericanos provoca en el público unos hábitos de contemplación standards y unidireccionales. Cualquier intento de ruptura supone el comienzo de una larga batalla entre el realizador y el público, batalla que parece contar todos los años con el número suficiente de realizadores como para no considerarla definitivamente perdida.Sextette, de Ken Hughes es, seguramente, el homenaje más sólido y divertido que se pueda hacer a Mae West, al musical americano clásico y a las fallas de Valencia. Timothy Dalton, Ringo Starr, Georges Hamilton, Tony Curtis, Alice Cooper, Keith Moon y Dom de Luise arropan con cariño a una de las lenguas más viperinas de la historia del cine: Mae West, una mujer que casi no puede andar (el paseo más largo que se da en la película es cuando cruza la suite del hotel en el que intenta consumar su sexta luna de miel, a los 262 años de vida).

Una cara inamovible, un cuerpo embutido en un corsé, que calificarlo de ortopédico sería falsear la realidad (todo escayola) y, sin embargo, sigue fascinando a quienes creen en la risa y en la irreverencia como método de conocimiento.

Toda la acción transcurre en un hotel de Londres, donde Mae West trata de llevarse al huerto a Timothy Dalton. A la vez se celebra una reunión mundial sobre el desarme. Diplomáticos (Tony Curtis es un embajador ruso con habitación, de terciopelo rojo, caviar y vodka a raudales). Ringo Starr es un director de cine centroeuropeo, con propensión a la histeria y con la habilidad de olvidarse de decir acción cuando quiere comenzar a rodar. Georges Hamilton es un gangster elegante y cruel (clava el bolígrafo de la recepción en la mano del conserje cuando le dice que no tiene habitación). Dom de Luise, secretario y manager de Mae, es una celestina apasionada que se marca un baile de cokquet encima de un piano de cristal, y Keith Moon (el batería más loco de los conjuntos rockeros, muerto en septiembre del año pasado) es el diseñador de modas más esquizofrénico que mostró una pantalla cinematográfica. A todo ello hay que añadir un equipo de atletas norteamericanos que se alojan en el hotel para que la West pueda tener unas palabras con ellos en el gimnasio. Flores, globos de colores, carreras por los pasillos, botones que suben y bajan las escaleras mientras cantan y bailan. En definitiva, el auténtico hotel de las mil y una estrellas, que gira en torno a la reina. La película, al parecer, tuvo una mala acogida de crítica en Estados Unidos y no parece levantar cabeza. Sin duda alguna, uno de los errores más monótonos de los cinéfilos es el tomarse en serio todo lo que se proyecta a veinticuatro imágenes por segundo. Mae West y sus alegres muchachos no se toman en serio ni a ellos mismos. Por eso perdurarán.

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