Otro planeta va a ser conocido
Otra aventura interplanetaria ha comenzado. Un nuevo planeta va a ser conocido por el hombre. El lunes pasado, un objeto diseñado y construido en este planeta, Pioner Venus I, ha comenzado á girar en tomo a nuestro planeta vecino tras un largo viaje de más de 480 millones de kilómetros. Atentos ojos electrónicos y cámaras de radar e, incluso, sondas que la nave va a arrojar sobre la superficie del planeta intentarán desvelar, para el hombre, los secretos del luminoso desconocido astro que luce en el alba con potencia desigual.¿Qué hay sobre la superficie del planeta Venus? ¿Civilizaciones inteligentes como las de la Tierra? ¿Seres vivos evolucionados? Nada de ello parece probable, a tenor de la temperatura que se estima reina en su superficie, algo superior a los cuatrocientos grados centígrados. Tal vez si, como se ha considerado, Venus está en una fase evolutiva similar a aquella en la que estuvo la Tierra hace millones de años, allí está naciendo la vida. Tal vez no vaya a nacer nunca. Todo pertenece, hasta ahora, al reino de la especulación y la fantasía, porque Venus, envuelto en una espesísima atmósfera, niega sus secretos a la observación remota. Ahora ha acabado la hora de la fantasía y ha empezado el momento de la ciencia. Los secretos de Venus van a ser explorados muy de cerca. La elucubración dejará paso a la observación en directo de los hechos y lo hipotético será desplazado por lo constatable.
El ser humano no puede acercarse, hoy por hoy, a Venus. Lo impiden, entre otras cosas, las dificultades tecnológicas para la costosa empresa que supondría un viaje interplanetario de muchos meses, y las condiciones que reinan en aquel astro. ¿Quién podría explorar, o siquiera permanecer, en parajes en los que reina una temperatura de cuatrocientos grados, donde funde el plomo; lugares en los que la presión es aproximadamente cien veces mayor que la de nuestra Tierra?
Sin embargo, lo que no puede hacer el ser humano en directo lo va a llevar a cabo la tecnología diseñada y creada por él. Pioner Venus I va a permanecer en órbita durante varios meses. Durante ese tiempo, la estación describirá una órbita elíptica en torno al planeta, acercándose, en ocasiones, a menos de trescientos kilómetros de su superficie. Recibirá datos sobre la temperatura y la presión. Fotografiará las nubes espesísimas que envuelven el abrigado, planeta. Estudiará las características del clima que hay por allí y detectará todo lo que pueda sobre la seca y ardiente superficie del planeta.
Venus, bajo esas condiciones de temperatura y presión, no puede tener océanos; y esa es, según el especialista soviético Isaac Asimov, una de las condiciones esenciales para el desarrollo de la vida. La constitución de los primeros microorganismos vivientes, incluso antes de ello aún, la formación de las primeras moléculas de esa compleja estructura que constituye los entes vivientes, requiere la calma oceánica, la existencia de unas condiciones suaves, continuas y constantes propias del medio líquido. Por las condiciones de presión y temperatura, la existencia de grandes masas líquidas sólo parece posible en dos objetos del sistema solar: la Tierra y un gigantesco satélite del inmenso Júpiter: Titán. En la Tierra, un compuesto químico llamado agua puede permanecer líquido en grandes cantidades. En Titán, el metano podría ser el creador de océanos, la base para el desarrollo de grandes moléculas... -¿vivas?- de complejidad creciente.
Nada de eso parece hipotético en Venus. Sin embargo, el hombre va a aprender mucho del planeta vecino y, con él, de nuestro propio mundo. ¿Cómo es su atmósfera? ¿Por qué es tan densa? ¿Cómo se ha formado? ¿Cómo está evolucionando? ¿Qué tipo de fenómenos meteorológicos tienen lugar allí?
El conocimiento en profundidad de la atmósfera de Venus y de la dinámica de su funcionamiento va a permitir al ser humano conocer mejor la atmósfera terrestre. Frente a los agoreros nihilistas o, sencillamente, simples, que critican, por costosa y superflua, la aventura humana interplanetaria, un viaje tan largo y caro como el que supone la exploración de Venus habrá contribuido al mejor conocimiento de nuestro propio mundo.
El hombre habrá tenido quizá que ir tan lejos para saber más de su propio planeta. Esa prolongación de los sentidos del cuerpo que son el radar, la cámara fotográfica, la televisión, le habrán permitido conocer, a millones de kilómetros de distancia, un nuevo mundo. Uno más de la serie de mundos a los que el hombre comienza a acercarse tímida y cautelosamente, pero que en un mañana no muy lejano llegará a dominar y probablemente colonizar. Porque lo que parece claro es que esta Tierra, que fue la cuna del hombre, no será su tumba cuando el planeta se haya acabado, como no fue el final, sino el principio, aquel continente en el que aparecieron los primeros homínidos, o el océano en el que nació la materia viva, esa materia que constituye un fenómeno misterioso en expansión constante.
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