El circuito de la novedad
Una guía editada recientemente por la Asociación Profesional de Galerías de Arte de Madrid establece en 52 el número de las que deben considerarse como tales. La lista publicada mensualmente por la, revista. Arteguia eleva este número hasta doscientas. Profesionales o no, poco importa para el caso, nos encontramos en esta ciudad, museos aparte, con dos centenares de recintos, grandes o pequeños, redondos o cuadrados, céntricos o alejados, dedicados a la sana misión de exponer periódicamente obras de arte. ¡Y todavía hay gente que se aburre! Imperdonable. Cuento los que conozco y no llegan a veinticinco, y esto se me antoja mucho más imperdonable. Hago decidido propósito, de enmienda, y armado de planos, listas, toda la buena voluntad del mundo y limpio en lo posible de prejuicios, organizo una complicada serie de circuitos para intentar corregir mi falta. Circuito de la novedad, decido bautizarlos, porque si todo es relativo, cuánto más lo novedoso, y hoy mi novedad se esconde tras esta lista de nombre y direcciones que garrapateo en un papel.El primer circuito se inicia, cómo no, en el tan tradicional como desconocido para mí, Salón Cano, en el paseo del Prado. «Hijos de J. Cano. Fundada en 1906», «marcos de estilo, grabados, restauración de obras de arte». Mientras leo estos anuncios en el escaparate y me sumerjo en un mar de recuerdos (leídos, claro) de otras épocas, una brigada del PCE, sin reparar en tradiciones ni en arte ni en nada, pone la fachada hecha un cristo de carteles electorales. Siento la tentación de abrir la puerta y dar la voz de alarma: «¡ Los comunistas! ¡Que están aquí los comunistas! », a ver qué pasa. Pero la timidez me contiene. Los brigadistas se alejan poniendo su voto a trabajar calle abajo, y yo, entre damascos, alfombras, muebles y marcos de estilo, me adentro en la exposición de Bay Sala. Paisajes de Santibáñez de Ayllón, Fresno de Cantespino, Soto de Sajambre y otros pintorescos lugares de nuestra geografía.
Para gustos más sofisticados se exponen también cuatro paisajes urbanos, nada menos que de París.
A esta misma escuela, seguramente la Escuela por antonomasia, pertenecen José María Garriz, expositor de la sala del Círculo de la Unión Mercantil e Industrial, en la avenida José Antonio, y Serra Escribá, que lo hace en la galería Eureka. El primero, quizá el menos brillante, sólo tenía vendidas unas gallinejas. Hay, no obstante, para elegir marinas, floreros, pueblos de día y pueblos de noche, caseríos, vistas de puertos, etcétera. El mismísimo Sánchez Covisa, amante de la buena pintura sin lugar a dudas, visitaba la exposición a pocos metros de mí. Serra Escribá es más atrevido, amante del espatulazo y la pincelada suelta, dueño de una paleta alegre y mediterránea. No en vano es levantino, sorolliano de finas estampas y, según su prologuista, ha sabido heredar de su padre, artista pintor también, «la gran lección del empaste magistral». ¡Ah!, para gustos sofisticados expone también algunos paisajes parisienses.
La retrospectiva de Waldo Aguiar en la sala Goya del tradicionalisimo Círculo de Bellas Artes, en la calle de Alcalá, es algo más gordo. Según Campoy, su introductor, este artista «viene poderoso y desafiante a aguar la fiesta del conformismo decorativo madrileño», y poco le debe faltar para lograrlo. A mí, al menos, me aguó el estómago acostumbrado ya al fino paisajito. Y es que en este país nos superamos a nosotros mismos, y si algunos lograron hacer del esperpento un arte, este artista va aún más lejos, y del esperpento hace sólo un esperpento. ¡Santo Cielo! Los hacinamientos de obreros, fábricas y humos de sus cuadros antiguos se mezclan con los baños de culos, ligas y sombreros de copa de los actuales, los colores cenicientos de antaño con los chillones de ahora, y siempre pasta, mucha pasta, que no falte la pasta. ¡Y después dicen que el óleo es caro! ¡Si Goya levantara la cabeza!
La sorpresa de la tarde iba a venir, sin embargo, cuando menos lo esperaba, cuando, ya más muerto que vivo tras semejante caminata, intentaba localizar la galería Bell-Art, en la avenida de José Antonio, casi. en la plaza de España. Diviso al fin el letrero colgado del, toldo de una peletería: Herrero 42, suede piel daim. En el portal, dos escaparates frontales. Coquetón el de la peletería, con unos hermosos neones rojos; menos coquetón, pero cuajado de sorpresas, el de la galería. Anuncia una exposición de «pinturas púnicas» de Guajardo, y un cartel, entre otros muchos, aclara: «Obra guajardiana en la Ancestral Pintura Púnica, cuya fórmula esotérica y milenaria se perdió en la noche de los tiempos, siendo vivificada y actualizada por este singular artista». Por lo que se desprende de esta exposición, la traída y llevada técnica de la cera púnica no da resultados muy distintos a los de esas máquinas de feria de «hágase el cuadro usted mismo», al menos en la versión de este artista, que no logra evitar tal impresión aunque coloque bombillitas detrás de algunos cuadros y uno de ellos lleve incluida una lupa para mejor apreciar los sutiles cromatismos y calidades matéricas de sus paisajitos cósmicos. Pero lo admirable de esta galería y de este artista son sus deseos de mejor informar al público. Todo aparece lleno de fotos del artista en París o con Fraga, «cuando era ministro», del marqués de Lozoya inaugurando una de sus exposiciones, de un nuncio de Su Santidad visitando otra de ellas, recortes de prensa amarillentos desperdigados por doquier, carteles asegurando que las obras expuestas son creaciones únicas, pensamientos del pintor pinchados por aquí y por allá... Entre ellos, algunas definiciones antológicas del arte y el artista. «Por diversos conceptos -reza una de ellas-, el artista es heroico, y sabe que su pago está en portar la antorcha de luz como mensaje en vanguardia de lo Trascendente, hacia lo Eterno y Absoluto.»
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