La alternativa cheli
Parece que para no ser francoimperialistas tenemos que ser bilingües. El bilingüismo se está imponiendo en la península como alternativa al brutal imperialismo manchego, que es cosa que, vista desde la Mancha, da grande risa, pero que a Tarradellas, con su nobleza un poco frankensteniana, y a los abertzales les pone espanto histórico en el epigastrio,Roland Barthes, tan sabio, confiesa su repugnancia por entrar en otras lenguas que no sean el francés. Casi todos los ejemplos literarios que pone son franceses. Juan Ramón Jiménez, en la América del Este, como él la llamaba, se resistía a estropear su español/andaluz con la influencia del inglés. José María Valverde, que ha hecho una prodigiosa traducción al castellano del Ulysses, manejando el libro en diez idiomas diferentes, para elegir la palabra española que en cada caso asuma a las otras diez, me echa el canuto desde Barcelona y me dice:
-Lo que aquí están aprendiendo ahora los intelectuales es que el catalán es la lengua de la burguesía. El pueblo, la base inmigrante y laboral, habla otras cosas.
Juan Marsé, mi querido Pijoaparte, con quien he compartido últimas tardes con Teresa, encerrados ambos con un solo juguete en su casa pobre de Barcelona, frente a un vaso de vino cubista, va y me dice al ganarle cuatro millones de vellón a Lara:
-Soy catalán, pero escribo en castellano porque me gusta.
Y añade con su sencillez, que tanto amo y admiro, de quinqui de las Ramblas:
-El escritor se forma por sus lecturas, y yo lo he leído casi todo en castellano.
Sea como fuere, hoy por hoy, en esto que antaño nuestros mayores llamaban España, el que no es bilingüe es fascista. De modo que yo, he optado por la alternativa cheli.
Un querido amigo y maestro de columnistas hablaba el otro día de mi delicioso cheli. Yo no sé si será delicioso, Lorenzo, amor (y no temas por la artrosis cervical, que es enfermedad de hombres altos: yo la tengo y eso quiere decir que tú estás creciendo), yo no sé si será delicioso el cheli (en todo caso lo es mucho más el de Ramoncín que el mío), pero a mí va a servirme para colocarme de bilingüe y no tener que chuparme el catalán, el euskera o el maragato, como si fuera yo un sumiso Botejara de Amestoy.
Resulta que hablar sólo castellano es cosa de fascistas. Además del castellano (que se nos tolera a los de Castilla por magnanimidad periférica) conviene hablar el caló de las razas marginadas, el vasco de los señoritos de Neguri o el ampurdanés de los grandes ejecutivos catalanes. Pere Gimferrer acaba de darnos un hermoso libro de poesía bilingüe, al que he dedicado aquí una columna (gracias, Pere, por tu larga carta), y corno para mí sería mucha fatiga pasar todos los artículos diarios al murciano o al valenciá, después de escritos, he optado por la alternativa cheli.
De modo que unos días hago esta columna en un quevedesco cervantino y floreado, una cosa salmanticense, y otros días la hago en cheli, para que vean que no trato de imponer a nadie la lengua del Imperio. Claro que siempre les puedes pegar el corte a los autónomos /autonómicos/ autonomistas, largando en francés o inglés, pero en francés sólo me sé algunos sonetos de Baudelaire y algunas crónicas de Proust, y el inglés de Guzmán-Renshaw, mi viejo profesor de la Universidad de Valladolid, sólo me llega para las postales de la yanqui.
En Salamanca precisamente, este verano, me contaba Laura, rubia y adolescente, hija de los Piquer y Cabarrocas, que ella siempre ha hablado el catalán en su hogar barcelonés, pero que, puesta a estudiarlo, la han suspendido. Es como si a uno le examinan de cardiología. ¿Quién sabe nada de su propio corazón? Una cosa es que el corazón nos funcione y otra tener que explicar cómo nos funciona a un tribunal. Entre el catalán de Vergés, el vasco de Leguineche, el polaco de Juan Pablo II y el francés de Jacques Brel, que se ha muerto, he optado por el cheli como segunda lengua. Todo menos quedar de bota opresora.
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