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Tribuna:SPLEEN DE MADRID
Tribuna
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Eduardo Blanco-Amor

Ahora que vuelven hasta los restos de Largo Caballero y la cabeza en piedra de Pablo Iglesias, ahora tendríamos que hablar un poco de exilios y exiliados exteriores e interiores, que a mí me escribía largas cartas Corpus Barga, desde la facultad de Periodismo de Lima, cantando mis por entonces in cipientes virtudes literarias, gracias virginales y doncelleces de estilo: vuelto que hubo el viejo maestro, salíamos a pasear por los alrede dores de su casa, yo le sujetaba el enfisema, le cruzaba la calle, leía sus libros y escribía de ellos. Cuando por fin el personal fino se enteró de quién era Corpus, cuando los críticos le dieron el Premio de la Crítica, con unos noventa años de edad (noventa años habían tardado nuestros auspiciadores críticos en aclararse de qué iba aquel gran escritor: no puede decirse que pequen de precipitados), cuando la gloria prepóstuma, Corpus no se acordó más de mí ni volvió a citarme. Es el resentimiento de los triunfadores, de que habla lúcidamente García-Luengo.Gil-Albert, exiliado interior en su Valencia íntima y concéntrica a la Valencia de la plaza del Caudillo, que ahora quieren cambiar de Caudillo o de nombre, no lo sé seguro, también me escribía delicadas cartas malva -años sesenta- o me enviaba amistosos y, quejumbrosos recados por el común López-Gradoli, porque en aquella década ominosa de poesía social y versos de salario mínimo yo prestaba atención a este desoído Cernuda valenciano, y escribía elogiosas y estudiosas reseñas de sus libros. Una vez que los venecianos le han hecho famoso, a tomar por retambufa. Nunca más se supo.

Sólo hay algo más intolerable que la ingratitud de losjóvenes, y es la ingratitud de los viejos. Por eso hoy quiero hablar de un tercer exiliado interior/ exterior, exiliado litérario y voluntario, Eduardo Blanco-Amor, cuya amistad, en tiempos, me llegaba también a través de intermediarios: Cuco Cerecedo, muerto como de elegía de Miguel Hernández, Rimbaud galaico en prosa, traficante en armas líricas de las revoluciones tercermundistas, que en sus ires y venires me traía noticia y salud de Eduardo Blanco-Amor, tan callado caballero que ahora reaparece, en pleno finisterre municipal y electoral, junto a Alberti y Celso Emilio Ferreiro, entrando a saco y verso contra el reducto cacique de Galicia, señores de horca y Caudillo, lluviosos tiranos feudales y municipales.

Echándome sus libros por delante, y luego sus noticias y sus cartas, Eduardo Blanco-Amor, cuando ya era en mí una prosa sutilísima y un misterio literario, cruzó un día por Madrid, ya hace años. Del exilio de Buenos Aires al exilio de Orense, como habiendo navegado en un barco mercante, como habiendo hecho el mar sentado en la bodega de las patatas, dandy de los fogoneros y los inmigrantes pobres, como leyendo y escribiendo a la luz infernal e intermitente de la sala de máquinas, entelarañada su elegancia un poco argentina de las telarañas de la mercadería.

Este viejo me ha sido más fiel que otros, que son muy infieles los viejos y muy puñeteros y muy suyos. Con este viejo gran escritor mantengo cruce de cartas, visitas, artículos, conversaciones y políticas, y un día soportamos juntos a la vieja guardia de Julio Camba, con cenáculo y cenador en Casa Ciriaco, con voz vocera en Utrillo y silencio sabio en Gállego (que estos días presenta en la galería Theo al gran pintor francés Baudine). Del exilio de la gran ciudad argentina al exilio de la pequeña ciudad gallega, siempre con baranda de mar para asomarse, confalonero y solo, ¿quién sabe en España, aparte los suplementos literarios o leproserías distinguidas para letraheridos, quién sabe, digo, de La catedral y el niño, Las musarañas, La parranda, quién sabe de uno de los escritores del siglo que más lírica humedad galaica le ha metido al castellano, que más berroqueña precisión castellana le ha metido al gallego?

Gracias, Eduardo, gracias, viejo, ya sabía yo que tú eras de buena y duradera calidad de viejo, que tu vejez es fina y resistente, que tu amistad no cesa ni se pudre en vejeces, y ahora le me representas, con Celso y Rafael, pegando gritos líricos contra el feudalismo, niño de pelo blanco en la catedral de lluvia que es Galicia. Qué gran abrazo, Eduardo Blanco-Amor, amor.

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