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Jornadas literarias sobre la serie negra, en Barcelona

Con un festival de cinco horas en un escenario continuo montado por Xavier Olive y Alicia Núñez, por el que transitaba la gente -escritores, personajes variopintos y de la prensa y la antigua «gauche divine», y el público en general-, mientras se representaba en vivo El largo adiós, como homenaje a la serie negra, comenzaron el martes por la noche, en pleno barrio chino barcelonés, las jornadas de la serie negra organizadas por la editorial Bruguera. Una fiesta que precedía a la doble jornada de trabajo de ayer y al cierre que se celebrará hoy.

La verdadera historia ocurría fuera, en el barrio chino, en la calle Conde de Asalto y en las callejuelas circundantes. Lo que pasaba dentro, la representación teatral, era una fuente de perplejidad para el personal que por fases se iba aglomerando en las galerías, viejas galerías años cuarenta, y una tentación, espejo y rabia, para el barrio mismo.Un hombre con sombrero y un pa.recido espectacular con el Marlowe de Robert Mitchum toma un whisky, en la mesa de esa especie de cripta, de tenducho de bajos fondos y ley seca, mientras un limpiabotas le arregla, incesante, los zapatos negros, cada vez más brillantes. Un pianista, también negro, toca el charlestón y blues. A la derecha, en una mesa, el que sin duda es un gangster antiguo, mira a la chica, mujer terrible de vestido largo, abierto y negro, de escote semicubierto por dos supuestas martas cibelinas, o a la otra, Lauren Bacall o Veronica Lake, que termina haciéndose encender un cigarrillo, ya en su mesa, por el imperturbable Marlowe. Una mano de poker, sólo interrumpida por el grito de mujer, un chillido agudo seguido de un disparo, sin duda de pistola.

Los escritores, muchos venido de Madrid y de provincias, se mantienen algo sorprendidos, en esa atmósfera oscura y cargada del lado de acá del cordón bebiendo whisky, de garrafa y esos cócteles dulzones amarillos o rojos. Sólo el grito de la mujer rompe la barrera que separa un escenario de otro, y los escritores, primero, y el público en general, después, siguen al elástico detective por las estrechas escaleras hacia la planta de calle de las galerías donde se está celebrando este revival. Un hombre de color en uno de los tenduchos de aire neomoderno -Casablanca, dice un cartel-, justo enfrente de la barra en la que nos congregamos mirando al camarero chino que no sirve nada y al que Juan Carlos Onetti, un personaie más, pide un vino. Huele apenas el cañón de una pistola. Poco más allá, la prostituta tiende ropas en un altillo, y una mujer nada fatal, muy asustada, espera que Marlowe cuelgue la vieja gabardina en el pomo redondo de una escalera. El resto ya lo conocen ustedes. Un hombre joven, altísimo, que se había dejado ver momentos antes, con paso largo, durante el entreacto, está ahora muerto, en una trastienda dealmacén. También hay que subir escalerillas para verle y tocarle. En la vida real es un profesional de la cosa del libro. Hoy, en este teatro de sombras, es el muerto más muerto, y tiene un reguero de sangre que cruza su mano armada.

Los matones de la puerta son de verdad, según todos los indicios. Y el coche de bomberos, y el arsenal de policía que protege a los excursionistas diletantes de los bajos fondos que somos por una noche. Entre los matones y la policia impiden violentamente la entrada de vecinos de este barrio, que algunos califican de «difícil», y que quieren ver cómo los vemos. En la calle, las prostitutas son más feas, más gordas, con las miradas más perdidas. Con todo, algunos consiguen colarse y uno no sabe si son atrezzo o son de verdad. La policía y los guardaespaldas impiden el paso de los más a palos. Alguien repite de un lugar a otro: «Picadura mortal, picadura mortal», como una contraseña secreta o un título de novela inminente.

La verdadera historia pasa en la puerta, porque, al fin, unos personajes acostumbrados a ver más que a participar no son capaces de soportar esas presencias salvo descafeinadas. Y descafeinados parecen nuestros intelectuales, nuestros Vázquez Montalván y Marsé, por ejemplo.

Ayer, ya en su papel, en sus mesas redondas, todo el mundo se sentía más cómodo. En la primera, titulada La serie negra de cuerpo entero, hablaron Leopoldo Azancot, Carlos Barral, Juan Carlos Onetti, Lourdes Ortiz y Manuel Vázquez Montalbán. Y en la segunda, ya en la noche peligrosa de la zona más peligrosa de las Ramblas, Carlo Frabetti, Jiménez Frontin, Néstor Luján, Joaquín Marco, Juan Carlos Martini, Perich, Martí de Riquer y el argentino Oswaldo Soriano, que inaugura la colección de autores policiales en castellano con una novela de recientísima aparición, debatieron, partidos por la mitad, el tema Novela de intriga versus serie negra. Sólo algunos travestis de la noche, filtrados, no se sabe cómo, en las galerías, ponían una nota de color anacrónico frente a los amarillos de la luz antigua. En suma, una festa más cinematográfica que literaria, que parece encarnar ese curioso apogeo de la novela policial, como respuesta que los editores nos ofrecen al aburrimiento que la «literatura seria» produce en nuestros desesperados lectores. Que sea para bien.

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