Se aleja el riesgo de guerra entre Argentina y Chile por las islas del Beagle
Quince días han bastado al cardenal Antonio Samoré, enviado del papa Juan Pablo II, para superar el estancamiento en las negociaciones que Chile y Argentina mantenían para resolver el pleito fronterizo del canal de Beagle y para alejar el riesgo de una guerra entre ambos países. Después de cruzar en tres ocasiones la cordillera de los Andes y de numerosas entrevistas con las autoridades de ambos países, el diplomático vaticano ha conseguido que los Gobiernos de Buenos Aires y de Santiago de Chile acepten la mediación formal del Papa.
La declaración que recoge este propósito fue firmada en la noche del lunes en el palacio Taranco, de Montevideo, por los ministros de Asuntos Exteriores, de Argentina, brigadier Carlos Pastor, y de Chile, Hernán Cubillos, en presencia del enviado papal, del Gobierno uruguayo y de varios embajadores de países extranjeros, entre ellos el de Estados Unidos.En una primera impresión sobre el texto de la declaración conjunta, llama la atención sobre todo el expreso compromiso de ambas partes de renunciar al empleo de la fuerza. Para los observadores, este punto es incluso más importante que la petición al Vaticano para que actúe como mediador en el conflicto, pues esta eventualidad ya había sido estudiada por ambos países en su última ronda de negociaciones, a principios de diciembre.
Diferencias superadas
El cardenal Samoré ha logrado, pues, dos difíciles objetivos. Primero, que Chile y Argentina acepten rubricar un texto que elimina en la práctica el riesgo de una guerra, que fue extremadamente grave en los días anteriores a la llegada del enviado pontificio. Segundo, superar las diferencias existentes entre los dos países en cuanto a la forma de someter el litigio a la mediación papal. Recuérdese que ésta fue la razón por la que no se llegó a recurrir directamente a la intervención vaticana y la que dio origen a la iniciativa de Juan Pablo II de enviar al cardenal Samoré.Aceptada oficialmente la mediación, Chile y Argentina se ponen en manos de la diplomacia vaticana. A ella corresponderá ahora proponer fechas para nuevas entrevistas, elaborar losprogramas de las discusiones y sugerir textos de acuerdos que puedan suponer una base inicial de trabajo. Es previsible, sin embargo, que tanto Argentina como Chile hayan expresado al cardenal Samoré, durante los numerosos intercambios de opiniones, los límites en que cada uno de los países establece sus posiciones. Es lógico aventurar que Argentina no habrá variado su postura de pedir el respeto a los principios de separación oceánica, consagrados en anteriores tratados bilaterales, y que Chile tampoco habrá renunciado a su exigencia de que el laudo arbitral británico, al que se sometieron de grado los dos países para dirimir sus diferencias, sea respetado.
Como prueba de la evidente distensión conseguida tras la firma de la declaración de Montevideo, los expertos vaticinan una inmediata desmovilización en la zona del conflicto. Este punto es especialmente importante para Chile, pues le permitirá prestar más atención militar a su frontera norte, donde es previsible un aumento de la tensión a medida que se aproxime la fecha conmemorativa del centenario de la batalla del Pacífico, en la que Perú y Bolivia perdieron partes sustanciales de su territorio.
Para el Vaticano, el acuerdo logrado por el cardenal Samoré supone un éxito muy importante, sobre todo al inicio del pontificado de Juan Pablo Il. La celeridad, con la que ha actuado el Papa y el ritmo impuesto por el enviado pontificio a las conversaciones, inusitadas en la historia de la diplomacia vaticana, pueden ser interpretadas como un síntoma del cambio que Juan Pablo II desea introducir en los modos y sistemas de actuación de la ciudad del Vaticano.
Puertas adentro, los pasos dados tras la mediación vaticana van a suponer en Argentina y Chile un relajamiento evidente de cara a sus respectivos ejércitos, que han experimentado una crispación creciente desde el acentuamiento del litigio.
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