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También esta semana

En la nómina de nuestros realistas al uso, Alberto Vázquez es excepción tanto por su legítima condición de autodidacta como por el don personalísimo con que acierta a trasladar el mundo de las apariencias al de los acontecimientos. Ajeno enteramente a la formación académica de los más de su gremio, Alberto Vázquez se ha lanzado por cuenta y riesgo propios a someter a la disciplina de la mano cualquier asunto del escueto contemplar a la luz del día o en la penumbra de la alcoba. El aura de genuinidad que rezuman sus pinturas y dibujos se le ocurre a uno argumento o certificado tan acreditativo como el rasgo de la firma, Dada de lado la lente del saber convencional, el pintor asume las cosas en cuanto que cosas, como pura inanifestación de sí mismas, como fenómeno en sentido estricto, sin otra concomitancia o adorno, incluida la semblanza humana, que su propio acontecer y convivir con el alba o el véspero. Una cierta irregularidad de conjunto y aislados síntomas de presura no logran desmentir la sólida entidad de lo expuesto en las salas de la galería Heller (Claudio Coello, 13).Demasiado alarde titular para muestra poco atinada, por masivo que sea, y lo es, el concurso de sus protagonistas. En la galería Rojo y Negro (plaza de las Salesas, 2) se cuelga, en efecto, una exposición pretenciosamente titulada El mundo de Charles Chaplin y caprichosamente repartida entre una holgada cuarentena de pintores. Cada cual a su aire y todos en conjunto, distan mucho de acotar las lindes de un universo tal cuyo traslado del celuloide al lienzo resulta, en sí mismo, empresa difícil o arriesgada aventura. No, no consiguen los pintores de nuestro caso traducir en colores lo que algunos poetas supieron transportar al verso: la transustanciación del universo chapliniano en una suerte de iconografia general, renovada versión del atrezzo con que sé vio engala nada la vieja Comedia del arte. Lo que en la funambulesca y surrealista Cita triste con Charlot, de Rafael Alberti, es apolillada y angelical guardarropía (en la que el ir y el venir del tiempo deja su huella contradictoria entre la verosimilitud y el sueño) no pasa, en la suma y sucesión de los cuadros aquí y ahora expuestos, de constituir un conjunto de cromos para un coleccionable en torno a una temática anecdóticamente charlotesca.

Exposición de Luis Muro

Tras cuatro años de ausencia, reaparece en la galería Buades (Claudio Coello, 43, interior) Luis Muro con una serie de obras tan inesperadas como difíciles de en marcar en el género (la abstracción) y distinguir con los atributos de la especie (si acomodados, todos y cada uno de los cuadros, a una soterrada norma constructivista, dispersada su imprimación en un fulgurante estallido informal). El aspecto material de las obras expuestas (su formato respectivo obedece siste máticamente a la traza de la figura perfecta, cuadran gular o circular) es ya un síntoma de las intenciones de su hacedor: una idea general del orden, acentuada por el pormenor de una cuadrícula, subyacente y apenas perceptible, que se abre de par en par a la efusión del cromatismo, en cuyas márgenes el azar se lleva la parte mejor. Cuadros esmeradamente elaborados material y formalmente, plenos de sí mismos y particularmente propicios a una lectura diversa y diversificada dentro de su común ambigüedad (eso que los lingüistas denominan polisemia). De ellos me resultan los mejores aquellos cuyo color se esfuma en la distancia de la contemplación para reaparecer, rebosante, enriquecido, cuando son con templados cara a cara; sugestivo tornasol e intencionada violencia, un tanto más allá de lo que en mano ajena pararía en alegre entretén.

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