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Santiago ya no cierra España

Esta primavera han vuelto a salir a la calle las Marías de Compostela. Están más viejas y ya no son tres, sino dos, pero siguen igual de pintadas y su coquetería octogenaria invade la calle del Franco algunos mediodías soleado. En el Asesino, la casa de comidas con más solera estudiantil, las hermanas Concha, Maruja y Lola ofrecen, como siempre, el buen pote familiar y la conversación interminable sobre las cosas del pasado.Las viejas del Asesino recuerdan a don Ramón del Valle-Inclán cada vez que acude al comedor alguno de sus nietos, que son hoy estudiantes que andan en la cosa política y todavía no dejaron crecer la barba de chivo de su ilustre antepasado. Cuando no es de Valle, se acuerdan de algún troyista famoso o cuentan algo de un apuesto joven rubio que estudiaba medicina poco antes de casarse con la nieta de Menganito y hoy dicen que es médico de fama en cualquier lugar del globo. La de cosas que podría saber el personal si las historiadoras del Asesino cocineras no abrieran el corazón de su memoria a todo el que come sus almejas a la marinera.

Por las noches, sólo unos metros más abajo, en la parte nueva de casas viejas, a pesar de los pocos años, el bullicio juvenil de cubata, porro y ligue invade las galerías de Viacambre y las discotecas de la zona, a partir del café Derby, que viene a ser hoy como La Boule d'Or parisiense de hace diez años.

Son dos mundos santiagueses diferentes. Por un lado, el arte, las piedras monumentales, la historia en fotogramas de granito. Por el otro, el plástico, la especulación, la Universidad nocturna y paralela, el pasotismo, la nueva náusea, las redadas de la policía buscando camellos y alguna cosa más.

Santiago, la Compostela de los poetas y de la historiografía amiga de mitos y leyendas tanto como del dato documental, encuentra dificultades para sobrevivir a su propia configuración secular y se debate en la actualidad, según todos los indicios, en una fuerte crisis de personalidad urbana. No pasaron en vano muchos siglos desde aquel año 899 en que Alfonso III el Magno hizo consagrar la segunda catedral, poco tiempo después de que la ciudad tributara un gran homenaje, a lo largo de un mes, al filósofo y poeta musulmán Agucel, que formaba parte de la que fue quizá la primera embajada extranjera a Santiago, la del rey de Normandía. A los poetas ahora no les rinde estos homenajes Compostela. Alberti lo sabe desde estas elecciones municipales.

Ahora Santiago de Compostela es un fuerte divorcio entre el casco antiguo o monumental, sobrecargado de problemas de habitabilidad exterior e interior, y la zona de expansión -que acabó siendo, de contracción-, denominada El Ensanche oficialmente y El Estreche, según el rebautismo popular.

Abandonismo arquitectónico

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La Compostela de hoy es la ciudad de la mejor monumentalidad peor tratada de Europa, en opinión de los técnicos de los partidos de izquie rda por lo menos. Es el reducto vergonzante del abandonismo arquitectónico, que ha dejado que se derrumbaran techumbres y fachadas, ha permitido derribos discutidos y antipopulares como los del edificio Castromil, ha cambiado planos de nivel a capricho, ha hecho restauraciones apresuradas y ocultistas, como una reciente en la catedral.

Es el caos circulatorio que colapsa diariamente lo que muchos expertos urbanistas consideran que pudiera ser espacio ideal (Franco, Rua del Villar, Toural, Rua Nova, Huérfanas, Universidad, Cervantes, Catedral) para experimentar e implantar luego la «peatonalización» que ya fue pedida desde algunos sectores en diferentes ocasiones. Es cierto que se oponen los comerciantes, pero no lo es menos que todavía no se ha debatido el tema como sería conveniente. El caso es que urbanistas de tendencias distintas coinciden en señalar que experiencias similares, realizadas en ciudades europeas, dieron resultado positivo incluso desde el punto de vista de las ventas comerciales.

La Compostela actual es habitación, y no vivienda, de cerca de 30.000 estudiantes hacinados en pisos de paredes que no tienen más resistencia que el bambú y que cuestan entre 15.000 y 40.000 pesetas de renta mensual. No se hable ya de comer. Los precios de restaurante y cafetería de Santiago están a la cabeza de todos los gallegos y pueden compararse con los barrios caros de Madrid o Barcelona. Santiago está ya muy lejos de ser la ciudad que alguna vez fue en hostelería. En la actualidad no hay relacíón convincente entre los números de la carta de sus restaurantes y la calidad de las comidas. Aquí o se come por todo lo alto, pero sin posibilidades excesivas de imaginación o exotismo, pagando, desde luego, por encima de un verde, o se va de comedor de aceite no recomendable para estómagos delicados. Compostela no inventó todavía el buen comer para bolsillos medios.

Algo funciona mal, o no funciona simplemente, dicen los entendidos, en esta ciudad que quiere, puede y debe ser capital de Galicia después de capitanear durante tantos siglos una parte importante de la cultura occidental. Por cierto, mucho va a tener que prepararse para merecer tal sede capitalina. Porque lo que es hoy, Santiago apenas puede ofrecer unas cuantas habitaciones con goteras en el palacio de Rajoy para albergar a la Junta de Galicia.

El récord de la locura

Un cantar electorero, que no es de ciego precisamente, pregona estos días algo parecido a que Santiago es de quien es y La Coruña es de Meilán Gil. Evidentemente, la guerra por la capital se esconde detrás. Por el momento, Compostela gana en que es sede de la Junta, del Colegio de Arquitectos, de SODIGA, de SIGALSA, del Observatorio Estadístico Regional, que no se sabe muy bien si observa algo o simplemente contempla; de la Universidad, del arzobispado, del tráfico de drogas, del pasotismo, que es versión actual de la Casa de la Troya; de los vuelos nocturnos con Madrid, que aquí se llaman golfos, y del Mercado Nacional de Ganados, que fue el primer ente gallego que supo apellidarse debidamente por lo de «nacional».

Es también capital del vino del Ribeiro, pero esto es ya harina de otro costal, porque lo que se dice ribeiro del bueno no lo bebe ya ni el arzobispo. Santiago consume anualmente una cantidad de hec tolitros de vino gallego muy superior a la que se produce en sus respectivas zonas. Deduzca el lector el nivel desarrollado de la alquimia vinícola gallega.

Otro récord que empieza a ostentar.es el de la locura auténtica o figurada, según los casos. En las rúas de Compostela siempre hubo algún genio doméstico. Se cuenta que Villafínez, el viejo pintor del Pórtico de la Gloria, pagó con su arte la comida del restaurante Vilas hasta que murió. Hace años se suicidó un señor que se pasó la vida llamando cornudo a Franco sin que los grises reparasen nunca en él. Ahora hay un melenudo que habla a diario con Dios en catalán al tiempo que pide para comer por las calles. «Hermano, yo soy hijo de Dios -dice- y, como tal, dueño de la Tierra. Algún día te pagaré.» López Nogueira, un psiquiatra muy conocido de la ciudad, atiende cada día varios casos de estudiantes que rompen por algún lado. La cosa es tan seria que conspicuos profesionales de la izquierda local decidieron abrir tienda psiquiátrica bajo el rótulo de «Meigallo». Es la crisis de identidad compostelana.

Mañana: Fuerteventura

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