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XXXII FESTIVAL DE CINE DE CANNES

En "Manhattan", un Woody Allen corrosivo y tierno

Ángel S. Harguindey

Ayer, sábado, se proyectó una de las películas más esperadas de esta XXXII edición del Festival de Cannes: Manhattan, de Woody Allen, con Diane Keaton, Michael Murphy, Mariel Hemingway, Maryl Streep, Anne Byrne y el propio realizador en los papeles principales. Tras su visión cabe hacer las siguientes consideraciones: en primer lugar, Woody Allen hace cada vez mejor cine. Dicho con otras palabras, su inteligencia le permite asimilar con rapidez la técnica cinematográfica, el ingenio, la habilidad para construir conversaciones, para desmitificar instituciones y para reírse de todo o casi todo la había demostrado hace tiempo. Con su mayor dominio del medio en el que se expresa, las realizaciones son más compactas y sabias.

La crítica norteamericana no ha dudado en calificar Manhattan como una de las mejores películas de esta década. No estaría de más el señalar cómo la crítica cinematográfica norteamericana, imbuida de esa atmósfera competitiva que parece inundar el quehacer cotidiano de los Estados Unidos, gusta de cuantificar y comparar productos difícilmente cuantificables (el mejor cuadro del mundo, la canción más bonita de este siglo o la mujer más hermosa del universo), en cualquier caso.Manhattan es una hermosa película en la que la lengua viperina y cachonda de Woody Allen se acompaña de su habitual ternura, su gran apuesta por el egoísmo individual -sin calificaciones morales- y su amor por su ciudad, Nueva York. A ello hay que añadir una muy pensada banda sonora en la que sobresalen las melodías compuestas por Georges Gershwin y una irreverencia comercial, suponemos que muy meditada por su realizador: el filme es en blanco y negro, en tiempos en los que sólo los muy consagrados se pueden permitir ese tipo de caprichos.

Charles Joffe, amigo y productor de todas las películas de Woody Allen, explicó alguna de las características de la obra en cuestión y del método de trabajo de Allen: «Trabajamos sin grandes problemas, porque hemos creado un equipo que se repite en cada película. Robert Greenhut, el productor ejecutivo, comenzó a trabajar con nosotros hace ya cuatro películas; Gordon Willis, el director de fotografía, lleva ya tres filmes en el equipo. Woody escoge a los actores entre sus amigos: Michael Murphy, Diane Keaton, etcétera. De cuando en cuando aparece una nueva figura, en este caso fue Mariel Hemingway, pero la mayoría del equipo artístico y técnico es siempre el mismo... Normalmente, a Woody le viene la idea de la siguiente película cuando todavía no acabó de rodar la última. Manhattan se le ocurrió en pleno rodaje de Interiores, y así sucesivamente. Apunta las ideas, trabaja el guión, pero nunca se puede estar seguro de lo que resultará al final, pues cambia muchas cosas durante las semanas del rodaje.»

Manhattan, explica Charles Joffe, ha costado cuatro millones de dólares (cerca de trescientos millones de pesetas) y, curiosamente, es la película más cara de las que rodó Allen hasta la fecha, pese a que el haber sido realizada en blanco y negro pudiera hacer pensar en una reducción de los costes. Según el productor, esto se debe a dos factores: de una parte, a la inflación de los costes de producción y, de otra, al largo rodaje de las películas de Woody Allen: entre trece y dieciséis semanas.

En Manhattan vuelve a surgir el Woody Allen corrosivo, intelectual, mordaz y tierno. No respeta nada, pero como él sabe muy bien, la mordacidad bien entendida empieza por uno mismo. No tiene, pues, ningún pudor en reírse de él, de su amor -representado con frecuencia por Diane Keaton-, de la cultura, de la semiótica, del squash y, en general, de todo lo que conforma la mentalidad de un intelectual de la segunda mitad del siglo XX. Es, sin duda, el humorista más fino de cuantos existen en el mercado y sus referencias a Groucho Marx permiten deducir sus preferencias. La mujer existe en la obra de Allen como eje y motor de la mayoría de las preocupaciones del hombre, es decir, Woody Allen es como cualquiera, pero lo cuenta con humor, quizá sea esa la clave de su éxito. En la película nos habla de su deseo de escribir una novela sobre su madre (La sionista castradora es el título de la obra), es el único humorista judío que se ríe de Hitler, de Freud y de tantos y tantos otros, Y que se ríe con cariño en ciertos casos y con desprecio en otros. No pontifica, pero es capaz de decir la frase más salvaje de cuantas puedan ser oídas, sin perder por ello ese aire de despistado que le caracteriza. Se ríe ya de Diane Keaton, lo que demuestra su gran capacidad de supervivencia y no le importa mostrarse como un villano ante su nuevo amor, diecisiete años apabullantes de Mariel Hemingway. No viene al festival porque le aburren los actos oficiales. Si Woody Allen obtuviera un Premio Nobel, lo más probable es que no se desplazara a recogerlo, no por principios morales -supongo que tan respetables como cualquier otro tipo de motivos-, sino por el mero hecho de que la pajarita del frac es molesta y las ruedas de prensa, también. En resumen: una buena película escrita y dirigida por un cachondo mental inteligente y sensible.

La terraza del Carlton

El Festival de Cannes tiene una cosa que sólo posee él: viene todo el mundo. Señalábamos en anterior crónica que habla más de 1.800 periodistas acreditados. Pues bien, también están buena parte de la mitología cinematográfica actual y destacados miembros de la jet-society. Los lectores asiduos de las revistas del corazón, es decir, la mayoría de los mortales, pueden encontrarse como en su propia revista paseando por la Croisette o sentándose en la terraza del Carlton. Para que se hagan una idea, señalemos que en la noche del pasado viernes, con una temperatura deliciosa, un vino helado sobre la mesa, unos camareros infrecuentemente amables -la crisis turística permite y exige el que los camareros se muestren amables incluso con personas procedentes de países no anglosajones- y el relajo que otorga al ambiente la incipiente borrachera colectiva, usted podía ver en unos cuantos metros cuadrados (los de la terraza del Carlton) a un Milos Forman con parte de su troupé de Hair haciendo el número del americano prepotente, fajos de billetes, voces y risotadas y puros montecristos incluidos. Unas mesas más a la derecha podría estar Karen Black (Cinco piezas fáciles, Nashville, etcétera) con sus amigos fascinando a los mitómanos. Por la puerta entran los diecisiete años de la tan citada Mariel Hemingway, lo que ocasiona un nuevo revuelo entre los lectores de la prensa del corazón. Si tiene usted inclinaciones perversas puede perder su tiempo analizando-devorando a Amanda Lear y a su marido. Mylene Demongeot hace tiempo que se fue, pero eso importa menos.En la bahía hay varios yates con las correspondientes luces de fiesta -en uno de ellos está, al parecer, Bob Marley, debe de ser en el que tiene una enorme nube de humo alrededor- y los luminosos nos cuentan que Diane Keaton está al llegar. Elia Kazan toma notas sobre la ponencia que explicará al día siguiente.

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