PNV: ¿el retorno de la razón?
HAN SIDO frecuentes durante los últimos meses las criticas al PNV, dirigidas más hacia sus omisiones que a sus acciones, procedentes de los partidos políticos y medios de opinión independientes (EL PAÍS incluido) que defienden, tanto en el País Vasco como en el resto de España, opciones democráticas y pacíficas. Ese desencuentro entre los nacionalistas vascos y sus críticos hunde sus raíces en emociones y actitudes que dificultan grandemente el diálogo y el razonamiento. Los sentimientos vasquistas del PNV, en sí mismos respetables, tienen como contrapartida los sentimientos, no menos respetables, de quienes no han nacido en esa tierra y sitúan sus lealtades y emociones en un marco histórico y cultural más amplio. Ese conflicto de fidelidades se agrava aún más por el hecho de que casi la mitad de la población deEuskadi no es de origen vasco y tampoco habla el euskera. Los trabajadores procedentes de Castilla, Extremadura o Andalucía votan opciones políticas distintas a las del PNV. conciben al «pueblo vasco» como una comunidad definida por la contribución de cada cual a la prosperidad del territorio y no por la pureza de sangre o el recuerdo de los antepasados, y educan a sus hijos en un sincretismo de valores culturales que incluye en cualquier caso el bilingüismo.El PNV, en cambio, se mueve en el campo de un vasquismo estricto que sólo admite a los emigrantes en tanto que asimilados culturales y que afirma la identidad de Euskadi sobre rasgos étnicos e idiomáticos y sobre una idealización romántica de la historia del País Vasco anterior a la industrialización y la modernización. Sin embargo. sólo cabría criticar su posición en el caso de que esa defensa de los viejos valores de una Euskadi, sólo existente en un desfigurado recuerdo, pretendiera ignorar su carácter no mayoritario dentro del País Vasco real de finales del siglo XX y aspirara a detentar el monopolio de la representatividad política en toda la comunidad. Porque, de suceder así, su libertad y sus derechos terminarían justo donde comienzan la libertad y los derechos de los hombres y mujeres que viven y trabajan en Euskadi, pero que no se sienten identificados con el nacionalismo vasco tradicional. El diálogo entre esas dos posturas, no necesariamente antagónicas, tiene que partir del respeto y de la comprensión de la particularidad de cada una de ellas, a fin de llegar a transacciones negociadas en las que los intereses y los sentimientos de unos y otros queden a salvo. La pretensión del PNV de dar primacía sobre la Constitución a ese impreciso catálogo de usos y costumbres bautizado con la designación de «derechos históricos» es un ejemplo de falta de sensibilidad para comprender los límites posibles de esa necesaria negociación. Las actitudes maximalistas y acres y las bufonadas demagógicas de alguno de sus dirigentes, unidas a la ambigüedad de muchos de sus pronunciamientos, han contribuido al descrédito del PNV en amplios sectores democráticos.
El documento aprobado el pasado miércoles en Vitoria por la dirección del PNV, reafirmando la convocatoria para una manifestación «por una Euskadi libre y en paz» y saliendo al paso de algunas malinterpretaciones y acusaciones, constituye, en cambio, una adecuada muestra del tipo de razonamientos y exigencias de los nacionalistas vascos que hay que respetar, y a las que se debe tomar como base seria y razonable para el diálogo y el debate. Se trata de una denuncia dirigida en dos direcciones opuestas: contra el terrorismo de ETA y contra la política centralista. La relación entre ambos fenómenos la establece el PNV, esta vez, sin sombra de ambigüedad. A la vez que asigna el origen y las causas del terrorismo a la dilatada etapa de opresión que nos precede, el documento subraya que esa constatación «no resta gravedad a las responsabilidades de la izquierda violenta».
En esa perspectiva, la nota hace una condena inteligente y sin paliativos de la violencia etarra. Ante el intento de la izquierda abertzale de marcar como línea divisoria de la lucha política en Euskadi la que separa a los nacionalistas stricto sensu, sean pacíficos, o violentos, del resto de la población que habita y trabaja en el territorio, el PNV niega la virtualidad de ese «frente unido» y señala la inevitabilidad de su escisión desde el momento mismo en que sus presuntos aliados practican o bendicen el asesinato y la extorsión y se niegan «a aceptar la voluntad mayoritaria de todo el pueblo, para establecer dogmática, imperativa y violentamente una concepción determinada en el orden político y social».
Sin embargo, esa ruptura del «frente abertzale» no implica la aceptación por el PNV de una alianza con las otras fuerzas políticas democráticas y defensoras de la vía pacífica en Euskadi. Hay que discrepar -ahí sí- de ese «glorioso aislamiento» del nacionalismo vasco, pero la desconfianza del PNV hacia la política estatal no nace tan sólo del recuerdo; se alimenta también de las inconsecuencias y vacilaciones del Gobierno en el planteamiento de la autonomía para el País Vasco. El carnaval preautonómico organizado por el señor Clavero, cuya permanencia en el Gobierno es un misterio -quizá explicable porque sus colegas se han olvidado de su existencia-, y las demoras de la Administración para negociar las transferencias de competencias al Consejo General Vasco parecen un preocupante aviso sobre la tibieza del poder en el tema y sobre los obstáculos que pueden surgir en el futuro para el establecimiento de un régimen de autonomía en Euskadi. Sólo el rápido avance por el camino de la creación de verdaderas instituciones de autogobierno en el País Vasco podrá hacer posible la incorporación del PNV a las comunes tareas de edificar la democracia en el País Vasco y en toda España.
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