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La investigación científica y tecnológica: un ejemplo de colaboración universidad-empresa

La industria española en general, y en particular aquella de más alta tecnología, se encuentra en un momento crítico. De una parte, los salarios de los trabajadores y técnicos españoles se acercan progresivamente a los de sus colegas europeos y, por otra, la industria carece de la suficiente base científica que le permita fabricar productos de tecnología muy avanzada. Estas dos razones nos impiden competir con países como, por ejemplo, Taiwan o Corea, de salarios bajos, así como también con países muy desarrollados, tales como Estados Unidos o Alemania. Todo ello queda agravado por no poseer un mercado interior suficientemente amplio ni pertenecer a comunidades tales como el Mercado Común.El dilema de la industria española consiste, pues, en quedarse en un cierto subdesarrollo y dependencia de la tecnología extranjera o de tratar de acercarse e incluso entrar en competencia con las industrias avanzadas de los países occidentales. Evidentemente, parece que esto último es lo deseable. Ahora bien, ¿cómo se puede conseguir? Como se ha demostrado en muchos países que nos han precedido, para ello será necesario invertir en investigación mucho más de lo que se hace en España en la actualidad. Cierto que no siempre el investigar produce resultados sorprendentes y a corto plazo, pero lo que sí es más cierto es que, si no se investiga, nunca se llegará a conseguir ningún logro tecnológico significante. En España sólo se invierte en investigación un 0,3 % del producto nacional bruto, en comparación con alrededor de un 2 % ó 3 % en los países más desarrollados. Parece, pues, evidente que en los próximos años, y gradualmente, habrá que ir aumentando los fondos dedicados a la investigación y que este esfuerzo tendrá que ser realizado conjuntamente tanto por el Estado como por la empresa.

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Adquisición de tecnología extranjera

Durante las últimas décadas las empresas españolas se han limitado en su mayor parte a adquirir tecnología extranjera. Esto hasta hace uños pocos años ha sido explicable, ya que España, sobre todo en la década de los sesenta, experimentó un desarrollo tan rápido que no hubiera podido ocurrir sin la adquisición de esta tecnología foránea. Ahora bien, lo que sí debería haber realizado la empresa durante esta época de fáciles ventas y fuerte protección frente a los productos extranjeros es haber invertido un mayor esfuerzo en sentar las bases para el desarrollo de una tecnología propia. En su descargo hay que reconocer que en esta tarea, en la cual la empresa debería de haber estado apoyada por los organismos estatales, se encontró completamente desasistida.

Como consecuencia de todo lo anterior se podría afirmar que, dados los escasos recursos naturales y energéticos de España, estamos probablemente cerca del máximo de renta nacional per capita (3.000 dólares por habitante y año, aproximadamente) que nos corresponde en relación a nuestro nivel científico y tecnológico y que la única forma factible de incrementar el nivel económico por habitante es mediante fuertes inversiones en investigación y desarrollo (I + D). Esto es tanto más cierto en industrias cuya tecnología está en constante evolución, tales como la farmacéutica o la electrónica, las cuales dependen de la investigación para su subsistencia.

Ahora bien, ¿qué puede hacer en este momento la industria para subsanar, o al menos paliar, esta falta de tradición investigadora en España? La respuesta no es sencilla. Por supuesto que se tendrá que invertir mucho más en I + D, quizá hasta cantidades cercanas al 4% de los ingresos por ventas, siguiendo. el ejemplo de Francia, nuestro país vecino. Sin embargo, esta inversión no resolverá el problema a corto plazo, ya que la inversión en investigación se caracteriza por ser a largo plazo y sus resultados económicos no siempre se pueden predecir.

Este breve artículo no pretende abordar el tema de cómo deben organizar las industrias sus actividades de I+ D, qué porcentaje de las ventas deben de invertir en estas actividades o cómo construir modelos matemáticos capaces de predecir el incremento de ventas (o de beneficios, desde un punto de vista más realista) como consecuencia de la inversión en I + D. Por el contrario, nos gustaría comentar algunos de los aspectos positivos que pueden derivarse de las relaciones universidad- empresa en materia de investigación. Aun reconociendo que la investigación en la universidad, o en cualquier otro centro oficial (Consejo Superior de Investigaciones Científicas, por ejemplo), no podrá sustituir la que se debe realizar en la empresa, sí creemos, y nuestra experiencia lo ha confirmado, que en casos especiales la investigación universitaria puede aportar mucho a la industria. Así, en España, la mayor parte de las empresas no alcanzan el tamaño critico que les permita disponer de laboratorios suficientemente bien dotados para la investigación. El dinero que invierten estas industrias en investigación se limita, salvo honrosas excepciones, a la resolución de problemas relacionados con la producción y el control de calidad. Por otra parte, tanto en la universidad como en algunos centros estatales, CSIC, INTA, etcétera, existe un cierto número de grupos que realizan investigación, en algunos casos de calidad análoga a la que se hace en países avanzados. Si bien es verdad que la mayor parte de estos grupos están interesados en una investigación de tipo fundamental, hay algunos, desgraciadamente pocos hasta ahora, que están orientando sus actividades hacia la investigación de tipo aplicado.

Evidentemente, una empresa determinada que quiera iniciarse en la investigación necesitará simultáneamente de personal especializado, utilización de técnicas físico-químicas y electrónicas avanzadas, biblioteca de revistas y patentes, etcétera. Poder disponer de estos medios de forma rápida y a corto plazo es muy difícil y no siempre productivo. Sin embargo, las empresas podrían tener acceso a gran parte de lo apuntado mediante el concierto de un contrato de investigación con la universidad u otro centro oficial a través de los grupos de trabajo que allí existen. Por poner algún ejemplo concreto, el objetivo de una colaboración universidad- empresa podría consistir en el desarrollo a escala de laboratorio de un componente electrónico o en la síntesis de un nuevo producto farmacéutico. Estas colaboraciones deberán, por supuesto, realizarse siempre con la aprobación de las autoridades académicas. También deberán cumplir una serie de condicionamientos, como es el de que ambas entidades conserven su plena independencia y que el problema propuesto, aunque sea de investigación aplicada, tenga algún componente básico. Hay que tener en cuenta que uno de los fines primordiales de la universidades el de adquirir y transmitir nuevos conocimientos. En este sentido nos gustaría apuntar que para que una industria alcance un alto desarrollo tecnológico debe realizar algo de investigación básica y no orientada a ganancias a corto alcance.

Falta de infraestructura

Aun siendo conscientes del gran bache económico por el que atraviesa actualmente la empresa, no sería ninguna solución el dejar de invertir en investigación; al contrario, ello seguramente agravaría aún más la crisis. Posiblemente el error más común efectuado por la empresa en nuestro país es el que los fondos dedicados a la investigación sean asignados anualmente, en función de los beneficios netos de la empresa y, por tanto, fluctuando con éstos. Esta es una de las formas menos apropiadas de asignar fondos a I + D por parte de la empresa. Hay que tener en cuenta que a menudo en los países avanzados las industrias farmacéutica, química y electrónica dedican recursos económicos a la investigación que superan a los beneficios netos obtenidos en el ejercicio de un determinado año. Un ejemplo interesante a tener en cuenta lo constituye la industria farmacéutica americana, en la cual, durante la década 1960 a 1970, los gastos I + D llegaron a crecer hasta tres veces más rápidamente que las ventas. Es, por tanto, conveniente desligar a corto plazo las inversiones en I + D de los beneficios de la empresa, y los programas en I + D deden estar basados en una planificación a largo plazo que considere el crecimiento previsto de la compañía, los cambios previsibles en productos y mercados, etcétera.

Teniendo en cuenta la falta de infraestructura con que cuenta la industria española para la realización de una investigación eficiente, puede interesarle, al menos inicialmente, basarla en algún tipo de colaboración con universidades y otros centros oficiales. También el Estado tendrá necesariamente que apoyar la I + D industrial, ya que al fin y al cabo el dinero invertido en ella produce un beneficio a largo plazo para toda la sociedad. En este sentido conviene recordar que, en los países occidentales desarrollados, el Estado es el responsable de alrededor de la mitad de la investigación industrial llevada a cabo en las empresas. Por otros motivos, esto mismo ocurre también en muchos países de economía socialista. Sin embargo, en España, solamente algunas empresas grandes han recibido fondos, por otra parte muy escasos y tardíos, a través de la Comisión Asesora de Investigación Científica y Técnica de la Presidencia del Gobierno, encontrándose la pequeña y mediana empresa completamente desasistida en materia de investigación.

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