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Los despojos de ultramar

Rosa Montero

Resulta que por aquí está un actor argentino que se llama Pavlovsky, que en vista de que no había manera de trabajar, porque la competencia es dura, y el medio adverso, y a fin de cuentas él era un argentino más dentro-de-esa-plaga-de-latinoamericanos, en vista, pues, de que lo pasaba mal, muy mal, se vistió de mujer, se travistió, se puso plumas en la nuca e ironías sangrantes en la boca, se embadurnó de cosméticos femeninos convirtiéndolos para él en pinturas de guerra, y de esta guisa se echó a los escenarios y triunfó. Porque, a fin de cuentas, los latinoamericanos son seres marginales, y si éste hace gala de su marginación y divierte a la concurrencia vestido de señorita, se le puede perdonar su intrusismo como al bufón se le perdonaba su sinceridad y su joroba: su ser distinto, en suma.Resulta que hay una actriz buena, muy buena, que se llama Zulema Katz, que ya es llamarse, y que casualmente también es rioplatense, y allá en su tierra era harto respetada y conocida, pero luego vino lo que vino, ya se sabe, que su país y su cotidianidad fueron traspasados por las armas y el terror, y Zulema huyó y llegó a España, como Pavlovsky, sólo que sin la posibilidad de presentarse travestida para que nosotros la perdonemos. Y pasó y pasa hambre.

Resulta que hay un psiquiatra bueno, muy bueno, que también se llama Pavlovsky, pero es otro, a ver si no nos confundimos, y que tuvo que salir de la Argentina cuando el poder desmanteló allá uno de los mejores servicios psiquiátricos del mundo, y se vino para España, uno más, con el conocimiento a modo de rabo entre las piernas, porque aquí había que empezar de nuevo. Así es que este Pavlovsky, el psiquiatra, se ha puesto a trabajar de actor a modo de oxigenación, y ha interpretado una obra, Extraño juguete, que han podido representar en un circuito casi marginal. En el Extraño juguete, y con el Pavlovsky psiquiatra, Zulema pudo trabajar al fin de actriz, aunque fuera por poco tiempo. Y es que antes, como no encontraba empleo, Zulema tuvo que acomodarse con Pavlovsky a modo de asistenta, con el Pavlovsky travestido, digo, y le ponía las plumas a punto entre cuadro y cuadro, y le pegaba las lentejuelas descosidas y gracias, que siempre es mejor eso que estar rumiando el hambre y la inoperancia durante todo el día en el deprimente cuartucho de la pensión.

Resulta que hay una mujer que dirigía una editorial de literatura inquieta allá en su Montevideo natal, y que aquí lleva cinco años malviviendo de fregar pisos, cuando hay. Y los miedos han ido devorándola, que hoy ni siquiera se atreve a decir su nombre en público, no sea que la descubran en alguna irregularidad demente y la envíen de nuevo a su país, y así, intenta disfrazarse del mismo color gris de las aceras ciudadanas, para pasar inadvertida ante tanto acoso como siente, rota mujer prematuramente envejecida, convertida en camaleón a fuerza de pavor.

Resulta, pues, que aquí los latinoamericanos están acosados legalmente por decretos amenazantes e injustos, que están marginados por la suspicacia y el resquemor de los propios españoles, que están despojados del pasado y del presente por las fuerzas combinadas de sus respectivas dictaduras y de un país como éste, que parece incapaz de resultar acogedor, de devolver siquiera el amparo que ellos dieron antaño a los refugiados españoles. Resulta que los actores tienen que travestirse, que los psiquiatras tienen que hacer de actores, que los editores tienen que fregar suelos y que las antiguas estrellas han de zurcir lentejuelas alicaídas: sin amigos, sin raíces, sin futuro y sin memoria. Por no tener, no tienen ni existencia oficial, al carecer de papeles. Y así, entre todos, cada día, estamos despojándoles incluso de sus despojos.

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