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Tribuna
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Llamamiento a los vascos nacionalistas

Catedrático de Historia ContemporáneaEl próximo 6 de diciembre los españoles tendrán la ocasión de ratificar con su voto la Constitución que ha sido elaborada por las Cortes y que, con distintos grados de entusiasmo, ha merecido la aprobación suficiente de las distintas fuerzas políticas mayoritarias. Parece poderse esperar un resultado satisfactoriamente positivo en la mayor parte del país, a pesar de la oposición de las minorías reducidas, tanto de la extrema derecha como de la extrema izquierda, pero, con todo, existe un cierto temor a que en el País Vasco la concurrencia de fuerzas de ambos extremos con el, problema nacionalista pueda producir un porcentaje de votos negativos o abstenciones muy superior a la media nacional. Como es lógico, ello se debería a la postura adoptada por el Partido Nacionalista Vasco, principal fuerza política de las que en todo el territorio español ha propugnado la inhibición ante la consulta.

Estas líneas quieren tener como objeto hacer meditar, por la simple mención de determinados antecedentes históricos, acerca de la conveniencia o no de que el electorado nacionalista vasco se pronuncie en el sentido señalado por sus dirigentes. No se van a utilizar aquí argumentos como el de la supuesta o real intransigencia que según algunas ha caracterizado la historia política del PNV o la necesidad de la cada vez más neta distinción con organizaciones que utilizan la violencia para cumplir sus fines. Queden para una lucha partidista que no es de ahora, cuando estamos tratando de llegar a asentar los cimientos de la concordia nacional.

Desde 1876, la única ocasión en que las ansías de autogobierno del País Vasco han tenido la ocasión de ser satisfechas ha sido durante la Segunda República. Como se sabe, en aquella ocasión, en 1931, los nacionalistas vascos no votaron en las Cortes la Constitución, pero ello no se debió estrictamente a razones de índole nacionalista, sino a la cuestión religiosa. El PNV había promovido la aceptación, al margen de la Constitución, de un estatuto autonómico redactado en Estella, en el que se decía que «el pueblo vasco es reconocido como soberano en todo lo que no esté limitada su soberanía por la Constitución española», y que asumiría

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todos los derechos y facultades reservadas para el Estado español en su texto. Dicho texto era incompatible con la Constitución de 1931, pero merece la pena resaltar hasta qué punto hacía expresa aceptación a la soberanía de ésta.

Sin embargo, lo que todavía sería más imprescindible recordar en estos días es la postura que el PNV adoptó una vez fracasado este primer intento. Los diputados nacionalistas acataron indirectamente la Constitución al votar a Alcalá Zamora como presidente de la República y, desde el diario Euskadi, frente a las presiones de la extrema derecha, manifestaron su intención de recabar el máximo de autonomía posible. En 1933 sería plebiscita do un nuevo Estatuto, en uno de cuyos párrafos iniciales se decía que «no implicaba prescripción extintiva de los derechos históricos..., cuya plena realización, cuando las circunstancias lo de paren, estriba en la restauración foral íntegra de su régimen político- administrativo». Tampoco este Estatuto, ya en el marco de una Constitución no federal, resultaría aprobado por razones políticas que no son del caso en este momento. Cuando, finalmente, los vascos dispusieron de un Estatuto de Autonomía fue iniciada ya la guerra civil y, entonces, de su texto se había eliminado la declaración de que no se renunciaba a ver realizada la reintegración foral.

Pues bien, a pesar de ello, el PNV se identificó con la causa fue la República y entregó la sangre de sus afiliados en la cruel contienda de 1936 a 1939. La satisfacción de los dirigentes nacionalistas con la Constitución republicana se muestra por sus propios e irrebatibles testimonios. Decía José Antonio de Aguirre ante el Parlamento, el 1 de octubre de 1936, que la «República ha abierto cauces para las aspiraciones de los pueblos que, como el nuestro, constituyen una nacionalidad y tienen una finalidad de libertad». Y Manuel de Irujo, unos días antes, al tomar posesión como ministro sin cartera, ratificaba su adhesión al régimen «por solidaridad con los pueblos y los hombres que en el resto de la Península ofrecen cada día su vida por un régimen de libertad, democracia política y justicia social del que esperamos bien en favor de nuestro país». Todavía en febrero de 1976, Juan de Ajuriaguerra recordaba que «el marco de la Segunda República ofreció a los vascos la primera oportunidad, desde la supresión foral, de conseguir una autonomía Política mediante el votó».

El PNV, por tanto, desde un inicial repudio de la Constitución de 1931 (por razones, hay que repetirlo, fundamentalmente religiosas), pasó a identificarse. con ella, a luchar por un régimen que le había dotado de autonomía, aunque no la reintegración foral. Ahora, en 1978, cuando la Constitución acepta el término «nacionalidades», deroga las leyes de 1839 y 1876 y encierra potencialidades de autogobierno muy superiores a las de la Constitución de 1931, ¿no resulta netamente desproporcionada una actitud abstencionista?

A mi modo de ver pueden haber dos razones tan sólo que la expliquen. La primera, comprensible, pero no justificable, sería de índole sentimental: los sufrimientos del pueblo vasco en los años de la dictadura servirían de argumento para una radicalización de posturas. A este respecto sería preciso tan sólo recordar unas frases de José Antonio de Aguirre poco antes de su muerte, y sacar la obvia conclusión: «Juro que en mi corazón no hay una sola fibra de rencor ni de odio... Un pueblo no puede edificarse sobre el odio, sino sobre el amor.»

La segunda es la más probable: el PNV,habría recomendado no votar en la conciencia del carácter netamente mayoritario que va a tener el «sí» y con el propósito inmediato de utilizar los procedimientos señalados por la Constitución para obtener el máximo de autonomía. Sin embargo, esta forma de razonar tiene el grave inconveniente de que, para bien o para mal, guste o no, la libertad de todos los españoles está estre chamente entrelazada, como lo está también con las aspiraciones autonómicas. Un voto afirmativo tibio el próximo 6 de diciembre no sólo no favorece los propósitos del nacionalismo vasco, sino que, en el peor de los casos, puede ponerlos en grave peligro. Juan de Ajuriaguerra, el líder nacionalista recientemente fallecido, héroe de la resistencia contra un régimen antivasco, lo sabía. Según el irreprochable testimonio de Manuel de Irujo habría dicho poco antes de morir una frase que lo demuestra sin lugar a dudas«Tenéis que arreglárosla para votar que sí. »

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